sábado, 17 de marzo de 2007

LA AMATISTA

LA AMATISTA
El Camino Superior de Santiago
novela por entregas
aparecerá en este blog un capítulo cada semana
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Barcelona, 2005.
VIGÉSIMA ENTREGA

KOF
19
De Ponferrada a Villafranca del Bierzo

Serían las nueve de la mañana de un espléndido día otoñal cuando los caminantes salieron del hotel Madrid para requerir la avenida urbana que enlaza con la antigua carretera nacional VI (la nueva rodea la población). Lucía un sol limpio y tranquilo, apenas entorpecido por los celajes mañaneros, aunque cielo arriba aguardaban algunas nubes blancuzcas como lana cardada.
La antigua calzada peregrina, nuevamente señalizada, se adentra en la llanura berciana dando un rodeo por Columbrianos, hoy ya suburbio de Ponferrada. Su moderna calle de las Eras fue nada menos que Camino Real. Pasado un túnel bajo el camino de hierro, la ruta se despereza entre casas y huertas hasta Fuentes Nuevas, que la acoge cumplidamente como Calle Real. Vienen luego diez minutos de mero secano, pasado el cual se entra en Camponaraya, pueblo estirado todo lo largo de la carretera. Camponaraya tuvo dos hospitales de peregrinos y conserva viejos caserones con escudos en las fachadas. Los caminantes decidieron celebrarlo con un gran vaso de sidra de barril fresca y cosquilleante, saboreada en uno de los muchos mesones que abren a la calle Mayor, hasta hace poco bastardeada por la carretera nacional VI.
A la salida de Camponaraya la pista marcada se desvía hacia la izquierda, cruza la nueva autovía por una pasarela de uso exclusivamente jacobeo y, pasado un altozano apretado de vides, desciende sin prisa hacia el vallecico del arroyo Magaz. Luego, por el paraje de San Bartolo entra en Cacabelos atravesando un festival de viñedos
Cacabelos fue villa berciana importante en la Edad Media, como lo atestiguan las dos iglesias que subsisten y el recuerdo de varios hospitales. Llegó a ser capital del Bierzo. Actualmente es una población activa, dedicada a la producción de excelentes vinos. Un urbanismo inteligente, que ha sabido aunar las antiguas piedras con las modernas veleidades lo convierte en un lugar amable y hospitalario. Muchas de sus casas conservan las antiguas solanas voladas. La plaza Mayor es porticada. Otra plazuela, llamada del Mercado, también con soportales, acoge bodegas y tambarrias y hasta algún bar. Los caminantes se sentaron a descansar bajo los soportales de la plaza Mayor y pidieron un vino blanco. Preguntó el mesonero de cual de las uvas preferían, la Doña Blanca, verde amarillenta, o la Godello, con la que se hace también el vino de Valdeorras. Indecisos, y para no acabar como el asno de Buridán, los caminantes acordaron catar un vaso de cada una. Reconfortados por los soberbios caldos, volvieron al camino, tomando la carretera hacia Villafranca, de la que les separaba hora y media de marcha.
A la salida de Cacabelos cruzaron por el puente sobre el río Cúa, en cuyo alema se bañaban unos niños, pues hacía buen sol. Pasaron por delante del santuario de la Quinta Angustia, preguntándose cuales serían las otras cuatro, y remontaron la carretera hasta Pieros, que es una calle a la derecha del vial. En el circundo de Pieros se hallan las ruinas del Castrum Bergidum, en la actualidad Castro de la Ventosa, poblado de astures, que subsistió hasta la Edad Media. De este emplazamiento proviene el topónimo del Bierzo. La llanura berciana, que de este a oeste se extiende entre Molinaseca y Villafranca es una tierra singular, rodeada de montañas, feraz, pulcramente cultivada, industriosa y activa. Sus vinos son excelentes, soleados, frescales. Los bercianos se tienen por gente diferente de sus vecinos y se precian de campechanos y divertidos.
Pasado el cruce de Valtuille de Arriba, abandonaron la carretera por detrás del mesón Las Ventas. No es más que una trocha que se volatiliza en unas barbecheras, que hay que atravesar para desembocar en una pista. Cruzaron un arroyo y subieron por los majuelos. El sol se desparramaba sobre los viñedos, pintando bajo los pámpanos redondos finas randas luminosas. De pronto comenzaron a divisar a su derecha, más allá de una vaguada, algunas de las iglesias de Villafranca. Cinco horas después de salir de Ponferrada llegaban a la iglesia románica de Santiago, en la parte más alta de la ciudad, deteniéndose en ella para admirar la Puerta del Perdón. Bajaron luego hacia el castillo y por una calle escalonada, pasando por delante de la antiquísima Fonda del Comercio, todavía activa, llegaron a la plaza Mayor, parcialmente porticada. Por un callejón a la izquierda bajaron hacia la calle de Ribadeo, antes del Agua, la antigua vía de los hidalgos. Allí, junto a la casa natalicia de Enrique Gil y Carrasco tenía el Sodalicio su cayena principal en el Camino, ocupando dos amplios caserones.
Villafranca del Bierzo es un típico producto del Camino de Santiago. Los "francos", que constituían el grueso del peregrinaje, se instalaron en lo que debió ser una pequeña aldea en tiempos de Alfonso VI. Los cluniacenses, estos francos elevados a la segunda potencia, edificaron aquí, con ilimitada magnificencia, la acostumbrada tríada jacobea: hospital, iglesia y monasterio. El lugarejo convertido en ciudad pasó a llamarse con toda naturalidad Villafranca. Cuando acudieron a poblarla los naturales del país tuvieron que organizar su propio municipio, pues los francos, como en Pamplona y Estella, mantuvieron el suyo.
Situada en un valle ubérrimo, en el horcajo de los ríos Valcarce y Burbia, la villa medró rápidamente, de lo cual son buenos testimonios los edificios que todavía restan: iglesia de Santiago, románica del siglo XII; San Francisco, románico-gótica con elementos mudéjares; San Nicolás, mole del barroco jesuítico; el convento de la Divina Pastora, antiguo hospital de Santiago; la colegiata de Santa María de Cruñego (es decir, de Cluníaco), desmesurada aun con haber quedado a medio hacer en el siglo XVI; el convento de la Anunciata, del siglo XVII; el Castillo de los Marqueses.
El peregrino Laffi, del siglo XVII, tiene muy lisonjeras palabras para esta villa: "Es éste un hermosísimo lugar situado en un valle entre cuatro altísimas montañas, donde confluyen dos grandes ríos. Es el último pueblo del Reino de León, aunque mejor se le podría llamar ciudad, por ser muy grande y rico. Tiene muchos conventos, tanto de frailes como de monjas, una gran plaza y hermosísimos edificios. También tiene un gran hospital para peregrinos. Por la mañana nos dirigimos a los Padres Jesuitas para decir la misa, y nos dieron limosna y de desayunar. En esta gran villa, digo grande porque hay ciudades que no son tan grandes ni nobles como ésta, hacen bastante caridad a los peregrinos, sobre todo a aquéllos que llevan el ferraiolo , que aquí llaman capa".
Desde tiempo inmemorial el Sodalicio tenía en Villafranca, a las puertas de Galicia, su principal cayena del Camino. Es aquí donde tenía lugar la Gran Dramaturgia, que se representaba siete veces durante el período del Iter Magnus. La cayena ocupaba dos antiguos caserones en la calle de Ribadeo, en la parte contraria al río. Uno de ellos tenía un patio, agenciado como jardín interior. Después de una alta puerta cochera venía un vasto zaguán desnudo de muebles, tamizadamente iluminado por dos ventanales enrejados. De uno de sus muros pendía un gran tapiz bordado de oro, debajo del cual había un pequeño armónium con teclado de cuatro octavas, una quinta y un tono. Una escalinata de piedra llevaba a la planta noble, de techo alto. Un amplio salón ocupaba toda la crujía. Altos ventanales lo inundaban de luz, apenas tamizada por cortinajes con alzapaños. Profusión de muebles de todos los estilos daban a la estancia un aspecto entre desenfadado y suntuoso, aunque siempre acogedor. Una gran puerta de cuarterones con marco de madera festoneada comunicaba con el edificio contiguo, cuya primera planta estaba ocupada por dos refectorios. Las dos plantas superiores estaban destinadas a aposentos individuales y colectivos, con capacidad para doscientas personas.
Del subterráneo se hablará en su momento.
Los caminantes entraron en la cayena cuando los residentes comenzaban a almorzar. El Mair se dirigió sin vacilar a uno de los refectorios, donde fue acogido con gran alborozo. Ramón Forteza lanzó una rápida mirada a la cabecera de la mesa. Efectivamente, allí estaba Blanca, charlando animadamente con los dos niños que la acompañaban. Cuando reparó en el caminante agitó la mano en un jovial saludo, haciendo clara ostentación del anillo de amatista. Los recién llegados se aligeraron de sus balixas y se sentaron a la mesa. La comida era sencilla pero bien preparada. El vino, en picheles, clarete y blanco de la cooperativa de Villafranca. Al terminar el almuerzo, la Magistra Domus se acercó a Blanca, que se levantó. Todos los comensales se pusieron de pie hasta que hubo salido con sus dos acompañantes. Luego volvieron a sentarse y arrancaron una larga sobremesa durante la cual el Mair fue muy escuchado. Después, cada cual vacó a sus tareas y los recién llegados se retiraron a descansar.
La cayena de Villafranca del Bierzo era el lugar donde los caminantes del Camino Superior de Santiago culminaban su formación participando en la Gran Dramaturgia. Los caminantes ordinarios se demoraban tres semanas en la residencia. Durante su estancia en Santo Domingo de la Calzada cada sodal supo el papel que le tocaba representar en la escenificación. Desde su llegada a Villafranca los caminantes trabajaban en los ensayos junto con el Cuerpo de Tragedia, que eran los actores y los músicos de la Compañía Permanente de Villafranca.
