sábado, 7 de abril de 2007

LA AMATISTA

LA AMATISTA
El Camino Superior de Santiago
novela por entregas
aparecerá en este blog un capítulo cada semana
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Barcelona, 2005.
VIGÉSIMOTERCERA ENTREGA



KAF FINAL

2
De Sarria a Portomarín


El Camino Francés asciende por la calle Mayor, se aplana sobre el cordel de la colina y pasado el convento de la Magdalena se desploma sobre el río Celeiro, que se atraviesa sobre la Ponte Aspera, de trazas romanas. A las ocho de la mañana de un fresco días de finales de octubre, los dos grupos de caminantes, unidos en inusual consorcio, atravesaban la airosa puente de un arco. Trazaban llegar a Portomarín a primeras horas de la tarde, después de visitar Barbadelo y de hacer colación "in via".
El sol no parecía por parte alguna, a pesar de que el cielo, cobrizo, estaba sin nubes.
Pasada Ponte Aspera, anduvieron diez minutos por una pista entre el río y la vía del tren. Se hallaban en el lugar denominado ahora As Paredes, y Sancti Michaelis en los documentos antiguos. Cruzaron la vía y se adentraron en una hermosa foresta de robles (el carballo gallego) y hayas que conservaban todavía su follaje, tocado de un misterioso color de vinagre. La vereda no era de buen andar, con trechos enojosamente embarrados.
A la salida del bosque rebasaron el caserío Paredes y fueron a salir a una carretera local, por la que alcanzaron la aldea de Vilei, que tiene una ermita románica en el cementerio. La misma carretera les condujo a la impresionante iglesia de Barbadelo. Fue monasterio en la Alta Edad Media. El edificio actual es románico puro, con puerta principal historiada y otra puerta de arco de medio punto en el muro norte. En el interior hay, dicen, interesantes capiteles, pero el edificio esta siempre cerrado.
El Liber Sancti Iacobi sitúa en Barbadelo el primer encuentro entre los hospederos de Santiago y los peregrinos, en términos de moderada picaresca: "Si queréis disfrutar de una buena hospitalidad en Santiago, hospedaos en mi casa, decid a mi mujer y a mis familiares que se ocupen de vosotros por el amor que me tienen..."
De Barbadelo hasta el río Miño, el camino de Santiago atraviesa uno de los parajes más característicos de la Galicia rural. El terreno sigue las ondulaciones de las vaguadas que forman los arroyos que desaguan en el río Loio. La vegetación es feraz: encinas, robles, chopos, olmos; el tojo es omnipresente. La hierba de los prados es tupida. Las parroquias y los caseríos se suceden a tocar unos de otros, meras retahilas de ventanucos y de tejas. Las casas son de piedra, pequeñas, con las habitaciones y los establos bajo el mismo techo.
Los caminantes salieron de Barbadelo, atravesaron la aldea de Rente y a poco se hallaron en Mercado, donde efectivamente hay una tienda en la que mercaron algunas vituallas, y como al mismo tiempo era mesón, tomaron quien un café quien un vaso de vino blanco. A Mercado acudían en su día los judíos de la aljama de Portomarín para comerciar con los peregrinos.
Por el molino de Marzán, medio sepultado en los chopos orilleros, atravesaron el río Loio, y en Leimán cruzaron la carretera general. Por Pena llegaron a Peruscallo, todavía sobre una ruta asfaltada. A la salida de Peruscallo las señales les llevaron por una corredoira tallada entre tapiales hasta Cortiñas, con iglesuela que fue románica. Estos pueblos se hallan ahora unidos por pistas asfaltadas, pero el Camiño suele avanzar por atajos que a veces son puros barrizales. Así, atajo hasta Casal, orillando Lavandeira y luego atajo hasta Brea ( o sea, vereda), bajando hasta el arroyo Chelo y subiendo otra vez.
