viernes, 17 de noviembre de 2006

LA AMATISTA

JOSÉ MONTSERRAT TORRENTS

LA AMATISTA
novela por entregas
aparecerá en este blog un capítulo cada semana
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Barcelona, 2005.

TERCERA ENTREGA

BETH
2
De Estella a Torres del Río

No habían dado las siete de la mañana cuando los dos caminantes cruzaban el Ega por el Puente Románico, que así le quieren decir, con el sol despabilándose a sus espaldas. Bordeando el palacio de los Reyes de Navarra fueron a salir a la carretera de Logroño, en zona todavía urbana, al pie de la colina en la que se levanta la iglesia de Rocamador. Pasada una gasolinera, tomaron una calle a la derecha que les llevó a Ayegui, ahora ya un barrio de Estella. Justo al atravesar la población un café abría sus puertas. De pie junto a la barra (de torrente in via bibet ["bebió del torrente sin agacharse"] salmodió el Caminante mayor) sorbieron un explosivo café negro por el que no les fue recabado resarcimiento alguno, ni en numerario ni en contraprestaciones jacobeas. Habiendo estrechado la mano del hospitalario ventero, los caminantes prosiguieron hacia Irache. Antes de llegar al monasterio hicieron como quien se abreva en la fuente de vino que un industrial del ramo hace manar a la vera del camino; speravi melius, quia me meruisse putavi, ["esperaba algo mejor, pues creí merecerlo"] rezongó el Caminante mayor, que se amaneciera de latines.
Nuestra Señora la Real de Irache, en las laderas de Montejurra, fue uno de los monasterios benedictinos más antiguos de España. Se hallaba sobre la vieja calzada jacobea antes de la fundación de Estella. Desde el siglo XI tuvo hospital de peregrinos. El templo actual tiene cabecera románica y naves ojivales del gótico temprano. El claustro, muy armonioso, es renacentista plateresco. Irache fue Universidad (la primera del Reino de Navarra) desde el siglo XVII hasta 1824.
Los caminantes cumplieron una corta visita al recinto, después de la cual salieron de nuevo a la carretera general. En la cafetería del Hotel Irache se hicieron servir un desayuno de fundamento, puesto que, arguyó el caminante mayor, les aguardaban cuatro horas de caminata hasta Los Arcos, a donde esperaban llegar para el almuerzo. El sol, ya alto y redondo, como encandecido de tanta lumbre, se preparaba impunemente para los ardores meridianos.
La antigua calzada santiaguesa coincide hasta Urbiola con la actual carretera nacional 111. Los celadores del Camino, de consuno con los de la Gran Ruta, han señalizado una variante por Villamayor, sinuosa pero ambientalmente limpia. La ruta discurre a la derecha de la carretera, y en su primer tramo pasa por un frondoso encinar, y luego por un sendero más bien teórico en la linde de unos cultivos; viam inveniam aut faciam ["hallaré camino o me lo haré"], machacó el incorregible latinizador. Las señales ascienden luego hasta Ázqueta, cuya calle mayor es el antiguo Camino. Por lo demás, el pueblo ofrece al viandante poco más que una fuente. A la salida de Ázqueta el sendero marcado vuelve a separarse de la antigua calzada y al cabo de un cuarto de hora de corcovas entre viñedos y cambroneras depara la grata sorpresa de una fuente medieval (un aljibe cubierto con bóveda de cañón) cuidadosamente restaurada. Poco después, lo que es ya una pista agrícola se adentra en Villamayor, al pie del Monjardin, en cuya cima se yergue el castillo de San Esteban de Deyo, que fue antes alcazaba de los Banu Qasi. La iglesia de San Andrés de Villamayor es románica del siglo XII, de una sola nave, con una elegante torre barroca. Las llaves son facilitadas por unos vecinos que habitan una casa sombreada por una parra.