A todas horas del día resonaban en los caserones de la calle Ribadeo cantos y músicas instrumentales. La orquesta constaba de cuarenta instrumentistas. El coro, de sesenta cantores, que podían dividirse en ocho voces. El resto de los residentes eran actores, figurantes y tramoyas. Treinta niños y niñas del Sodalicio acudían en cada período para participar en la representación, como cantores, como instrumentistas o como actores. Llegaban a la casa más o menos una semana antes, inundándola de gritos, de juegos y de correteos a los que nadie se molestaba en poner coto.
El Mair y Ramón Forteza, a fuer de sodales ya formados, llegaron también una semana antes de la representación, que iba a tener lugar el día 24 de octubre. Ramón Forteza formaba parte del coro como barítono y había participado en los primeros ensayos en Santo Domingo de la Calzada. Los caminantes mayores, mujeres y hombres, no solían actuar, y componían, junto con algunos invitados, el único público de la representación.
Los días transcurrían plácidos en el valle del Bierzo. Todas las mañanas había ensayo de la coral. El resto del tiempo era libre, aunque había opción para concurrir a conferencias y seminarios sobre los grandes temas del Camino Superior de Santiago. Ramón Forteza impartió sus habituales lecciones sobre teoría de la relatividad, sobre física cuántica y sobre el Big Bang. Pasaba muchos ratos en la biblioteca de la cayena, notablemente rica en obras de historia, de filosofía, de ciencia, de arte y de cuestiones actuales. Daba, solo o con otros sodales, largos paseos por los alrededores y frecuentaba, según la costumbre del Sodalicio, los bares y mesones de la población. Algunas veces se hacía el encontradizo con los niños, que llevaban los caballos a pacer en el caz del Burbia. Entonces se sentaba con Blanca bajo los sauzgatillos de la ribera y conversaba largamente con la muchacha, que era un pozo sin fondo de preguntas y curiosidades. Mientras hablaban solían juguetear con los anillos de amatista, limpios ya y resplandecientes.
El Mair hacía frecuentes y discretas escapadas a Ponferrada para visitar a los niños del Hospital.
La víspera de la representación de la Gran Dramaturgia, Ramón Forteza fue convocado, junto con otros once caminantes, a una tenida de iniciación en una de las aulas de la cayena. Presidían la sesión tres caminantes mayores. Se trataba, explicaron, de declarar a los iniciandos algunos puntos del Arcano del Sodalicio.
El Arcano es una disciplina practicada por la mayoría de grupos mistéricos e iniciáticos. El Sodalicio no se consideraba misterioso en absoluto y sólo parcialmente iniciático, pero por respeto a las tradiciones en las que recolectaba su universo imaginario, había forjado también su acervo de conocimientos arcanos. La transmisión a los iniciandos tenía lugar precisamente durante su estancia en Villafranca del Bierzo. El Arcano no podía ser escrito ni comunicado a ningún ser humano fuera del Sodalicio. No se prestaba juramento, puesto que, por una parte, no había por quien jurar y, por otra parte, no se veía que perjuicio podía causar a la confraternidad la divulgación de los conocimientos arcanos. Se trataba, en resumidas cuentas, de una costumbre más arqueológica y estética que disciplinar.
El primer capítulo del Arcano revelaba los nombres antiguos del Sodalicio.
El segundo capítulo del Arcano versaba sobre la simbología del Iter Magnus. Se desveló el significado del número veintisiete, el de las letras hebreas que designaban las etapas y el de otros símbolos aritmológicos dispersos por el Camino. Se explicó la distinción entre octógono, octava y ogdóada.
El tercer capítulo del Arcano trataba de la Doncella y de su constelación simbólica.
El cuarto capítulo del Arcano resumía las finanzas del Sodalicio.
Ramón Forteza se atuvo a la disciplina más estricta y se abstuvo de consignar en su cuaderno el contenido de la revelación del Arcano, contentándose con una reseña general de la tenida. El lector que quiera penetrar por su cuenta en los misterios de la simbología arcana del Sodalicio podrá hacerlo con suma facilidad accediendo a los textos de los que ella bebe, entre otros el Timeo de Platón con el comentario de Calcidio, el Opificio Mundi de Filón de Alejandría, el Midrash Rabba, los escritos de Ezra de Gerona, el Corpus Hermeticum, el Libro I del Adversus Haereses de Ireneo de Lyón, los Fenomenos de Arato de Soli y el Harmonices Mundi de Juan Kepler.
Llegó por fin el día de la Gran Dramaturgia. El acto tenía lugar en una espaciosa sala que se había aparejado en los sótanos de los dos edificios que componían la cayena. Era un local de paredes desnudas y enjabelgadas. El suelo era de rasilla basta y a trechos muy cuarteada. La mitad del espacio estaba ocupado por varias hileras de bancos de buena factura. En el extremo opuesto a la entrada se levantaba un gran estrado de madera flanqueado por dos tribunas. A la derecha del estrado había un entarimado para la orquesta y el coro. El lado opuesto estaba ocupado por una gran alfombra en cuyo centro destacaba un sitial forrado de terciopelo rojo, rodeado de cojines y traspuntines esparcidos por el suelo.
Poco antes de las diez de la noche comenzó a entrar el público, compuesto por Caminantes Mayores, sodales que no participaban en la representación y por invitados. Una nubada de niñas y niños se sentaban alrededor del severo sillón dentro del que casi desaparecía la frágil figura de Blanca, vestida, como los demás niños, con una túnica verde claro. Los componentes del coro y de la orquesta, vestidos con túnicas gris claro, iban ocupando sus lugares.
Sonaron, lejanas, las campanadas de las diez. Se apagaron las luces de la sala. El escenario se iluminó con una densa luz negra. Las tribunas de ambos lados permanecían a oscuras. Lentamente, cuatro focos de luz amarillenta se proyectaron sobre el basamento del escenario, y se vio que el estrado estaba montado sobre un friso del que destacaban cuatro gárgolas representadas por cuatro actores, dos mujeres y dos hombres, con la cabeza y los brazos metidos en sendos cepos.
La orquesta irrumpió con la pieza de obertura, composición de un músico del Sodalicio, en mi bemol mayor. Cuando los últimos armónicos del acorde final se hubieron disuelto entre los muros del salón, las figuras de las gárgolas entonaron a cuatro voces, con brutal desafinamiento, el primer versículo del Miserere. El juego de luces y los agobiantes resoplidos de los cantores daban a entender que eran aquellas míseras gárgolas las que sostenían todo el peso del escenario, y por tanto de la representación.
La luz del escenario se hizo más intensa y apareció una protuberancia montañosa formada por un grupo de actrices y actores amontonados en el centro. Iban completamente desnudos y embadurnados con un ungüento que absorbía la luz negra de los focos y los convertía en uniformes muñecos de brillo apagado.
El coro y la orquesta interpretaron un oratorio con letra del Himno al sol de Milton, composición de un músico del Sodalicio, en mi bemol mayor, mientras detrás del amontonamiento de cuerpos desnudos emergía lentamente un disco solar rojizo.
Terminado el oratorio, cayó sobre el escenario un golpe de oscuridad, y simultáneamente se iluminó la tribuna del lado derecho, en la que compareció una figura humana revestida con un hábito rojo con capucha. Era el Lector de las Tesis. La primera Tesis era una lectura del pasaje bíblico de la creación del hombre y de la mujer.
Se iluminó la tribuna del lado izquierdo y apareció el Lector de las Antítesis, revestido con una túnica verde sin capucha. El Lector de las Antítesis denunció la obra del Demiurgo por haber creado un ser consciente sometido al dolor.
La dramaturgia prosiguió según el mismo esquema. El Lector de las Tesis leía pasajes bíblicos en los que Dios aparecía expulsando a Adán y Eva del paraiso, ordenando a los israelitas matar a todos los ancianos, mujeres y niños de Jericó, confabulándose con Satán para torturar a Job y gloriándose, por boca de Jesús, de su providencia sobre los lirios del campo. El Lector de las Antítesis execraba la crueldad del Creador, identificaba a Dios con Satán y ponía de manifiesto la hipocresía de la Providencia que cuidaba sus flores mientras millones de niños sucumbían a las enfermedades y en los cataclismos. Después de cada episodio, las cuatro gárgolas rugían un nuevo versículo del Miserere.
En el escenario, los figurantes desnudos plasmaban las escenas descritas por el Lector de las Tesis.
Terminadas las lecturas, apareció en el escenario una figurante niña con un candil encendido. El Lector de las Tesis proclamó:
¡Mirad cuan débil, vacilante y temblorosa es la luz de la razón.
Desde su tribuna en el lado izquierdo, el Lector de las Antítesis contestó:
Si, es débil, vacilante y temblorosa la luz de la razón, pero no hay otra.
Sobre el escenario cayó un golpe de oscuridad. El coro y la orquesta interpretaron un himno en mi bemol mayor. Los focos iluminaron el amontonamiento de cuerpos, detrás de los cuales un disco solar rojizo se hundía lentamente. Las luces del escenario se fueron fundiendo mientras un foco de luz blanca iluminaba el sitial de la Doncella. Al término se apagaron todas las luces del proscenio y se encendieron las de la sala.