De Brea a Ferreiros, pasando por Morgades, se puede ir por la carreterilla, no hace falta honrar la corredoira que sugiere el señalizador, buen baquiano pero purista en demasía. Ferreiros es ya un pueblo, con casas solariegas, pero sin servicio público alguno. Tiene una buena iglesia románica, con una notable portada de tres arquivoltas muy bien labradas.
Y sigue el rosario de caseríos. A la salida de Ferreiros se deja a la derecha un cruceiro y se baja en rápida pendiente a Mirallos, cuyos dos vecinos disponen de una bella capilla románica. En Pena no queda nadie. En Cauto se deja la pista asfaltada para atrochar por una corredoira azagadora hasta la Pena do Cervo, desde cuyo cabezo se domina un buen panorama. Bajada hacia Moimentos. La pista da un rodeo por la derecha, mientras el Camiño toma derecho para atravesar la casa de Cotarelo y bajar por una vereda con restos de la antigua calzada hasta Mercadoiro, que tiene ya pretensiones de pueblo.
El grupo de caminantes hizo alto en las afueras de Mercadoiro para descansar y consumir las menguadas vituallas compradas en Mercado. El cielo seguía cerrado y cárdeno, aunque no lluvioso, como si quisiera poner la nota de color adecuada a la angustiosa sucesión de muestras de decadencia rural. Alguien, y huelgan mayores precisiones, sacó una bota de clarete que contribuyó decididamente a iluminar los semblantes. Y puesto que nadie se declaró fatigado, reemprendieron la marcha con ánimo de plantarse en Portomarín en poco más de una hora.
De Mercadoiro a Parrocha siguieron primero la carretera y luego el camino antiguo, que desde Moutras se adentra en el pueblo. A la salida de Parrocha recuperaron la carretera, que atraviesa una zona de repoblación forestal, descendiendo luego hacia Vilacha. Es una población grande, acrecida de casitas con jardincito, pero sin servicios públicos. A la salida se acomodaron definitivamente sobre el asfalto, que en rápido descenso les condujo a la carretera general, ya a orillas del embalse del Miño en Portomarín, llamado de Belisar. A la derecha queda el recuerdo del monasterio de Loio, cuna de los caballeros de la orden militar de Santiago. Poco después cruzaron el embalse por un largo puente que termina frente a una escalinata que conduce hasta la misma entrada del pueblo.
Portomarín es nombre documentado ya en el siglo IX, y significa "el paso de (Santa ) Marina". Hubo aquí un puente romano y luego un considerable puente medieval. El Codex Calixtinus alaba a un tal Petrus pontem Minee a regina Hurraca confractum refecit [ "que reconstruyó el puente sobre el Miño destruido por la reina Urraca"].La villa, con sus barrios de San Pedro y San Nicolás, se extendía a ambos lados del río Miño, y su graciosa disposición urbana llamó ya la atención de los antiguos viajeros. En 1956 se construyó el embalse de Belisar, que sumergió puente y villa. Una voluntariosa nueva villa fue edificada en la ladera norte del río, a la cual fueron trasladados los principales monumentos: San Nicolás, templo-fortaleza del siglo XIII; San Pedro, románica del siglo XII; la casa del Conde, mansión solariega del siglo XVI, y el palacio de Berbetoros, del siglo XVII.
Los caminantes buscaron acómodo en un mesón cerca de la iglesia de San Nicolás. Al caer de la tarde se reunieron en el café los peregrinos que hacían etapa en la villa. El mesonero sacó su orujo, destilado en propia alquitara, y la tertulia siguió animadamente hasta la hora de la cena. Los seis caminantes habían encargado una lamprea a las nueces, que se cuece en vino blanco, acertando a regarla con otro blanco de las viñas de las riberas del Miño. Después de cenar los dos grupos se despidieron, pues la etapa del día siguiente iban a cubrirla cada grupo por separado, según la costumbre del Sodalicio.
Durante toda la noche hubo desate de aguaceros, tronadas y ventoleras, pero al amanecer volvió la calma.