A la salida de Villamayor el Camino desciende en dirección a la carretera. A la izquierda de la vereda comienza a aparecer una liña de arbolillos recién plantados, delicado obsequio de la Unión Europea para la comodidad de los peregrinos. A las puertas de Urbiola la ancha pista agrícola prosigue derecha a poniente, mientras las señales del nuevo derrotero invitan a atravesar el pueblo. El rodeo merece la pena, pues la travesía se efectúa sobre una "via calceata" reconstruida. Urbiola tuvo hospital de peregrinos, a cargo de la orden sanjuanista. A la salida, la ruta se reintegra a la ancha pista agrícola. El bien trazado camino, agradecido de andar y somorgujado en alientos de ganado, discurre durante tres horas por un terreno quebrado al noroeste de la sierra de las Cruces. La antigua calzada seguía probablemente este itinerario, aunque por otro trazado. La carretera pasa por el otro lado de la sierra.
Cuando la pista alcanza el Alto de los Largos comienza a correr junto a los llamados Cogoticos de la Raicilla, resaltos minerales que descienden de la Sierra de las Cruces; al caer sobre la llanada, el paisaje remeda una costa abrupta, con los campos entrando como brazos de mar en las hondonadas boscosas. Pasado el despoblado de Piedras Mormas y cruzado un puente sobre el río Cardiel, antes del cual se halla la Fuente del Paso de Baurín, la pista pasa a la vera de un inesperado bancal de olivos, y luego reaparece la promesa europea de sombras futuras, esta vez de una gran variedad: hayas, chopos, cedros, sauces y acacias. Pasado el Portillo de las Cabras, la cañada fenece en media hora en las afueras de Los Arcos.




Mientras caminaban por las solitarias estribaciones del Monte de las Cruces, el caminante mayor pronunció la segunda Lectio de la Iniciación a la Vía Láctea, esto es, al Camino Superior de Santiago.

-Nuestra confraternidad universal de caminantes recibe el nombre abreviado de Sodalicio, del latín "sodalitium", agrupación de socios o compañeros. El nombre completo es Sodalitium Magni Itineris ad Solis Occasum, o sea, “Confreternidad del Gran Camino al Ocaso del Sol, y forma parte del arcano. Los compañeros o sodales provienen principalmente de Europa occidental, con un predominio de franceses y centroeuropeos. No faltan, con todo, eslavos ni gentes del Oriente Próximo, tanto cristianos como musulmanes y judíos. Los españoles son en su mayor parte compañeros que viven sobre el Camino y tienen cura del Iter Magnus. El Sodalicio celebra su gran ritual en Compostela cada cuarenta años.
- Eso suena a aritmología hebraica.
-Si, son los años de la peregrinación del pueblo de Israel en el desierto. Pero es también el intervalo bien cumplido de una generación. La mayoría de compañeros del Sodalicio celebrarán el Gran ritual una vez en su vida. Algunos habrá, sin embargo, que alcancen a vivir hasta la siguiente celebración. Estos serán los instructores de la nueva generación. Ellos son los depositarios de una tradición que rechaza tener historia, pues le basta con nutrirse del simple acto de la transmisión. Sabemos con certeza que los rituales periódicos se celebraban ya antes de la invención de la tumba del Apóstol. Nuestros antepasados espirituales concurrían al extremo occidente para sosegar la mente ante la diaria zozobra del sol en el abismo del desconocido Océano. No sabemos donde se juntaban al comienzo. Quizás en Iria Flavia, quizás en Finisterre. Lo cierto es que cada cuarenta años hollaban el camino que está bajo nuestros pies para ir a mirarse en las aguas siempre agitadas del gran Océano. Éste es uno de los pocos datos históricos que cada instructor transmite a los nuevos candidatos: que el Gran Ritual jamás cesó de celebrarse durante los dos últimos milenios.
¿Y qué sucede entre un Iter y otro?
- Nada. Cuando un compañero culmina su Camino en el Gran Ritual, de Santiago regresa a su lugar habitual y prosigue su vida ordinaria. El Sodalicio queda latente en este intervalo de cuarenta años que designamos como Intersticio. Esto no impide que los que fueron compañeros y amigos sigan tratándose, o incluso que se asocien para convivir y mantener el espíritu del Iter Magnus. Pero en ningún caso pueden erigir una institución ni tener bienes en común. Los principales motivos de encuentro son los concernientes a la educación. Los sodales, tengan hijos o no los tengan, se preocupan por formar a las niñas y a los niños en los ideales de libertad, convivencia y solidaridad humana que inspiran al Sodalicio. En este terreno se dan muchos contactos y muchas idas y venidas, de modo que podría muy bien decirse que son los niños los que constituyen el tenue pero ininterrumpido lazo que anuda un Iter Magnus con el siguiente.