Cuando Ramón Forteza salía del teatro subterráneo con los demás cantores se dio cuenta de que había perdido el anillo de amatista. Recordó que había estado jugando con él durante la representación. Probablemente se le cayó sin que se diera cuenta, pues le venía holgado. Regresó al estrado de los cantores y buscó en el suelo. Los tablones del entarimado estaban bastante separados; debajo de ellos las baldosas aparecían agrietadas, dejando entre ellas grandes boquetes por los que muy bien podía haberse escurrido el anillo. El hecho es que no lo encontró, y fue a acostarse muy cariacontecido, por más que no cayó en la ingenuidad de dar valor simbólico a esta pérdida.

viernes, 9 de marzo de 2007

LA AMATISTA

LA AMATISTA
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DECIMONONA ENTREGA


SADHE
18

De Rabanal del Camino a Ponferrada

Tronó toda la noche. Los estallidos retumbaban a lo lejos, en las laderas rocosas del monte Teleno, yendo a extinguirse en los muros de las casas de Rabanal. Ramón Forteza, arrebujado bajo dos mantas, intentaba olvidar que la hora de salida había sido fijada para las siete de la mañana. Pero a esta hora nada sucedió. Ya no llovía, y el sol, limpio y bien dispuesto, fucilaba en los charcos que la lluvia había dejado en las calles. Hacia las ocho, el Caminante Mayor comenzó a rebullir por el hostal, que al poco se llenó de actividad y de aroma de café. No les pesó el retraso, pues afuera hacía frío, y por otra parte les sobraba tiempo todavía para llegar a Ponferrada antes de oscurecer.
Animosos, espoleados por un cierzo cortante y regañón, salieron de Rabanal por la calle Recta hasta encontrar la carreterilla que hace de calzada peregrina. Atravesaron un antiguo canal que había servido a las minas de oro y fueron ascendiendo hacia la cumbre del monte Irago por un terreno de monte bajo: retama, brezo y algún roble. A su izquierda, sobre el valle más occidental de la Maragatería, se erguían los costillajes rocosos y rapados del Teleno, mole pedregosa a 2183 metros de altitud.
Antes de llegar a Foncebadón, a cuatro kilómetros de Rabanal, la carretera gira a la derecha; el camino viejo sigue de frente para atravesar el pueblo, en la actualidad completamente abandonado. Hasta no hace mucho vivía aquí una vieja aperreadora que era el terror de los peregrinos.
Foncebadón fue etapa importante en la ruta jacobea. Tuvo hospital y convento, que en realidad era una comunidad de ermitaños desparramados por estas soledades. En el siglo X Ramiro II convocó un concilio "en el monte Irago", por lo que se supone que tuvo lugar en Foncebadón.
Los caminantes atravesaron el pueblo muerto, pasado el cual hay una fuente, y volvieron a encontrar la carretera. Un kilómetro más allá se hallaron ante la famosa Cruz de Hierro. De un gran montón de piedras surge un asta de palo de cinco metros en cuya cima esta encajada una cruz de hierro de un metro y medio. Las piedras del basamento eran arrojadas en la antigüedad por los segadores gallegos que iban a la siega en Castilla. Actualmente el majano se acrece con los cantos que arrojan los peregrinos.
Mientras cobraban camino reanudaron la conversación del día anterior acerca del dolor, y, de tumbo en tumbo, dieron en reflexionar sobre la muerte. En el cuaderno de Ramón Forteza se halla un resumen de la conversación.
"La muerte es un hecho natural. Ser niño, sacar dientes, crecer, ser joven, comer, fecundar, ser viejo, son hechos naturales que se suceden en el transcurso de la vida; también es natural el hecho de disolverse. La muerte es una parte de nuestro ser tan esencial como la vida. El horror a la muerte es un producto de la civilización. La mayoría fluctúa miserablemente entre el miedo a la muerte y las penas de la vida, y no quiere vivir, pero no sabe morir. Así, pues, Lucilio querido, apresúrate a vivir y valora cada día por toda una vida. Nada temible hay, en efecto, en el vivir para quien ha comprendido realmente que nada temible hay en el no vivir. Así pues, el más terrible de los males, la muerte, nada es para nosotros, porque cuando nosotros somos, la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente, entonces ya no somos nosotros. En nada afecta, pues, ni a los vivos ni a los muertos, porque para aquéllos no está y éstos ya no son. Lo cierto es que en la mayoría de los casos la preparación de la muerte ha dado más tormentos que el mismo sufrimiento. Si no sabéis morir, no os atosiguéis: la naturaleza os lo enseñará en su momento, plena y suficientemente; ella hará este trabajo por vosotros, no la estorbéis. Si hemos sabido vivir con constante tranquilidad, sabremos morir de la misma manera. Constato que me es más difícil de digerir esta resolución de morir cuando estoy sano que cuando estoy enfermo. A medida que voy apreciando menos las comodidades de la vida, puesto que comienzo a perder su uso y su placer, voy considerando la muerte con menos temor. Tengo la esperanza de que al irme alejando de aquélla y aproximando a ésta aceptaré con ecuanimidad el tránsito de una a otra. Ahora bien, si no es racional desear la muerte, si es racional desear que, cuando llegue, sea en la forma de una buena muerte. La garantía definitiva frente al temor de la muerte es la aceptación de la muerte voluntaria, es decir, del suicidio, si el mantenimiento de la vida se convierte en un sufrimiento intolerable. Si se nos da opción entre una muerte dolorosa y otra sencilla y apacible ¿por qué no escoger esta última? Del mismo modo que elegiré la nave en que navegar y la casa en que habitar, así también elegiré la muerte con que salir de la vida. Por otra parte, así como no siempre es mejor la vida más larga, así resulta siempre peor la muerte que más se prolonga. Ninguna solución mejor ha encontrado la ley eterna que la de habernos otorgado una sola entrada en la vida y muchas salidas. ¿Voy a esperar la crueldad de la enfermedad o de los humanos, cuando puedo abrirme paso a través de los tormentos y conjurar la adversidad? Éste es un motivo importante para no quejarnos de la vida: que a nadie retiene. ¿Te agrada? Sigue viviendo. ¿No te agrada? Puedes regresar a tu lugar de origen."

