sábado, 24 de febrero de 2007

LA AMATISTA

LA AMATISTA
El Camino Superior de Santiago
novela por entregas
aparecerá en este blog un capítulo cada semana
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Barcelona, 2005.
DECIMOSÉPTIMA ENTREGA


AYIN
16

De Hospital de Órbigo a Astorga


Un sol pálido en un cielo agrisado e inmediato es lo que deparó a los caminantes aquel día de mediados de octubre. Por el lado de los Montes de León, cada vez más cercanos, se levantaba un nublado fosco que presagiaba lluvias vespertinas. Puesto que la etapa que les aguardaba era corta, quince modestos kilómetros, soslayaron el madrugón, y cual indianos acomodados tomaron un reposado desayuno en el hotel, sobre el verdeante paisaje de la ribera del Órbigo. Muy pasadas las nueve de la mañana se adentraron por la población de Hospital de Órbigo. Dejaron a su derecha la iglesia de San Juan y más allá, en la plaza, les fue mostrado el lugar donde según la tradición se levantaba el hospital de peregrinos. Anduvieron luego un cuarto de hora por el alfoz de la villa, peinado de acequias que enmarcan feraces tablares de huerta con frutales aparrados. Al cabo llegaron a la carretera nacional, pero no tuvieron que marchar por ella, sino por el tramo viejo, que discurre a la izquierda del nuevo vial. Allí se juntaron con un grupo de peregrinas y peregrinos franceses, locuaces y joviales, que atenuaban la monotonía de la ruta asfaltada con reiterados tientos a una bota de vino tinto que llevaban terciado de agua, según aseguraron. Aprobó el Caminante Mayor este proceder, por cuanto rocía las telas del hígado sin apesadumbrar el cerebro y mostró su aquiescencia con una tragantada de indiscutible connaisseur. Departiendo y soplando cobraron camino durante hora y media a través de un terreno ondulado y parduzco pero ya no páramo, salpicado de rebujales. La relativa fertilidad le viene al suelo de las aguas del Órbigo represadas valle arriba,
Rebasado un somero alto, pudieron abandonar por fin la ingrata compañía de los motores de explosión ("el planeta es lo que va estallar" farfulló el Caminante Mayor) y adentrarse por lo que fue indudablemente la vieja calzada, hasta el crucero de Santo Toribio. Luego, en menos de media hora de suave descenso entraron en el pueblo de San Justo de la Vega. En un mesón de la calle Mayor los caminantes invitaron a los peregrinos a un vaso de vino blanco del Bierzo con tapas, tras lo cual se separaron, pues los francos querían echar una ojeada a una talla de Gregorio Español conservada en la iglesia del pueblo.
El sol, redondo y tamizado por una neblina de blanco lechoso, trepaba hacia su cénit. Los caminantes atravesaron el puente sobre el río Tuerto y tomaron un camino a la derecha que dos kilómetros más adelante va a dar a un puente romano de tres arcos, a la salida del cual la calzada se esfuma y hay que volver a la carretera. Pasado el puente sobre el ferrocarril se desviaron hacia la izquierda para ascender a la ciudad de Astorga por la ruta tradicional de los peregrinos. Entraron en el recinto por la plaza donde había estado la Puerta Sol. Traspusieron los muros de lo que había sido el hospital de las Cinco LLagas y siguieron por la antigua calle de las Tiendas, en la judería, para desembocar en la plaza Mayor, agradablemente porticada. De aquí siguieron hasta la plaza de la Catedral, desde donde entraron en un tranquilo callejón más allá del hospital de San Juan. Poco después trasponían la entrada de la cayena del Sodalicio, un caserón no monumental pero si antiguo, con portada de dovela de piedra y largos balcones de hierro.
La cayena de instrucción de Astorga estaba regida por una historiadora gallega, especialista en temas priscilianistas. Había acarreado a la residencia su biblioteca, que llenaba las paredes de los salones, rebosando en los corredores. Saludó afablemente a los caminantes, los acompañó a sus celdas y anunció que el almuerzo se serviría dentro de media hora.