- ¿Cómo se financia todo esto?
El Sodalicio como corporación financiera no puede quedar desgobernado. Cuando termina el año del Iter Magnus, el Consejo Nocturno (que así designamos al colectivo de doce personas que rige el Sodalicio durante el Iter Magnus) liquida todos los bienes de la confraternidad en el Camino de Santiago y los capitaliza para la próxima celebración. El Consejo Nocturno se transforma entonces en Consejo del Intersticio, que se reune una vez al año en París. Cinco años antes del Iter Magnus se reconstituye el Consejo Nocturno, que se instala en el Camino para ir preparando las Cayenas y demás utillaje del Iter.
¿Cuál es la composición de los Consejos?
-Te percatarás de que las Cayenas y albergues del Sodalicio están regidas siempre por mujeres. No es casual, sino intencionado. También el Consejo Nocturno y el Consejo del Intersticio están compuestos exclusivamente por mujeres. Esta providencia se tomó hace siglos con el propósito de evitar en el Sodalicio, dentro de los posible, la lucha por el poder. La voluntad de poder está íntimamente ligada a la agresividad y a la predisposición violenta de los varones. La agresividad y la violencia, que fueron sin duda necesarios para la supervivencia de los grupos humanos en tiempos pasados, y que lo siguen siendo en las zonas atrasadas del planeta, ya no tienen sentido alguno en las sociedades avanzadas. Puede concederse que conserven una función limitada en la cosa militar, pero fuera de ella son atavismos perniciosos y deletéreos para la convivencia humana. Uno de los objetivos de la educación, y quizás también de las ciencias genéticas, debe ser la eliminación de la pulsión violenta de los varones. Mientras este resultado no sea alcanzado, las sociedades humanas harían bien en adoptar la precaución de ser regidas por personas del género menos propenso a la violencia, es decir, por el género femenino, aunque no precisamente por imitadoras de Lisístrata, que representa un tipo de rebelión femenina que ha asimilado, sin percatarse de ello, el masculinismo de la sociedad en la que vive. Sea lo que sea de este problema sociológico general, el Sodalicio ha optado por la vía más segura, y desde tiempos inmemoriales está regido por mujeres. Con esto se ha conseguido que el inmenso potencial humano y económico de la confraternidad no genere disensiones y luchas por el poder, por lo menos graves y destructivas. Obviamente, cualquier miembro del Sodalicio, hombre o mujer, puede aportar consejos y sugerencias, pero las decisiones últimas las adopta el Consejo , compuesto por doce mujeres.
-¿Cómo se renuevan los Consejos?
- Por cooptación entre Caminantes Mayores después de cada Iter Magnus.
¿Qué condiciones se requieren para participar en el Iter Magnus?
-Lo sabes muy bien: ser presentado por un antiguo Caminante, y nada más.
¿Qué son las cayenas?
Con este nombre, tomado de los gremios de compañeros medievales, designamos las residencias y albergues que mantenemos en el Camino. Hay cayenas de Tránsito, que son simples albergues, cayenas de Instrucción, donde los Caminantes se demoran una temporada, y Grandes cayenas, que son las de Villafranca del Bierzo y Santiago.
-El Iter Magnus dura todo un año...
- En realidad, de marzo a noviembre. Los Compañeros, o Sodales, recorren el Camino durante tres meses en grupos previamente establecidos, residiendo principalmente en las cayenas de Instrucción. Al final participan en la Gran Dramaturgia de Villafranca del Bierzo y luego en la Gran Blasfemia de Santiago, que se celebran siete veces al año, la primera en mayo y la última (que será la nuestra) en noviembre. Después de nosotros las cayenas se cerrarán y el Sodalicio entrará en hibernación hasta dentro de cuarenta años. Así llevamos los últimos dos mil años.
- Pero ha habido guerras, despoblamientos, epidemias, persecuciones...
-El Sodalicio ha pasado a través de estos lances como la luz a través de un cristal. La endeblez de su enraizamiento material lo ha mantenido a cubierto de las amenazas del entorno humano.