Media hora después los caminantes atravesaron otro pueblo muerto, Manjarín, a la salida del cual hay una fuente restaurada. Manjarín tuvo también hospital de peregrinos. Dos kilómetros más arriba se desgaja a la derecha una pista que lleva a una estación militar de comunicaciones, en la cumbre del monte Irago. Poco después la carretera alcanza el punto más alto del recorrido, a 1517 metros de altitud. Comienza el descenso hacia El Bierzo. Poco más de media hora después del collado, las marcas de la peregrinación invitan a dejar la carretera y adentrarse por un sendero que en vertiginosa pendiente desciende hasta la fuente de la Trucha, a la entrada de El Acebo. El pueblo, de genuino aspecto montañés, está habitado. Es tradición que los habitantes del pueblo quedaron exentos de tributos reales por haber plantado estacas que orientasen a los peregrinos durante la estación de las nieves. Los caminantes lo atravesaron a buen paso, pues ya, cual potros hambrientos, gulusmeaban el pesebre que les aguardaba en Riego de Ambrós.
Pasado El Acebo, una pista a la izquierda lleva por una cepeda al lugar de Compludo, donde hubo un monasterio y donde funciona todavía una antigua herrería de fundación medieval. Veinte minutos más tarde los caminantes bajaban a paso de carga por la calle de Riego de Ambrós a la querencia del mesón que se halla a la salida del pueblo. Podían concederse una hora y media para comer y descansar.
Almorzaron con sencillez y decencia, templándose con clarete de Molinaseca, que les supo a gloria. Luego, como el tiempo había escampado por completo y hacía incluso calorcillo, se tendieron bajo unos castaños y requebraron una media siesta más por gusto que por necesidad.
Al salir de Riego de Ambrós encontraron a cinco compañeros del Sodalicio, tres hombres y dos mujeres, que descansaban a la sombra de un nogal. Una de las compañeras, una joven mujer de aspecto eslavo, estaba procediendo a la cura de una pequeña ampolla en la planta de su pie izquierdo. El Mair no pudo abstenerse de propinarle una suave reprimenda; los caminantes del Sodalicio estaban obligados a extremar el cuidado de los pies, para lo cual vigía un decálogo que exigía una serie de medidas preventivas destinadas a evitar situaciones como la presente. El Caminante Mayor del grupo asumió la responsabilidad del percance y prometió enmienda. Restituido el orden, el Mair sacó la bota y propuso una ronda de vino aguado, a lo que todos se avinieron. Al cabo reemprendieron el camino.
Ramón Forteza propuso reanudar con los nuevos acompañantes la conversación sobre la muerte que el Mair y él habían mantenido. El Caminante Mayor del quinteto, francés de Limoges, ofreció aducir su propia experiencia acerca del argumento, ofrecimiento que aceptaron todos con sumo agrado. Esto es lo que dijo, según el resumen del cuaderno de Ramón Forteza:
"Cuando uno de los compañeros o compañeras, o persona allegada al Sodalicio, tiene noticia cierta de hallarse en la fase terminal de una enfermedad, se aglutina a su alrededor un Hogar Permanente de Acompañamiento. De acuerdo con la familia, si es el caso, los acompañantes asisten sin interrupción, día y noche, a la persona desahuciada, siempre dentro del más escrupuloso respeto de su independencia y de su intimidad. En este momento del proceso, lo más importante es que el enfermo tenga una experiencia directa, dilatada e intensa de la solidaridad de sus compañeros. El enfermo, que conoce perfectamente la práctica de la eutanasia en el Sodalicio, plantea, en el momento que él decide, la cuestión de su muerte. Entonces se entabla un diálogo sin urgencias ni constriciones. Los acompañantes ayudan al enfermo a hacer frente a su situación con realismo y serenidad. Su enfermedad ha sido declarada incurable y terminal. Por el momento no sufre graves incomodidades, pero éstas sobrevendrán ineluctablemente en un tiempo previsible. El enfermo sabe que lo más razonable es poner fin a su vida antes de que los grandes dolores conviertan sus últimos días en un infierno de angustias y de sufrimientos inútiles para él y para los suyos. Los acompañantes están a su lado para sostenerlo en este trance. El desahuciado puede contar incondicionalmente con ellos, puede sostener con ellos conversaciones interminables y sabe que, en todo caso, nadie se adelantará a tomar una decisión que sólo a él le corresponde. En un momento dado, el enfermo decide iniciar el proceso que debe poner fin a su vida. Sabe que los acompañantes asumirán todas las acciones, y sabe también que en cualquier momento puede interrumpir el procedimiento. Si se produce esta interrupción, los acompañantes, por medio de conversaciones distendidas e ilimitadas, le invitan a considerar que el fin es ineluctable y que la espera sólo puede acarrearle grandes sufrimientos. Se le propone un tratamiento con sedantes enérgicos, a fin de aminorar la angustia de la decisión. En todo caso, una vez la extinción ha sido aceptada y ordenada, los acompañantes proceden a aumentar las dosis de sedativos y, si conviene, de paliativos. El enfermo sabe que en adelante son los acompañantes los que asumen todas las decisiones, aunque sigue conservando la facultad de interrumpir el proceso en cualquier estadio. En el momento que consideran conveniente, los acompañantes administran al enfermo potentes somníferos, y cuando ha entrado en un sueño profundo, ponen fin a su vida."

Después de caminar unos minutos por la trocha que bordea el arroyo de Prado Mangas, lo atravesaron y siguieron por una pista que al cabo vuelve a ascender a la carretera. pero sólo para abandonarla en seguida para tomar un sendero que, después de remontar una loma, baja hasta un arroyuelo pretenciosamente dicho Río de la Pretadura y va a salir a la capilla de las Angustias, fábrica barroca del siglo XVIII, ya a las puertas de Molinaseca. Desde Riego de Ambrós el camino discurre entre bosques de castaños y chopos, en total soledad.
Molinaseca se arrebata en línea recta a lo largo del río Meruelo, sobre el que brinca un airoso puente medieval. El pueblo es pulcro y acogedor. Tuvo hospital de peregrinos, cuyo edificio se conserva en una plaza al final de la calle Real, antes Calle de los Peregrinos. La crónica de Laffi describe el pueblo como "situado en una hermosa llanura, cruzado por un río que siempre trae agua y que viene de oriente. Es lugar bastante más abundante en frutas y en hierbas que en grano". Tiene buenos mesones y vino de sus propias viñas, de vocación ya berciana. A los caminantes les fue ofrecido un cortadillo de clarete fresco, servido junto al tonel en la umbría de un zaguán oloroso de mosto. Deplorando la premura de la hora, que avanzaba hacia el atardecer, se arrancaron de la afable compañía de los vecinos y emprendieron la última y fastidiosa etapa hasta Ponferrada por la carretera, pues el camino viejo está prácticamente perdido.
Dejando a la izquierda el itinerario por Campo, siguieron recto hacia el Paso de la Barca sobre el río Boeza, y atravesado el puente del ferrocarril, se hallaron en los arrabales de Ponferrada. Subieron a la ciudad vieja, pasaron por delante del santuario de la Encina y por la calle del Reloj bajaron hacia la Puente Ferrada, más allá de la cual se extiende el ensanche modernista.
Ponferrada fue un lugar de escasa importancia hasta que en el siglo XII los Templarios la hicieron capital de una de sus encomiendas hispánicas y levantaron el vasto castillo que aun se conserva, notable ejemplo de arquitectura militar del medioevo. "Es ésta una villa con una poderosa fortificación y con mucho vino", dice a finales del siglo XV el peregrino Arnold von Harff. En el altozano ocupado por la ciudad vieja destaca el edificio mitad renacentista mitad barroco de la Basílica de Nuestra Señora de la Encina, que tiene un buen órgano. El nombre de la ciudad viene de "Pons Ferrata", que hace referencia a un puente de piedra con grapas de hierro sobre el río Sil construido por el obispo Osmundo en el siglo XI. Este puente no se conserva, y el nombre de Puente Ferrada lo ha heredado el puente de la Puebla, que sí es de hierro.
El caminante mayor condujo a su compañero al hotel Madrid, donde era conocido. Anochecía. La etapa había sido dura, subiendo y bajando. Dieron Ponferrada por vista, concertaron una cena en el mismo hotel y buscaron el retiro de sus habitaciones. A las ocho y media bajaron al comedor, donde les fue servida una cena de la más consolidada rutina hotelera. Luego pasaron al bar, pidieron un Rémy Martin, fumaron un cigarro y una pipa y a las diez ya estaban acostados.