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MEM FINAL



24

De Portomarín a Palas do Rei

Rodaba el sol, escueto y frío, sobre la sierra del Páramo, cuando los caminantes bajaron de la acrópolis de Portomarín hasta la carretera que bordea el pantano, que abandonaron enseguida para requerir un puentecillo de hierro que salva un ancho brazo secundario del lago. En la otra ribera una buena pista asciende por la ladera de la montaña de San Antonio en medio de una tupida arboleda de pinos y carrascos entre los que saltan las ardillas. Un cuarto de hora más tarde salieron a la carretera de Portomarín a Monterroso, que iban a requebrar durante las dos horas siguientes. Contaban con llegar a Palas do Rei en menos de seis horas, almorzando en ruta. Rebasando la solitaria casa de Toxibó, llegaron en una hora a Gonzar, por una vereda acondicionada junto a una carretera medianamente transitada. Poco después dejaron la carretera para entrar en Castromaior, siempre subiendo en suave pendiente. Saludaron la modesta capilla románica del pueblo y siguieron por la carretera hacia O Hospital. El hospital se llamó de la Cruz y subsistió hasta el siglo XVIII.
Salieron de O Hospital por el camino y fueron a dar a la carretera general de Lugo a Orense, que atravesaron como sin verla para tomar la antigua calzada, ahora asfaltada, que de aldea en caserío iba a conducirles en tres horas hasta Palas do Rei. Pasado Ventas de Narón la ruta asciende por la sierra de Ligonde por un terreno de matorrales, seco y despejado; paisaje alto, ancho, de oteros y colinas de curvas suaves. Rebasando las cuatro casas de Prebisa llegaron a Lameiros, donde vuelve a empezar el bosque de robles y castaños. Aquí hay un caserón hidalgo, llamado Casa de los Lameiros, con dos blasones de piedra en la fachada. Cerca de la casa se halla la hermosa capilla de San Marcos, con espadaña y piedra armera. Ya en el camino, los viandantes reposaron brevemente al pie de un historiado cruceiro levantado sobre un recio pedestal. Poco después entraron en Ligonde, pueblo grandecito , citado por todas las guías antiguas. Tenía cementerio de peregrinos. Pidieron por el mesón y les indicaron una casa de aspecto antiguo en la que, efectivamente, les sirvieron un sencillo pero sustancioso almuerzo en el que no podía faltar el caldo gallego servido en ataifor de loza. Bebieron vino blanco del tonel de la casa y hasta se permitieron rematar la colación con una copita de orujo desgarrador, puesto que, convinieron mesonero y comensales, el camino hasta Palas do Rei era llevadero y sin pérdida.
Con andar cansino, pues el sol, crecido y acariciador, acababa de arañar el mediodía, los caminantes salieron de Ligonde para descender hasta el arroyo del mismo nombre y comenzar a subir por la otra ladera hasta Eirexe, que significa iglesia. La hay en efecto, feúcha por fuera pero de un cierto interés por dentro. Después de Eirexe el camino asciende por el monte da Pallota, que no es gran cosa, para alcanzar el caserío de Portos. En su entorno se conserva un trozo de la antigua calzada de cantos rodados. La ruta baja luego hasta el regato de Portos y comienza el suave ascenso que culminará en el Alto del Rosario.
Los caminantes, que quien los viera diría paseantes, siguieron hasta Lestedo, aldea de insólitas casas blancas, que tuvo cementerio de peregrinos. Después de Los Valos se detuvieron un compás en el Campo do Remollón, antigua zona de esparcimiento ya muy deteriorada, donde los peregrinos solían darse un remojón en el restaño de una fuente, hoy cegada. Ascendieron luego al Alto del Rosario pasando por las casas de Lamelas, después de las cuales el buen camino que habían tomado en Ventas de Narón se extingue en la carretera. Pero no tuvieron que abordarla, antes tomaron una trocha herbosa que, vuelta pista, baja hasta el polideportivo de Palas do Rei. De allí subieron ya por entre las casas del vecindario hasta la iglesia parroquial de San Tirso, que sólo conserva de antiguo una modesta portada románica, y bajaron por el otro lado hacia el centro de la población.
El antiguo Palatium Regis (se pretende que este rey fue Witiza) era una etapa importante en la peregrinación. El itinerario de Aimerico Picaud la pone como última antes de Santiago, cosa harto problemática a no ser para peregrinos montados en corceles borgoñones. En su comarca hay multitud de monumentos arqueológicos. Actualmente la villa amaga esplendores modernos, que resultan de escasa amenidad para el peregrino jacobeo. En cambio, los peregrinos antiguos hacían por estos pagos inesperados encuentros, según testimonio del Codex Callixtinus: "Las sirvientas de los hospederos del Camino de Santiago que, por el gusto de seducir y también para adquirir dinero, se suelen meter de noche en la cama de los peregrinos por inspiración del diablo, son absolutamente reprobables. Las meretrices que, por esta misma causa, salen al encuentro de los peregrinos en lugares agrestes entre Portomarín y Palas de Rei, no sólo han de ser excomulgadas, sino también despojadas de todo y expuestas, tras serles cortadas las narices, al escarnio público".
Los caminantes se dirigieron a un mesón situado junto a las escaleras que descienden hacia la parte baja del pueblo, y allí, después de cerciorarse de que las mesoneras tenían las narices en su lugar, se hospedaron cumplidamente. Descansaron un poco, dieron una vuelta por las anodinas calles del pueblo, cenaron lo que les dieron y se acostaron temprano, pues la jornada del día siguiente era larga.