- Seres de otro mundo...
- No; los que son de otro mundo son los que en nombre de un lugar sublime desprecian el lugar presente. Nosotros pertenecemos irremediablemente a este mundo, pues nada sabemos de otros.
-¿Amamos este mundo?
-Este lugar no es amable. Pero es la casa común de los seres humanos.
- ¿Amamos a los seres humanos?
- Basta con que nos apiademos de ellos.
¿Somos solidarios?
- La solidaridad sólo tiene sentido si es recíproca. Somos solidarios con los que lo son. Con los demás nos limitamos a ser justos.
- Creo que voy viendo.
- Más verás. Ahora, por lo pronto, atiende al Camino.
- A él me atengo. Diviso, por ejemplo, ahi enfrente, en las primeras casas del pueblo, una tasca con un banco delante de la puerta. ¿Hace un clarete?
-Que Santa María de Rocamador te conserve la vista y las buenas inclinaciones. Ataquemos tu aloque sobre fondo de tapa menestral.

El Camino entra en Los Arcos por la calle Mayor, no faltada de casas hidalgas, que desemboca en la plaza de la Iglesia. A poco de entrar en el pueblo el caminante encuentra a su izquierda una fuente en cuyo frontispicio los habitantes del lugar, con muy buen humor, han grabado el despectivo pasaje del Codex Calixtinus acerca de estas aguas: Inter Arcum scilicet et hospitale idem recurrit aqua letifera iumentis et hominibus bibentibus eam ["Entre Los Arcos y su Hospital corre un río cuyas aguas hacen enfermar a las cabalgaduras y a los hombres que beben de ella"] Nuestros caminantes se abstuvieron del agua municipalizada no por desconfianza ancestral, sino porque se habían propuesto objetivos de mayor enjundia.
El pueblo, a orillas del río Odrón, fue plaza fortificada, y conserva parte del antiguo recinto. El antiguo peregrino Künig lo llama "ciudad de los judíos". La iglesia, maciza como un castillo, es una mezcla de estilos, desde el románico al barroco; tiene una torre muy airosa, renacentista, y un claustro del gótico tardío. En el interior son notables la sillería del coro y el órgano
Los Arcos tiene tres restaurantes y seis bares. Reconfortados por el aloque que el tabernero había sacado de su propia colodra, los caminantes se apresuraron a sentarse a la mesa de la fonda Ezequiel, donde, desoyendo estoicamente las suculentas sugerencias del ventero, se contentaron con una sencilla refacción de reminiscencias macrobióticas y sin empuje alguno, pues trazaban proseguir sin demora el camino hasta Torres del Río, y el sol caía a plomo sobre las polvorientas pistas que reemplazaban la antigua calzada secuestrada por la carretera nacional.
Después de un café espeso y huérfano, los caminantes reemprendieron la marcha, sin más ánimos que los que les proporcionaba la certeza de llegar a Torres del Río en una hora y media. Poco conversaron ya, y lo poco fue de ducha, cena y vino.
Ramón Forteza, habituado a la reflexión itinerante, dialogaba con sus propios recuerdos y se esforzaba por obtener una imagen, si no completa, sí por lo menos coherente, de la familia humana en la que voluntariamente se había introducido. Sus contactos, exclusivamente epistolares, con el Caminante mayor, habían comenzado dos años atrás, cuando un colega del Instituto Max Planck de Berlín le había revelado sus primeros pasos como iniciando en el Sodalicio y le había puesto en relación con el que iba a ser su iniciador. Durante aquellos dos años, el caminante mayor se había limitado a indicarle un programa de lecturas literarias, filosóficas, históricas y sociológicas, con amplísima presencia de los clásicos tanto antiguos como modernos. En torno a este momento de la instrucción sostuvieron una moderada correspondencia. Al cabo, el instructor le había convocado al Iter Magnus, fijando su encuentro en Eunate el día del equinoccio de otoño al caer de la tarde. Debía ir sobriamente equipado para el camino, y no llevar ningún dinero. Todas sus ataduras familiares y sociales quedarían rotas por toda la duración del Iter; los caminantes quedaban absolutamente incomunicados con el mundo exterior.