viernes, 2 de marzo de 2007

LA AMATISTA

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De Astorga a Rabanal del Camino

Inició el sol su disciplinada ruta en la órbita correspondiente a tres cuartos de luna después del equinoccio de otoño, pero en la Maragatería nadie se dio cuenta, porque el día amaneció nublado y lluvioso. Los caminantes, parapetados tras el velador de un café del barrio astorgano de Rectivia, cerca de San Pedro de Afuera, aguardaron a ver si escampaba. Hacia las diez, como la lluvia no amainara, decidieron envolverse en sus capotes y salir al camino, que era primero calle y luego carretera que descendía hacia la vaguada del río Jerga pasando por las Ventas de Peñicas. Dejaron a su derecha el pueblo de Valdeviejas, que tuvo hospital de peregrinos. Pasando a tocar de la ermita del Ecce Homo, siguieron por la carretera hasta el puente supuestamente medieval sobre el río Jerga, poco después del cual abandonaron el asfalto para tomar una pista que entraba en Murias de Rechivaldo. La lluvia se había convertido en una tenue mollizna que descendía de un techo de nubes cada vez más claras, como si tras ellas un cuerpo luminoso pugnara por asomarse a la tierra. Los caminantes cobraron camino en un entorno cada vez más árido. La pista desembocó en un cruce de carreteras. Tomaron la carreterilla estrecha y desierta que ya no iban a desamparar hasta Molinaseca, trazo seguro a través de los Montes de León. Dos horas después de salir de Astorga llegaron a Santa Catalina de Somoza (sub montia : al pie del monte), renunciando a visitar Castrillo de los Polvazares, la capital turística de la Maragatería.
Santa Catalina tuvo, parece ser, hospital. Hoy tiene un modesto mesón en el que los caminantes decidieron hacer colación, pues les constaba que después venían once kilómetros sin suministro alguno.