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NUN FINAL

25

De Palas do Rei a Arzúa

El tiempo se brindaba templado el último día de octubre, con un sol todavía macilento pero ganoso de luz. Las nubes, en rayas apretadas por el lado de poniente, posponían la decisión para las horas vespertinas. Los caminantes, puesto que tenían que pasar todo el día en el Camiño, y que en Arzúa no tenían tarea alguna que les aguardase, decidieron remolonear de mojón en mojón. Por lo pronto acordaron descansar y almorzar en Melide, después de tres horas de andadura.
Desde el Alto del Rosario el Camino de Santiago abandona la cuenca del Miño y entra en la del río Ulla, que discurre hacia el sur. La ruta santiaguesa no sigue las vías naturales hacia el valle, sino que se mantiene a media altura del cordel montañoso que separa los valles del Ulla y del Tambre. La calzada corta perpendicularmente las corrientes que van a desaguar al Ulla, en una rápida sucesión de subidas y bajadas. El entorno es feraz, con grandes extensiones de robledal y, más adelante, de eucalipto.
Salieron de Palas do Rei por la carretera general. Pasado el puente sobre el río Roxan, que vierte aguas en el Ulla,siguieron por el asfalto, y dejando a su derecha Aldea de Riba, entraron por una corredoira enlosada que en diez minutos les llevó, a través de un hermoso robledal, a San Xulian do Camiño, atravesando un regato que en otros tiempos fue laguna. San Xulian tiene iglesia con ábside románico, que se ofrece a la vista junto a un hórreo y a una parra. Descendieron luego hacia el valle del río Pambre, tributario también del Ulla. En el caserío de Pallota desembocaron en una carreterilla que siguieron para atravesar el puente sobre el Pambre junto a las casas de Pontecampaña. Por un camino agradablemente sombreado por robles subieron hacia la aldea de Casanova. De repente les golpeó el olor a botica antigua del primer bosque de eucaliptos. Pasado el caserío, el camino supera un alto y comienza a descender hacia el río Villar, que se atraviesa por un puentecillo cerca de Porto da Bois. Ascendieron luego por el plácido valle hasta las proximidades de Campanilla, y desembocaron en una carretera local que abandonaron antes de su unión con la carretera general para descender hacia el río Seco. Habían entrado en la provincia gallega de A Corunha, aunque no sintieron nada particular.
Poco antes de Leboreiro pisaron un trecho de calzada romana muy restaurada que les recordó la de Cirauqui, aunque la de ahora era más angosta. Leporeiro es el Campus Leporarius del Codex Calixtinus, es decir, un vivar de liebres. El pueblo ha cuidado bien su aspecto antiguo y tiene una modesta capilla románica. Se conserva el caserón que fue hospital de peregrinos, fundado por los Ulloa.
Desde Leboreiro hasta Santiago la ruta jacobea ha sido restaurada y recompuesta sin reparar en gastos. La antigua calzada, desaparecida bajo la carretera, ha sido reemplazada por un andadero, a veces enlosado, siempre bien señalizado, que va guiando al peregrino de pueblo en pueblo hasta la meta.
A la salida de Leboreiro los caminantes comenzaron a pisar la nueva calzada, que salva el río Seco por el airoso puente medieval de la Magdalena, de un solo arco. Pasado el caserío de Disicabo se adentraron en el yermo del campo de las liebres por un cómodo andadero por el estilo del que va de Bercianos a Mansilla de las Mulas, con su plantel de árboles de futura sombra. Media hora más tarde se adentraron en un bosque, siempre sobre el nuevo camino, y remontaron una colina para descender enseguida a Furelos, atravesando el río del mismo nombre por un puente medieval, la "ponte velha" de cuatro arcos. Furelos ha cuidado bien su aspecto de lugar del Camiño. Sus calles están enlosadas.
Los caminantes repecharon sin prisa el resto del andadero hasta la villa de Melide, dirigiéndose enseguida hacia la parte alta, donde está el barrio antiguo. Melide tiene la iglesia románica de Santa María, en las afueras, sobre el Camiño. La iglesia de San Pedro tiene una buena portada románica; el resto es un arrendajo de lo que fue cuando estaba en su lugar. Melide tuvo un importante hospital en el monasterio de Sancti Spiritus.
