domingo, 18 de febrero de 2007

LA AMATISTA

LA AMATISTA
El Camino Superior de Santiago
novela por entregas
aparecerá en este blog un capítulo cada semana
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Barcelona, 2005.
DECIMOSEXTA ENTREGA






SAMEKH

15

De León a Hospital de Órbigo

Trobajo del Camino, pasado el puente sobre el Bernesga, es una rebosadura de León. La antigua calzada es ahora la calle principal de la población, en cuesta arriba hacia el páramo, calle larga y atareada. A pesar de la hora temprana, a los caminantes no les fue difícil encontrar un mesón abierto para tomar la primera colación del día. La jornada se presentaba larga y tediosa: treinta kilómetros, buena parte de ellos por carretera o en su vecindad, hasta Hospital de Órbigo. De ahí que decidieran, como hicieron en la inacabable salida de Logroño, compensar el fastidio del camino con frecuentes paradas en hostales, mesones y figones. En este primero se contentaron con un café y un bollo de supuesta producción local.
Pasada la vía del ferrocarril, la calle se empina y en un par de carcovas sube a un alto donde dicen Mirador de la Cruz, desde el que se divisa una buena perspectiva sobre la aglomeración leonesa. De la mentada cruz no queda más que el basamento. Poco después, la calle desemboca en la carretera nacional 120, farragosamente transitada. Para remediar en lo posible el expolio de la calzada peregrina por parte de los vehículos con motor de explosión ("algo va a estallar ahí", rezongó el Caminante Mayor), los curadores del Camino han marcado rutas alternativas que aprovechan los corredores industriales y las pistas agrícolas. Los caminantes, siguiendo las flechas amarillas, cobraron camino por una pista de servicio de entorno más bien sórdido, lo que, añadido a la escualidez del páramo leonés en este tramo, les hizo rememorar con añoranza el generoso andadero de la parte de la llanura entre Soto y Mansilla.
El páramo entre León y Astorga alterna rellanos de raña con vallonadas fluviales, con muy leves diferencias de cota. La región es mayormente desarbolada, y ya lo era en la Edad Media. Hay pequeños rodales de encinas y quejigos, y restos de lo que fueron bosques de roble tojo, a juzcar por la indicación toponímica de Robledo de Valdoncina. Queda alguna viña, que se repuso tras la filoxera, aunque el terreno, por su excesiva altitud, nunca fue propicio a la vid. Se encuentran todavía restos de bodegas subterráneas, cuyas bocas abocinadas asoman inopinadamente sobre la raña.
En la ribera de un arroyo de aguas menguadas encontraron tres roulottes de gitanos, recién pintadas y bien pertrechadas. Se acercaron para saludar a los acampados y, después de la correspondiente neutralización de los perros, entablaron conversación con un personaje de cabellos largos y grises que estaba sentado en un sillón plegable a la sombra de una acacia examinando un grueso pliego de documentos. Manifestó ser miembro del Consejo de Instrucción de Niños del Departamento de Enseñanza de la Comunidad Autónoma de la Nación Gitana. A instancias de los caminantes adujo algunas noticias respecto al estatuto político de su pueblo.
La Comunidad Autónoma de la Nación Gitana surgió a raíz del debate sobre nacionalidades y hechos diferenciales en el seno del Estado. La comunidad gitana adujo que el hecho diferencial del pueblo gitano era el más claro y distinto de todo el país, muy por delante de los demás. En efecto, los gitanos pertenecen a una familia racial característica, tienen lenguas propias, religión ancestral, leyes y costumbres específicas y, por encima de todo, conciencia activa y pasiva de diversidad, con escasísima tendencia a la integración en el resto del tejido social. Después de largas discusiones, en el curso de las cuales hubo que desarmar uno por uno los prejuicios seculares, la comunidad gitana pasó a ser una Comunidad Autónoma más en el seno del Estado. Gozaban de un régimen autónomico de estatuto personal con competencias en los ámbitos de la economía, del comercio, de la industria, del orden público, de la justicia y de la educación. Tenían cámara legislativa elegida por sufragio universal y gobierno responsable ante ella. Tenían sistema judicial con dos instancias y agentes de policía judicial. Una cámara de comercio e industria asumía funciones ejecutivas en su ámbito. El sistema educativo se integraba con módulos especiales en el común del Estado. Quinientos mil gitanos españoles se acogían a este régimen. El interlocutor de los caminantes explicó que estaba estudiando un anteproyecto de reglamento de los maestros ambulantes, modelo funcionarial indispensable en un grupo humano de las características del pueblo gitano.
Los caminantes hicieron multitud de preguntas, tomaron notas, recogieron documentación y al cabo brindaron con un espeso vino tinto por la prosperidad de la nación gitana. Seguidamente se despidieron de su amable interlocutor y de otras gitanas y gitanos que se habían acercado y retomaron la polvorienta pista, que en cosa de media hora los condujo hasta Santa María del Camino. Allí se desviaron a la derecha para dar una ojeada al moderno edificio del santuario, obra de P. Coello, y a las desmesuradas estatuas de bronce de Eduard Subirachs. Vueltos a la calle principal del pueblo, que es la carretera, buscaron y hallaron un mesón en el que, bajo la noble advocación de Julio César, se hicieron servir un desayuno de fundamento, que consistió en tortilla de escabeche con ensalada y pan moreno, acompañado con un vino blanco de las bodegas del lugar.