Entre Santa Catalina y El Ganso la ruta comienza a ascender entre carrascas y rebujales. El Ganso tuvo hospital y monasterio de monjas premonstratenses. En la actualidad tiene una fuente. Los caminantes bebieron en ella y entablaron conversación con una niña de aspecto inconfundiblemente maragato que estaba sentada en el brocal, envuelta la cabeza en una amplia pañoleta de algodón azul claro. Un golpe de viento dejó su rostro al descubierto; surcaban su cara formaciones de pápulas eritematosas de bordes nítidos, que cerca del cuello presentaban una escama blancuzca. La niña volvió a anudar el pañuelo y quedó silenciosa y como avergonzada. Al caminante mayor le faltó tiempo para sacar toda su guarda de relojes y bolígrafos, con los que la obsequió, añadiendo una pequeña cámara fotográfica y unas gafas de sol. La muchachita sonrió, recogió los regalos, se levantó y desapareció por una calleja que daba a la plaza de la fuente. Los caminantes bebieron de nuevo y siguieron adelante. Iban en silencio, abrumados por el drama que albergaba aquella pequeña aldea de la Maragatería. "Psoriasis avanzada; no curará", murmuró el Caminante Mayor después de una ringlera de toses y carraspeos. Y se pusieron a discurrir sobre el dolor. Ramón Forteza Consignó en su cuaderno, con toda fidelidad, la larga diatriba del Caminante Mayor:
"Hay un criterio definitivo para entender al hombre y para juzgar a Dios: el dolor. El entorno del hombre es susceptible de ser definido, como hace el budismo, por medio de "unidades de dolor" (dharmas). El mundo, visto desde la posición del ser humano, es un generador de dolores.
"Conviene ante todo distinguir el dolor y el sufrimiento. El dolor es un hecho fisiológico y afecta al presente. El sufrimiento es la repercusión del dolor en la totalidad del organismo humano, en su sensibilidad, en su memoria, en su inteligencia. El sufrimiento se proyecta sobre el pasado, el presente y el futuro; el dolor es insoslayablemente presente. El animal también experimenta dolor, pero su capacidad de sufrimiento es muy escasa. En cambio, el ser humano puede llegar a sufrir sin padecer dolor. Sufrimos al percibir el dolor de los otros. El herido tratado con analgésicos no siente dolor, pero sufre. El sufrimiento, a fuer de vivencia de un ser inteligente, puede ser dominado inteligentemente; el dolor no, el dolor es una afección del animal y sólo puede ser tratado con procedimientos físicos.
“El dolor es ley y condición de subsistencia: una especie insensible al dolor se extinguiría rápidamente. El dolor previene el conflicto, lo diagnostica y contribuye a superarlo. El viviente es doliente por esencia. El hombre, como animal, es un ser doliente.
"Pero el dolor humano reviste características singulares, únicas, si es cierto que somos la única especie inteligente del universo. El hombre, inmerso en el conflicto cósmico y vital, experimenta el dolor como conciencia. El conflicto y su consecuencia sensible, el dolor, serían puros hechos cósmicos sin la conciencia. El dolor sentido adquiere una dimensión totalmente nueva. Pasa a sufrimiento, accede al ámbito de lo moral. El espíritu inteligente en una carne doliente es el mal esencial. En esta constatación halla su fundamento el ejercicio filosófico de la teodicea. Teodicea: juzgar a Dios. La divinidad es sometida al tribunal de sus criaturas. Las religiones y las filosofías creacionistas, por el solo hecho de establecer la figura de un creador se ven también abocadas al proceso de la teodicea: si el mundo en su estado actual tiene una causa inteligente, esta causa es irremediablemente perversa.
"El anhelo de la humanidad ha sido siempre la eliminación del dolor como condición indispensable de la superación del sufrimiento. Una vez el dolor eliminado, muchos seres humanos seguiran sufriendo, pero la causa de este sufrimiento se hallará en ellos mismos o en otros seres humanos, ya no será una fatalidad cósmica.
"Los movimientos espirituales han hecho frente con intrepidez al sufrimiento humano y a su ingrediente principal, el dolor físico. El budismo ha creado todo un sistema filosófico basado en la noción de sufrimiento y en las posibilidades de su superación. Las cuatro grandes verdades de Buda conciernen al dolor. Pero la comprensión y el desarrollo de ésta y de parecidas sabidurías está reservada a una minoría de caracteres. El budismo, en su calidad de gnosis analgésica, está reservado a una minoría.
El cristianismo se ha acercado al dolor con acentos mucho más humanos y universales. El Dios cristiano condesciende a hacerse hombre para padecer con el hombre y conseguir para él un camino de liberación. Pero la victoria sobre el dolor queda postergada hasta la vida futura. El padecimiento del presente queda intacto, paliado tan sólo, para los adultos, por la virtualidad de una intensa identificación con el sufrimiento de Jesús. Para los niños no hay paliativo. Por otra parte, el judaísmo y el cristianismo han promovido en la humanidad la actitud de la misericordia, dirigida a paliar el sufrimiento del prójimo, creyente o no. El hospital y la beneficencia son un invento cristiano. Es curioso constatar, sin embargo, como los creyentes no caen en la cuenta de que las interminables filas de camas de sus hospitales son un monumento a la perversidad de su Dios.
"No queda otra vía practicable que el progreso tecnológico. Es la inteligencia humana aplicada al discernimiento de las leyes de la naturaleza la que creará las condiciones para la superación del dolor humano, y, ante todo, el de los niños. La salvación está en la medicina y en la farmacología. Los profetas de este evangelio son los médicos, los farmacéuticos, los enfermeros, mujeres y hombres consagrados a eliminar o a paliar el dolor humano. En Occidente y en las zonas desarrolladas del planeta ellos han traído la paz a los espíritus angustiados por la inminencia del dolor y de la muerte: todos sabemos que en el momento decisivo estos expertos en cuerpos humanos estarán cabe nosotros para librarnos del dolor y hacer más llevadero nuestro sufrimiento.
"Mi insistencia en poner en primer lugar el dolor de los niños no es únicamente por motivos sentimentales. Ciertamente, el dolor de los niños y de las niñas me sume en la más absoluta consternación. Pero el sufrimiento infantil es el argumento decisivo frente a las ambigüedades o a las hipocresías de las religiones en su cotejo con el dolor. Ninguno de los remedios que proponen para el dolor presente sirve de nada para eliminar o ni tan siquiera paliar el dolor de los niños. Y basta una niña doliente para proclamar la infamia de nuestro Dios.
"En el niño doliente, el despertar de la inteligencia sirve sólo para añadir a su dolor el agobio del sufrimiento. El niño, aun el infante, no es un animal. Sufre como un ser humano. Y no tiene acceso a los paliativos que la inteligencia ofrece por medio del lenguaje, que permite al doliente comunicarse con los demás y sentir el lenitivo de su compasión. El niño sufre solo, y la naturaleza no le ofrece más recurso que el llanto para desviar la pesadumbre de su sufrimiento.
Dejemos a los creyentes de diversa laya lidiar con sus propias contradicciones y examinemos la proyección de la admirable geometría divina sobre la sensibilidad de los seres vivos más dignos de respeto, los retoños de la especie humana antes de acceder al uso de razón. Veamos, a través de un catálogo de sus enfermedades y de sus dolores, qué entiende el Dios de la revelación cristiana por belleza, providencia y amor.