Los caminantes requirieron un mesón en una umbría callejuela del barrio viejo y se sentaron a la mesa dispuestos a despachar un buen almuerzo de trabajo. Negociaron con el mesonero y al cabo hubieron un pulpo a la sochantre a título de ración de tapa, y de principio unas filloas de caldo. El huésped, vistas las excelentes disposiciones de los peregrinos, subió de la bodega un Fefiñanes a temperatura natural que fue acogido con sorpresa y agradecimiento.
Después de la comida, o atafea, como la denominó el Caminante Mayor, que cuando no latinizaba arcaizaba, y dado que el sol, alto, propiciaba un grato calorcillo, se sentaron a la terraza del bar Estilo para tomar café y fumar quien su cigarro quien su pipa.
A primera hora de la tarde se desperezaron y renqueando, más de sueño que de cansancio, emprendieron la etapa de poco más de tres horas hasta Arzúa.
El Camiño, ya cuidadosamente trazado al margen de la carretera, sigue cortando los valles de los ríos que vierten aguas en el Ulla. Es un recorrido boscoso y ameno. Comienzan a abundar los bosques de eucaliptos, que acompañarán al andariego hasta las puertas de Santiago.
Los caminantes bajaron por las calles de la villa hasta Santa María de Melide, hermosa iglesia románica del siglo XII, en un entorno primorosamente urbanizado. A la salida cruzaron el arroyo Lázaro y subieron por el arcén de la peligrosa carretera general hasta Carballal. Después de este caserío descendieron hasta el arroyo Raido Barreiro, entrando en un frondoso bosque, uno de los más fastuosos de todo el Camino. Diez minutos después rozaron la carretera, dejándola enseguida para descender hacia el arroyo Valverde pasando por Parabispo. A poco entraban en Boente, habiendo rebasado el caserío de A Peroxa por un paraje en proceso de reforestación.
Boente es una población agradable, con algunas calles enlosadas. Junto a la calzada hay una fuente con su umbrículo emparrado. Los caminantes, aguijoneados por un sol que insistía ya en entrarles por los ojos, no se detuvieron y tomaron el andadero que desciende hacia el río Boente. Por la bien trazada trocha subieron luego a un alto tras el cual, en un llano, se hallan los caseríos de Castañeda y Río. Pasado el arroyo Ribeiral entraron en un bosque de eucaliptos, muy umbrío al atardecer. Atravesaron por una pasarela la nueva carretera general, que se ha llevado por delante el trazado del camino, y descendieron hasta el río Iso, que atravesaron por un hermoso puente medieval, entrando en el pueblecito de Ribadiso de Baixo. Cabe el puente se encuentra el antiguo Hospital de san Antón de Ponte de Ribadiso, en la actualidad refugio de peregrinos. Por entre las casitas que se desparraman por la ladera subieron hacia la carretera , con la que enlazaron, agradeciendo el andadero dispuesto fuera del asfalto, que lleva hasta Arzúa. Anochecía.
En Arzúa, el Sodalicio mantenía una gran ayena de tránsito, pues la villa hacía las veces de etapa de redistribución de caminantes para evitar que llegaran a Santiago grupos demasiado numerosos. Los caminantes se dirigieron al albergue, que ocupaba un gran caserón con jardín a las afueras de la villa, sobre la carretera de Touro. La casa estaba a tope, por lo que fueron reexpedidos al mesón Casa Teodora."Salimos ganando", comentó el Caminante Mayor, "pues Casa Teodora tiene la mejor cocina de Arzúa". Sin embargo, no iban a demorarse en Arzúa, antes se les comunicó que podían partir al día siguiente para su penúltima etapa.
Arzúa es villa de buen estar, aunque carente de monumentos notables. Los caminantes, por nada fatigados, se unieron a otros grupos de compañeros para callejear por el pueblo y tomar unos vinos. Alrededor de las nueve se retiraron a su fonda y después de una cena ligera pero muy cuidada franquearon el paso al sueño que trajinaban desde Melide.