Cruzada la puente vieja sobre el río Odrón, afluente del Liñares, junto a las ruinas de una biblioteca, el camino prosigue primero entre huertas terronosas y blancuzcas, luego entre viñedos, dejando la carretera a la mano siniestra. Terreno llano, pardusco y sin sombras. Al cabo de seis kilómetros, antes del enlace de la pista agrícola con la carretera que va a Desojo, la ruta marcada desemboca en la carretera nacional poco antes de Sansol, o sea, San Zoilo, cuyo campanario se ha manifestado piadosamente durante todo el recorrido. Fue encomienda del monasterio de San Zoilo de Carrión de los Condes. A la salida de Sansol el terreno cae de golpe sobre el arroyo Linares, que baja derecho de la sierra de Codés y se vierte al Ebro. Un sendero se precipita torciéndose entre los piornos Más allá de la quebrada se ofrece la panorámica del pueblo de Torres del Río apiñado en torno a sus dos iglesias.
El peregrino medieval Aimerico tuvo malas experiencias con los arroyos que bajan de la Sierra de Codés. Ya se ha consignado su noticia acerca de las aguas de Los Arcos. Luego insiste: "Por el pueblo que se llama Torres, en Navarra, corre un río malsano para animales y hombres que en él beben. Luego, por la villa llamada Cuevas, fluye un río igualmente nocivo... Todos los ríos que se encuentran desde Estella a Logroño son malsanos para beber hombres y bestias, y sus peces lo son para comerlos".
La iglesia del Santo Sepulcro de Torres del Río fue edificada en el siglo XII por los caballeros de la orden del Santo Sepulcro. Al igual que la de Eunate, su planta octogonal se inspira en el antiguo Santuario de la Roca de Jerusalén. La cúpula de la iglesia de Torres del Río, con sus nervios entrelazados y sus plementerías lobuladas, es de neta impronta mudéjar. La capilla conserva una "linterna de los muertos", hoy cegada, a la que se accede por una escalera alojada en una torre de anchura desproporcionada, en el lado opuesto del ábside.
El caminante mayor guió a su compañero directamente al hospedaje, una casa sin pretensiones en el centro del pueblo, en la que a todas luces se les esperaba. Después de la anhelada ducha y de un breve descanso, salieron a dar una vuelta por la población. Al atardecer comieron con la familia del huésped, miembros todos ellos, saltaba a la vista, del Sodalicio. La compañera puso en la mesa, de un solo envite, una menestra de verduras y borrajas rehogadas con un sofrito de ajo, unos huevos a la navarra que no escatimaban el chorizo y un arroz con leche en cuencos de barro con la canela aparte. El vino, blanco y fresco, era de la Rioja Alavesa , servido en jarras. Los caminantes se atiborraron hasta hacer troncharse de risa a los niños de la casa, trasegaron una jarra de vino por cabeza y al cabo, ahitos y con los ojos relucientes, sacaron, quien su pipa, quien su habano oscuro y húmedo, les prendieron fuego y se dispusieron a gozar de una prolongada sobremesa al fresco nocturno que entraba por el balcón abierto de par en par. La compañera se interesó por el estado de sus piés y les aconsejó que tuvieran a mano unas pargas o alpargatas para descansarlos en el momento oportuno. Recordó que el peregrino Manier, del siglo XVIII, ponderaba ya las virtudes de este calzado, "muy ligero y muy usado en este país". A la medianoche tomaron en brazos a los niños, que se habían quedado dormidos apoyados sobre los manteles, los llevaron a acostar y se retiraron todos a descansar.
La iglesia de Torres del Río es octogonal.


JOSÉ MONTSERRAT TORRENTS

LA AMATISTA
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SEGUNDA ENTREGA
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ALEPH
1

De Puente la Reina a Estella
A la caída de la tarde los dos caminantes se detuvieron bajo el paso abovedado que enlaza la iglesia del Crucifijo con el antiguo hospital, en las afueras de Puente la Reina, Gares de su nombre vasco. Fue el conjunto primero priorato templario con el nombre de Santa María de las Huertas, y pasó en el siglo XV a los sanjuanistas. Por aquella época vino a parar al convento el crucifijo de estilo renano que todavía se venera en la iglesia, insólita escultura en la que Jesús aparece colgado de una rama de árbol en forma de Y. Junto al convento hay ahora un excelente albergue de peregrinos.