"El asma es un trastorno pulmonar obstructivo difuso. La obstrucción de las vías respiratorias se debe a constricciones, hipersecreciones o inflamaciones. La pequeña víctima tiene tos, respiración sibilante, rápida y dificultosa, que requiere la utilización de los músculos respiratorios accesorios. Sobrevienen taquicardias. El infante tiene la sensación de ahogarse. Las crisis pueden degenerar en estatus asmático, con riesgo de muerte por asfixia. El asma es una enfermedad crónica. Cuando el niño llegue al uso de razón sabrá que esta amenaza de sufrimiento le acompañará durante toda su vida. La anafilaxia es una reacción violenta del sistema inmunitario ante una agresión exterior. La pequeña víctima siente hormigueos en la cara y boca, escozores, dificultad para tragar, opresión en el pecho, urticaria, dificultades respiratorias, hipotensión, braquicardia y diarrea. Su aspecto es cadavérico y, efectivamente, puede morir. Los niños y las niñas pueden estar afectados por una gran variedad de artritis crónicas localizadas en cualquiera de las articulaciones. Durante toda su vida el movimiento de las articulaciones afectadas les producirá dolor. La encefalitis grave (como la causada por el virus del herpes simple) cursa con convulsiones, edema cerebral, fiebre alta, alteraciones cardiorrespiratorias y coagulación intravascular diseminada. Las secuelas pueden ser gravísimas. La septicemia provoca temperatura inestable, taquicardia, respiración convulsiva, lesiones cutáneas y alteraciones del estado mental. La mortalidad es muy alta. La meningitis bacteriana del período neonatal involucra bacterias de la flora vaginal materna (refinamiento de la providencia demiúrgica, comentó el Caminante Mayor: la madre transmite la enfermedad al hijo). La osteomielitis es una infección relativamente frecuente en la infancia, y afecta más a los niños que a las niñas. Suele localizarse en el fémur, y se presenta como cojera con dolor óseo. La difteria, antes causante de gran mortalidad, sigue siendo grave en paises subdesarrollados que no pueden vacunar sistemáticamente a los niños durante el primer año. La faringe se recubre con una seudomembrana que asfixia a la pequeña víctima. El tétanos neonatal también es frecuente en aquellos paises. Se produce tras la infección del cordón umbilical y aparece como una enfermedad generalizada, con rigidez muscular y convulsiones bruscas. La sífilis congénita suele ser secundaria al paso de espiroquetas a través de la placenta. También el virus de la hepatitis B puede transmitirse por vía intrauterina. Sus complicaciones son la cirrosis y el carcinoma hepático, que el infante arrastrará durante toda su vida. Con la fístula traqueoesofágica el niño segrega mucha saliva y se asfixia. La invaginación tiene lugar cuando un segmento intestinal se introduce dentro de otro. Provoca intensos dolores abdominales, vómitos y heces hemorrágicas. Parecidos síntomas ofrece la colitis ulcerosa. La neumonía estafilocócica provoca fiebre alta, tos y dificultades respiratorias; son frecuentes las alteraciones del estado mental y el shok; el derrame pleural es una complicación frecuente; la mortalidad es alta en el primer año de vida. El edema de pulmón y los abscesos pulmonares provocan hemoptisis y esputos. Ocho de cada mil nacidos vivos presenta una cardiopatía congénita: corazones infantiles enfermos desde el nacimiento. En la endocarditis infecciosa el niño sufre fiebre, escalofríos, dolor torácico, dificultades respiratorias, sudoración y dolor de las articulaciones. Las leucemias son las formas de cáncer más comunes en la infancia. Sus síntomas generales son palidez y fatiga (anemia), sangrado, fiebre y dolor en los huesos. El neuroblastoma es un tumor del sistema nervioso que puede conducir a la demencia infantil. Los tejidos blandos del niño y de la niña pueden estar afectados por una gran cantidad de sarcomas, causa de muchos dolores: hemorragia nasal, respiración dificultosa, parálisis de nervios craneales, ceguera, cefáleas, vómitos, tumefacción de la cara y del cuello, déficit visual, dolor de oído, otorrea, tos cruposa, estridor progresivo, hematuria, incontinencia, infección de las vías urinarias, inflamación de los testículos, hemorragia vaginal. La hematuria u orina sanguinolenta afecta a las niñas y a los niños por muchas causas: por enfermedades glomerulares (una docena de variantes), por infecciones bacterianas y virales, por anomalías en la misma sangre (coagulopatías, trombocitopenia, células falciformes, trombosis de la vena renal), cálculos, anomalías congénitas, traumatismos, tumores. La nefritis intersticial crónica depende de insuficiencia renal crónica y suele degenerar en enfermedad renal terminal. La glomerulonefritis semilunar es fulminante. Las manifestaciones clínicas de la insuficiencia renal aguda son oliguria, palidez, anemia, edema, hipertensión, vómitos y letargo. Las complicaciones consisten en insuficiencia cardíaca congestiva, edema pulmonar, arritmias, hemorragia gastrointestinal, convulsiones y coma. Las manifestaciones clínicas de las infecciones de las vías urinarias en el neonato consisten en incapacidad para desarrollarse, ictericia, pérdida de peso, fiebre, diarrea y vómitos; en los niños y niñas mayores puede producir fiebre, incontinencia, enuresis, disuria y orina fétida. El hipotiroidismo congénito afecta a uno de cada cuatro mil lactantes. Las manifestaciones clínicas son ictericia prolongada, problemas de alimentación, letargo, ahogos, dificultades respiratorias (debidas a una lengua gruesa), hipotermia, piel fría y moteada, edema de genitales y extremidades, bradicardia, soplos cardíacos, anemia y fontanelas anchas; en la infancia hay detención del crecimiento, tamaño craneal grande, ojos separados, depresión del puente nasal, lengua gruesa, retraso de la dentición, piel seca y descamada, pelo tosco y quebradizo. En la insuficiencia corticosuprarrenal hay debilidad muscular, anorexia, pérdida de peso, tensión arterial baja, aumento de la pigmentación cutánea, especialmente en los genitales, ombligo, axilas, pezones y articulaciones, y mucosa bucal azul pardusca. Una de cada tres mil niñas nace con el síndrome de Turner, que se manifiesta en edemas de manos y pies, pérdida de los pliegues cutáneos de la nuca, reducción de la talla, cuello alado, implantación capilar posterior baja, mandíbula pequeña, orejas prominentes, pliegues epicánticos, paladar ojival, torax ancho, cúbito valgo, uñas de los dedos hiperconvexas, escoliosis; son frecuentes los defectos cardíacos, renales y auditivos. Los niños y niñas pueden sufrir una variada gama de convulsiones, que si duran más de treinta minutos son calificadas de epilepsia, durante la cual pueden desarrollarse cambios neuronales irreversibles. La distrofia muscular de Duchenne afecta a los varones y es hereditaria. No se detecta hasta el segundo año. Luego se observan miocardiopatía, ligero deterioro intelectual, cifoescoliosis y contracturas; aparece debilidad progresiva y el niño es ya incapaz de andar; la muerte se produce al final del primer decenio de vida. Las enfermedades del oído infantil cursan con ocho tipos de síntomas: otalgia, otorrea, pérdida de audición, tumefacción, vértigo, nistagmo, tinnitus y parálisis facial. Las enfermedades de la piel producen en el infante máculas, pápulas, nódulos, tumores, vesículas, ronchas y quistes. Las deformaciones óseas en los pies dan lugar a pies planos, pies cavos y pies zambos, que dan situaciones dolorosas. Entre los problemas de la columna vertebral el más grave, y también el más frecuente, es la espina bífida. El raquitismo es una enfermedad exclusiva de la infancia, y puede desarrollarse en una docena de variantes. La joya que cierra esta corona de piedras preciosas de la providencia demiúrgica es el síndrome de la muerte súbita del lactante. Suele presentarse en un lactante de dos o tres meses que está en su cuna sin ningún problema aparente. Las causas pueden ser múltiples e imprevisibles. Por una vez, el niño muere sin dolor.
"Los teólogos cristianos, acuciados por los creyentes, han excogitado multitud de subterfugios especulativos para salvaguardar la integridad moral del Creador y Padre. Afirman que el dolor es un instrumento de purgación de los pecados, y proponen al viador doliente la unión espiritual con Jesús en el trance de su pasión. Si les aprietan y les objetan que los niños dolientes no tienen ningún pecado que purgar, vomitan el dogma del pecado original.
"El Libro de Job, recibido en el canon judío y en el cristiano, presenta a dos personajes divinos, Yavé y Satán, en perfecta connivencia para acarrear males incontables al desgraciado Job, escogido como conejillo de Indias de un inicuo experimento de resistencia de materiales anímicos. En esta ocasión, Dios es causa directa de los padecimientos de Job, pues el diablo, a fuer de miembro de la familia divina actuó en este caso como mero tecnólogo y ejecutor del designio del Supremo. Por otra parte, la teopatía de Job corrobora la sospecha de ciertos cristianos del siglo III, para los cuales bajo el nombre de Yavé se escondía en realidad la abominable personalidad de Satán."