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PE FINAL26

De Arzúa a Touro

Muchos caminantes se disponían a cubrir la etapa hasta Touro en el día primero de noviembre. Es de saber que los trazadores del Iter Magnus habían decidido desechar el antiguo itinerario que de Arzúa llevaba a Santiago por Labacolla, pues el trazado había sido irrespetuosamente arrasado por las instalaciones del aeropuerto y por la correspondiente autovía de acceso. Propusieron entonces un recorrido más a mediodía, por Touro y Arins, con entrada en Santiago por Santa María de Sar . Con todo, se abstuvieron de marcarlo, contentándose con levantar planos suficientemente detallados y preparar varios equipos de guías.
La cayena de Arzúa, harto exigua, rebosaba de sodales, que se habían acumulado en espera de ser guiados hasta Compostela. La concurrencia se engrosaba, además, porque el Iter Magnus tocaba a su fin y muchos de los compañeros y compañeras que habían permanecido en el Camino para el servicio de los caminantes querían asistir a la última Gran Blasfemia en Santiago.
Las normas de la itinerancia se relajaban a partir de Arzúa, de modo que los caminantes podían marchar en grupos como les apeteciera. Los iniciandos solían juntarse en partidas festivas, acarreando vituallas y bebidas como si acudiesen a una romería (una rusticatio , rectificó el Mair). Ramón Forteza se agregó a un numeroso grupo ("horda", precisó el Mair) de cantores que garantizaban acompañamiento musical para toda la jornada (con escasa incidencia del gregoriano, pronosticó el Mair). Los Caminantes Mayores convinieron también en marchar juntos, a una distancia prudencial de las mesnadas iniciáticas.
El día se levantó húmedo, tibio y otoñal. Albas neblinas se arrastraban por el valle, mientras en la loma de la villa un sol indeciso y frío inundaba las calles de una luz blanquecina. Los caminantes descendieron hasta el arroyo As Barrosas por la sirga peregrinal, apartándose de ella en Raido para seguir por la carretera de Santiago, poco transitada por ser día festivo. Cerca de la casa de Palomar, antes de Curiscada, tomaron a la izquierda una trocha apenas perceptible que desciende a un arroyo y va a salir al cruce de Touro. Siguieron por la estrecha carretera, que discurre por medio de frondosos bosques de robles y eucaliptos, cortando las suaves vaguadas de los arroyos que bajan hacia el Ulla. Atravesaron el caserío de Salmonte, dejaron a la izquierda el camino de la ermita de Santa Isabel y en el cruce de la carretera que baja hacia el Ulla tomaron un sendero que atraviesa el río Lañas por el bosque, evitando un gran rodeo. Retomaron la ruta, que cerca de Quintá cruza el Rego das Rozas y por Bentín, Barral y Saniayo llegaron a Fuente Díaz, que es el núcleo principal del disperso concello de Touro. En un prado de las afueras el Sodalicio había levantado un refugio austero pero dotado de todos los servicios necesarios, capaz para alojar a un centenar de caminantes en grandes dormitorios comunes. La suavidad de la temperatura propició un almuerzo al aire libre, tras el cual los sodales se dispersaron por el pueblo y por los alrededores para pasar la tarde.