Cuando salieron de Santa María del Camino el sol pugnaba por zafarse de los deshilachados celajes que cerraban el cielo por oriente y ascender por su ruta equinoccial, que se le ofrecía desnuda y azulada. Los caminantes, recompuestos por el excelente yantar, avivaron el paso, y pasando por el camino del cementerio regresaron, mal que les pesó, a la carretera nacional, que poco después atraviesa el trébol de la autopista Madrid-Oviedo. Bajaron a la vaguada del río Fresno, que ofrece un respiro de verdor después de la aridez del páramo industrializado y a poco llegaron a Valverde de la Virgen, que atravesaron sin detenerse. Siguiendo junto a la carretera, en un cuarto de hora se plantaron en San Miguel del Camino, "villa molto piccola, tutte capanne coperte di paglia", según el peregrino Laffi, del siglo XVII. A la salida del pueblo, una pista agrícola a la izquierda de la carretera suple la antigua calzada. El terreno vuelve a subir hasta alcanzar la cota de lo 915 metros en pleno páramo. Atravesado el arroyo Raposeros llegaron a Villadangos del Páramo una hora y media después de salir de San Miguel del Camino. En la parroquial de Villadangos se halla uno de los más famosas estatuas de Santiago Matamoros.
Era casi mediodía solar. El protagonista tronaba impoluto en su propio cielo ya moderado por la declinación otoñal. Los caminantes, por nada fatigados, favorecidos por la brisa constante de la paramera, decidieron trotar hasta Hospital de Órbigo, a donde pensaban llegar a tiempo para el almuerzo. En un café de Villadangos descubrieron una pinga de sidra de barril y se hicieron servir un buen vaso que mezclaron con un par de cucharadas de azúcar. La insólita alquimia suscitó la hilaridad de tres jóvenes peregrinas que sorbían su modoso café con leche acodadas a un velador. Arrancada conversación, decidieron marchar juntos hasta Hospital de Órbigo, contando con que la compañía iba a compensarles de la aridez de los once kilómetros a la vera del enloquecido vial.
Las peregrinas eran estudiantes de filosofía de la Universidad de Louvain-la -Neuve, es decir, de la parte valona de la Universidad de Lovaina. Habían salido de Vézelay a primeros de agosto. Llevaban ya setenta días de camino. Estaban, según declararon, robustísimas y se comían los kilómetros, dijeron, como churros. Por lo demás, dieron a entender que estaban perfectamente al tanto de las cosas del Sodalicio.
La conversación versó sobre filosofía y ciencia, argumentos en los cuales las peregrinas belgas mostraron un notable dominio. Se interesaron mucho por los puntos de vista de Ramón Forteza acerca de la fiabilidad de teorías científicas como la del Big Bang. Luego preguntaron al Caminante Mayor, con toda franqueza, cual era la posición de los pensadores del Camino Superior de Santiago respecto a las relaciones entre física y metafísica. El interpelado no se hizo de rogar, e hilvanó un largo discurso cuyo resumen figura en el cuaderno de Ramón Forteza:
"Nosotros, los sodales, nos queremos herederos de uno de los productos intelectuales más refinados creados por la antigüedad: el escepticismo. El escepticismo no fluye, como pretenden sus detractores, de una actitud de indiferencia y de desapego respecto a las cosas humanas. Escéptico es, según su voz griega, el que busca. Buscamos siempre, porque nunca nos satisfacen las respuestas que se nos ofrecen. Reconocemos nuestra ignorancia, pero nos guardamos muy bien de considerarnos los únicos ignorantes; los demás son tan ignorantes como nosotros, y además tienen la osadía de pronunciarse acerca de lo que desconocen. Lo nuestro es el silencio y la suspensión del juicio. Hemos asimilado muy bien la antigua lección sobre los límites del conocimiento (no hay ciencia de los principios de la ciencia, decía Aristóteles) y no se nos pasa por las mientes intentar transgredir estos límites, que, por lo demás, son por sí mismos infranqueables. Existe un cerco del límite, en el cual aceptamos movernos incluso con audacia, pero no existe más allá de él un cerco transcendente o hermético al cual tuvieran acceso unos individuos privilegiados. Tal pretensión es absurda y fraudulenta.
"Los creyentes, que pretenden saber acerca del origen y del fin del universo, han inventado nombres para designarnos, pues no les basta con la palabra "escéptico", quizás por excesivamente fría. Es así que nos llaman ateos o agnósticos, y se desgañitan por distinguir estas nociones. Nosotros no nos las aplicamos. Nosotros no formulamos aserciones acerca de lo que está más allá de los límites del conocimiento humano, ni afirmativas ni negativas. Nosotros no sabemos nada, pero ellos tampoco. Hablan donde debieran callar, y, a lo sumo, inclinarse reverentemente ante el misterio. Inclinarse es voluntario. Entre nosotros, unos se inclinan y otros no. Por mi parte, me complazco con frecuencia en buscar y sentir el vértigo del vacío que está más allá de los límites, que la ciencia me permite formular y la filosofía me enseña a intuir. Sentado, como quien dice, sobre el abismo, con los pies colgando al exterior, pongo la mirada en la oscuridad y pregunto, pregunto sabiendo que no obtendré ninguna respuesta. ¿Tiene sentido mi pregunta? Detrás de mí, algunos de los que no quieren o no pueden cabalgar sobre el cercado me dicen que no, que no me desgañite, que la pregunta no tiene sentido, y que, por lo tanto, no puede tener respuesta. No importa, les digo, yo no quiero privarme de la emoción de fijar en el vacío los ojos del espíritu, a sabiendas de que veré exactamente lo que vería un ciego sentado a mi lado, es decir, nada. Pero es mi propia nada, un trasunto de la barrera infranqueable de mi conocimiento. Y cuando me estrello contra esta barrera tengo la percepción de la transcendencia, que no es otra cosa que un reflejo de la infranqueable solidez del límite.”