El refectorio, en la planta baja, era amplio y oscuro. Uno de los muros quedaba oculto bajo un gran tapiz rojo, debajo del cual había un pequeño armónium con teclado de cuatro octavas, una quinta y un tono. En la larga mesa se sentaban veinte comensales, todos ellos compañeras y compañeros del Sodalicio. No había niños, pues estos solían hacer etapa acampando en Rabanal del Camino. Se sirvieron judías blancas con tocino y de principio hubo guiso de gallina con chorizos del Bierzo. El vino, de Cacabelos, tinto para el común y blanco para los recién llegados, no faltando quien se improvisara una calabriada.
Los caminantes del Sodalicio solían demorarse varios días en Astorga, con el objeto de instruirse en la historia de los orígenes del cristianismo en Hispania, del priscilianismo y de la peregrinación compostelana y para continuar los ensayos de la Gran Dramaturgia y de la G.B. . Un pequeño grupo de expertos, bajo la dirección de la Magistra Domus, impartía cursillos a caminantes, adaptándose a los diversos planes itinerarios. Puesto que el Mair y Ramón Forteza se detenían sólo dos días, programaron a su intención la lección más apreciada del centro, que versaba sobre Prisciliano y el priscilianismo. La sesión fue anunciada para el día siguiente por la tarde.
Después de un breve descanso postprandial, Ramón Forteza salió a recorrer la ciudad, atento, como era debido, a sumergirse en el universo imaginativo de la cultura cristiana medieval. El Mair, por su parte, dedicó la tarde a las compras, pues, declaró, andaba ya escaso de relojes, bolígrafos, lupas, brújulas, linternitas y demás instrumentos mediadores de su relación con los niños. El Caminante barruntaba que buena parte de este acervo sería agotada aquella misma tarde en la sección infantil del hospital de Astorga.
Astorga fue población íbera, de astures y amacos. Augusto la hizo capital de la zona bajo el nombre de Asturica Augusta. Era una importante encrucijada de vías. Tuvo comunidad cristiana ya en el siglo III. Decayó en el período visigótico y fue arrasada por las invasiones norteafricanas. La peregrinación jacobea acarreó el renacimiento de la ciudad, que se hallaba en la encrucijada de dos rutas, el Camino Francés y el Camino de la Plata (que no tiene nada que ver con la plata) que venía del sur por Salamanca y Zamora. Astorga tuvo muchos hospitales de peregrinos, casi tantos como Burgos. Poco queda del esplendor medieval. Las murallas fueron concienzudamente apeadas; sólo subsiste un lienzo en la parte oriental. Las iglesias fueron amañadas con escaso respeto por las viejas piedras. La catedral mezcla con dudosa armonía estilos gótico tardío, renacentista y barroco. El edificio más interesante de la moderna Astorga es sin duda el antiguo palacio episcopal, obra de Antoni Gaudí, actualmente Museo de los Caminos.
El resto de la tarde y de la mañana del día siguiente fueron dedicados a lecturas históricas bajo la dirección de la Magistra Domus, que les asignaba las páginas esenciales. Por la tarde, de tres a ocho, tuvo lugar la Lectio sobre Prisciliano, a cargo de un especialista de Burdeos, auxiliado por varios residentes. Se expusieron mapas, se facilitaron fotocopias y se proyectaron diapositivas. Los asistentes plantearon una serie de cuestiones sobre la tradición priscilianista y la peregrinación jacobea, que fueron someramente obviadas por el conferenciante, que se declaró de estricta escuela histórica documental y en consecuencia poco dado al discurso histórico fantasioso. Terminada la Lectio, la Magistra Domus invitó a los participantes ajenos al Sodalicio a compartir la mesa con los sodales.

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