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SADHE FINAL



27

De Touro a Santiago

A las seis de la mañana salió el primer grupo hacia Loureda, donde aguardaban las caballerías. Ramón Forteza fue asignado a este turno, con parte de los cantores y algunos Caminantes Mayores. El Mair quedó para el turno siguiente, que salía a media mañana. Siguieron por la carretera hasta Torreis de Abaixo y poco después del caserío abandonaron la carretera para internarse en el bosque, siguiendo casi siempre las anchas trochas abiertas en la foresta para el entretenimiento del bosque y el control de los incendios. Les conducía uno de los guías permanentes del refugio de Touro. Cruzaron el arroyo Sar y bordeando el caserìo de Millares Grande salieron a una carretera asfaltada, que siguieron hasta Pena. Allí tomaron un camino rural, asfaltado en su mayor parte, que por Lamparie, Moa, Agra y Outerio les llevó a Caneda. Subieron hasta el caserío de Midón. Allí estaban las grandes cuadras del Sodalicio, con los intrépidos caballos pirenaicos a punto de marcha. Arins está separado de Midón por la extensa región de los montes Penedo de Vigo, en su mayor parte cubierta de bosques. Los trazadores del itinerario habían señalizado las trochas por medio de un ingenioso sistema de señales acústicas que permitía a los caballos orientarse incluso en la oscuridad. Las señales consistían en diminutos "móviles" de caña de bambú colgados de los árboles en lugares estratégicos. Movidos por el viento, producían una tenue percusión de timbre inconfundible. Los caballos se habían acostumbrado a estos sonidos y se orientaban entre las innumerables trochas sin vacilar.
Cabalgaron primero hasta Fuente Chousa, donde se detuvieron para abrevar los caballos. Subieron luego monte arriba para descender seguidamente a la vaguada del río Freixido. En el caserío de Rubio volvieron a abrevar los caballos y siguieron un largo trecho por el bosque hasta Aramio. Después, dejando Cacharela a la izquierda, alcanzaron los altozanos de la loma sobre la que se extiende la villa de Arins, en la parte alta de un valle sembrado de caseríos. Allí descabalgaron y, después de un ligero refrigerio en uno de los numerosos mesones de la población, siguieron hacia Santiago. La recua regresó con los guías a Midón, para recoger al grupo siguiente.
San Martiño de Arins es ya un suburbio residencial de Santiago, de la que dista cuatro kilómetros. La carretera es una calle con buenas aceras, bordeada de casas con jardín. La marcha por este entorno no era desagradable; la ruta entra en Santiago por el barrio de Santa María de Sar, con sus casas vetustas y sus calles empedradas. Bordeando la ciudad antigua por la ronda fuera murallas, llegaron poco antes de mediodía a la Gran Cayena del Sodalicio en Santiago de Compostela.

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