Poco se entretuvieron los caminantes en el recinto conventual. "Ya volveremos con calma -adujo el caminante mayor-, ahora tenemos otros apremios". Así que, a paso vivo, entraron en la villa por la rúa Maior, que atraviesa la población de punta a punta, como que no es otra cosa que la calle de los Romeus o sirga peregrinal. Dejando a su derecha la iglesia de Santiago el Mayor, con sólida portada románica del siglo XII, desembocaron en la plaza principal. Allí, sobre la rúa, una casa con balcones medio hurtados por persianas de listones verdes. Una puerta lateral, demasiado nueva, estaba abierta. Por ella entró decidido el caminante mayor y trás él Ramón Forteza. Era el Hostal Lorca. Subieron al primer piso y el caminante mayor entró sin más preámbulos en la cocina, donde fue recibido con grandes agasajos. El caminante aguardaba en la puerta, un tanto cohibido. A la postre repararon en él, le hicieron entrar y le dieron a probar las primicias de la cena, a cuya descubierta estaba ya entregado su compañero con transportes de alegría.
- ¿Nos esperaban?
- Si, los compañeros dieron aviso de que llegaba el Mair con un principiante.
El principiante, en trance de trasegar dos dedos de clarete, puso cara de circunstancias y arguyó cansancio, lo que le valió ser conducido sin más cumplidos a una espaciosa alcoba del segundo piso, amueblada con sobriedad de fonda antigua. Recostado en la cama, de colchón ligeramente azaroso, oyó por breve tiempo las regocijadas voces que subían de la cocina y, preguntándose por el significado del nombre de "Mair", cayó en un sueño profundo y tranquilo. Lo despertaron para la cena. Había anochecido.
Cenaron los dos caminantes en una mesa junto al balcón. Trajeron de primero, con ingenua audacia, unas crepes de borrajas con salsa de almejas. Luego apareció un patorrillo, plato más bien invernal, que combina, sobre fondo de puerros y zanahorias, el menudo del cordero, en esta ocasión tripas y sangrecilla. Lo templaron con clarete de Mañeru, que es el vino que hay que beber en estas tierras del Arga. De postre se contentaron juiciosamente con unos granos de moscatel. Tras lo cual sentenció el Caminante mayor: "Post prandium dormire, post cenam mille passus ire (“Después de comer, dormir; después de cenar, caminar mil pasos”). Vamos a dar una vuelta".
Mientras paseaban despaciosamente hacia el barrio del hospital, el caminante mayor explicó que el nombre de "Mair" con que era conocido significaba "mayor" en la antigua fabla mozárabe, que los compañeros se complacían en recuperar.
El núcleo antiguo de Puente la Reina está dispuesto en torno a tres calles paralelas. La del medio es el Camino, que va a parar directamente a "la linda puente" que da nombre a la villa. La reina pontificante parece que fue doña Mayor, esposa de Sancho el Mayor de Navarra, en la primera mitad del siglo XI. El puente salva el río Arga con seis arcos de medio punto y cinco pilares con sus correspondientes aliviaderos, y está todavía en uso para viandantes.
Los dos amigos deambularon por el recinto gozando del frescor de la noche. Al cabo, el caminante mayor se detuvo ante las puertas abiertas de una tasca (la mayoría de establecimientos del lugar son bares de vocación moderna, bastante ruidosos), echó un vistazo al interior, saludó a unos clientes e invitó a su compañero a entrar y sentarse a una mesa de madera ocupada ya por tres hombres y una mujer. Al punto se pusieron a conversar como si los recién llegados fueran asiduos parroquianos del lugar. No cabe duda, pensó Ramón Forteza, que se trata de compañeros. Lo que no sospechaba, sin embargo, era que el encuentro no tenía nada de fortuito.