Departiendo y caminando a paso muy vivo enfilaron una pista acondicionada a la derecha de la carretera hasta la entrada de San Martín del Camino, que atravesaron sin detenerse más que para beber agua en la fuente comunal. Después de San Martín. el camino, paralelo a la carretera, discurre por la parte alta de la vega del Órbigo, tierras feraces entreveradas de acequias y canales. A la vista ya de Hospital de Órbigo, el camino abandona la carretera general para ir a enlazar poco más adelante con la carretera local que lleva a la población cruzando el célebre puente romano del Órbigo. El Caminante Mayor narró para las peregrinas valonas la necia historia del duelo que sostuvo aquí el caballero Suero de Quiñones en 1434, comentando que más les valiera a los leoneses buscarse a otro héroe de más enjundia para espejearse en su leyenda. Luego se despidieron de las filósofas, que se dirigían al refugio de peregrinos y requirieron alojamiento en un hostal a orillas del río. Después de una rápida ducha bajaron al comedor y se derribaron sobre los sillones: habían caminado treinta kilómetros casi de un tirón. Para su felicidad, el cocinero ofrecía en el día cocido maragato, plato pensado para segadores y arrieros. Lo empujaron con vino blanco de Cacabelos a botella por cabeza y aun tuvieron arrestos para hacer pasar un tronco eclesiástico con su chocolate fondant. Siesta cumplida, desmayado paseo por las orillas del río, cena ligera y descanso a las diez.

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