La ruta asciende ya netamente por un terreno de jaras y brezos. La tierra es áspera, y las rocas esquistosas asoman por doquier dando testimonio de la pobreza del terreno. Aparecen los primeros pinos, resultado de un proyecto de repoblación. Más allá del cruce que lleva a Rabanal Viejo, la carretera discurre por un encinar. Los caminantes, con andadura de paseo, rebasaron la ermita del Santo Cristo y, justo donde llega por la izquierda la carretera de Santa Colomba de Somoza, dejaron la ruta asfaltada y entraron en Rabanal del Camino por la vieja calzada, que lleva derecho a la calle principal, llamada Recta. Traspusieron la ermita de San José, el caserón de las Cuatro Esquinas y se detuvieron ante la iglesia románica de Santa María. Rabanal tuvo casa de Templarios, dependiente de la encomienda de Ponferrada.
Los caminantes pidieron alojamiento en el refugio de peregrinos "Gaucelmo", atendido por una confraternidad jacobea inglesa, que acogía también a los viajeros como hostal. Fueron alojados en dos habitaciones del último piso, a teja vana, pequeñas pero confortables. Atardecía. Reposaron un poco y salieron a pasear por el pueblo, de disposición típicamente jacobea. El aire era frío, pues el pueblo está a más de mil metros de altitud. Al cabo optaron por sentarse a la mesa en un mesón de la plaza de la iglesia, donde tomaron unas copas mientras conversaban con los peregrinos que allí se habían juntado. Hacia las ocho pidieron de cenar y se les pudo servir una sopa de cocido seguida de una morcilla casera. Trasegada la última copa, se despidieron de la amena compañía y fueron a acostarse. Lloviznaba en Rabanal del Camino, y una tronada se aparejaba, como una protesta, por la parte de Somoza.