Mientras paladeaba el espeso pacharán de la casa, el caminante acechaba la ocasión de terciar en la animada charla aduciendo la primera de la larga serie de preguntas "autorizadas" que aguardaban turno en su imaginación. Al cabo, uno de los contertulios, un hombracho barbudo de mirada y maneras cordiales, le interpeló acerca de sus primeras impresiones del Camino, y Ramón Forteza, después de algunas observaciones triviales, levantó su primera cuestión: "¿Cuáles son las grandes rutas de peregrinación que confluyen en Puente la Reina?" El barbudo afable miró de soslayo al Mair, y, obtenida la anuencia, entabló el recitado de su cartapacio:

"Cuatro son las rutas tradicionales que desde hace un milenio recogen la riada de peregrinos que de toda Europa convergen hacia Compostela. Como la nervadura de un sistema fluvial, van enlazándose hasta confluir todos en la gran calzada que arranca de Puente la Reina. La cuaternidad canónica de las rutas jacobeas es reconocida ya por el itinerario del Codex Calixtinus, cuyo texto te voy a recitar: "Son cuatro los caminos a Santiago que en Puente la Reina, ya en tierras de España, se reunen en uno solo. Va uno por Sant Gèli, Montpeller, Tolosa y el Somport; pasa otro por Santa María del Pueg, Santa Fe de Conques y San Pedro de Moissac; un tercero se dirige allí por Santa Magdalena de Vézelay, por San Leonardo de Llemotges y por la ciudad de Peirigús; marcha el último por San Martín de Tours, San Hilario de Poitiers, San Juan d'Angély, San Eutropio de Saintes y Burdeos. El que va por Santa Fe y el de San Leonardo y el de San Martín se reúnen en Ostabat y, pasado Port de Cise, en Puente la Reina se unen al camino que atraviesa el Somport y desde allí forman un solo camino hasta Santiago".]
"Desde principios de la Baja Edad Media, los peregrinos del Norte y del Este se congregaban en determinadas ciudades de Francia y de Occitania para recabar instrucciones, recibir la bendición y agruparse para viajar en compañía.
"Yo voy a describirte la llamada Via Tolosana, que he recorrido por menudo en ambas direcciones. La compañera y los compañeros te reseñarán las otras vías, a las cuales han sido afectados.
"Los peregrinos de Italia y del Oriente y del oeste de Francia solían reunirse en Arle, en el Condado de Provenza. Pero el verdadero punto de partida jacobeo se hallaba, como indica el Codex Calixtinus, en Sant Gèli, ya en el Languedoc, en cuyo pequeño recinto se levantaban los grandes prioratos de la orden hospitalaria de San Juan de Jerusalén y de la orden militar del Temple. De allí seguían a Montpeller, donde se juntaban con los caminantes que venían de Alemania por Ginebra y el Valle del Ródano. De Montpeller a Tolosa la ruta más cómoda era la calzada romana por Besiers hasta Narbona (Narbo Martius) y de aquí hacia el oeste por Carcassona, entrando en el Condado de Tolosa por Castelnau d'Ari. Pero los peregrinos más excursionistas preferían el camino que daba el rodeo por Sant-Guilhem-del-Desert y Castres, bordeando las montañas del actual Parc National du Haut Languedoc.
"Tolosa del Llenguadoc era una parada importante. La iglesia románica de Saint Sernin se inspiraba en los mismos cánones arquitectónicos que la basílica compostelana, y los peregrinos hallaban acogida en el hospital de Santiago del Burgo. De Tolosa pasaban a Auch, abandonando aquí la bien trazada calzada romana que seguía hasta Burdeos. Hollando ya su propio camino, el "camin romiou", los peregrinos alcanzaban las primeras estribaciones del Pirineo en Oloron. Por el valle del Aspe ascendían hasta el puerto de Somport, donde les acogía el hospital de Santa Cristina. Luego descendían por el valle del río Aragón, y por Canfranc, Jaca y Sangüesa enlazaban con los caminos del norte en Puente la Reina."
Calló el barbudo y se escanció un par de vasos de pacharán, como si acabara de rendir un fatigoso viaje. Las miradas de todos convergieron en la compañera, una robusta mujer de pelo castaño y corto acertadamente vestida de azul oscuro. Habló con seguridad y sin disimular la cadencia recitativa.
"Yo recorro la Via Podense. En lo antiguo partía de la ciudad occitana de Puèg en Velai (Le-Puy-en-Vélai), en el Condado de Alvernia. Sede episcopal, era a su vez el centro de una importante devoción mariana. Desde la escalinata de la catedral, los peregrinos, sobre todo borgoñones y alemanes, descendían a través de un paisaje volcánico hasta el valle del Alier, y de allí, atravesando bosques interminables, alcanzaban la soberbia abadía de Santa Fe de Conques, emplazamiento sentidamente jacobeo hasta el día de hoy. En Figeac se internaban en los apacibles meandros del valle del Celé, y por el valle del Olt llegaban a Càors, la de los ásperos vinos. Dejando atrás los páramos del Carcí, alcanzaban Moissac en la Gascuña. Atravesando el Garona por Auvillar, proseguían hacia Lectoure, Condom, Eauze, en los dominios de la Casa de Armagnac, Aire sur l'Adour y Arzac Arraziquet. Ya en el Vizcondado de Bearn, podían seguir por Orthez y Sauveterre o bien dar un rodeo por el Hospital Saint Blaise, Navarrenx y Maule-Letxarre. Ambas rutas confluían en Ostabat (Inzura) en la linde del País Vasco. Y paso el relevo a nuestro amigo Luís, que está prendado de su Vía Lemosina."
"La Vía Lemosina -comenzó a recitar el aludido, un hombre joven, cenceño, con aspecto montaraz- arrancaba de Vézelay, en la Borgoña, donde florecía la devoción a la Santa Amiga de Jesús. Siguiendo las rutas comerciales por Bourges y Chateauroux, los peregrinos entraban en Occitania por Llemotges. Luego se adentraban por tierras del Condado de Peirigord, cruzando el Garona por La Réole. En Bazas comenzaban a pisar país gascón. Seguían derecho hacia el sur por Mont de Marsan y en Orthez, en el Bearn, se unían al itinerario de la Vía Podiense hasta Ostabat."
"La mía es la Vía Turonense -comenzó a narrar el cuarto recitador, un personaje de exterior enclenque, sienes plateadas y acento marcadamente francés-. Aunque toma su nombre de Tours, esta ruta se iniciaba realmente en París, mi ciudad, villa atravesada de norte a sur por el Camino de Santiago. Saliendo por la puerta de Orléans, los peregrinos llegaban a Tours por Étampes, Orléans y Blois. En Tours retomaban a la inversa el antiguo itinerario de los peregrinos que desde Galicia y Asturias acudían a la tumba de San Martín. En Chatellerault entraban en el Condado de Poitou, hacia la capital, Poitiers. Luego se dirigían hacia Melle, Saint Jean d'Angély y Saintes, entrando en el Ducado de Aquitania por Blaye. Pisaban ahora pura tierra galo-romana, la única región de las Galias no invadida ni ocupada por las tribus germánicas, poseedora de una antiquísima tradición cultural romana y cristiana. Aquí podían embarcar para remontar el curso del Garona hasta Burdeos (Bordéu), ciudad donde los peregrinos eran muy bien acogidos. Después de Burdeos, el Camino coincidía con la antigua calzada romana de Burdigala a Asturica (Astorga), atravesando los insalubres llanos de Las Landas hasta Dax. Después, por Peyrehorade, la abadía de Sorde y Saint Palais, llegaban a Ostabat.
"En Ostabat se juntaban las tres grandes vías jacobeas del norte y del nordeste. Ostabat (en vasco Inzura) perteneció un tiempo al Reino de Navarra, pero pasó pronto al Vizcondado de Bearn. Después de Ostabat el Camino entra ya en pleno País Vasco. La ruta actual sigue la carretera departamental a Saint Jean de Pied de Port. El tránsito del Bearn, tierra ruda y pobre, al País Vasco se percibe instantáneamente en la profusión de ventas y cantinas que jalonan los caminos, extremo este de singular utilidad para el caminante. El Camino, sobre la antigua calzada romana, llega a San Juan por Larceveau, Lacarre, Aphat Hospital y Saint Jean le Vieux.
"La travesía del Pirineo puede efectuarse siguiendo el valle del río Valcarlos hasta el puerto de Ibañeta, o bien por el puerto de Cise, siguiendo al comienzo una carreterita local y luego un camino azagador. Ambas rutas descienden a Roncesvalles, tradicional lugar de acogida de peregrinos. Desde Roncesvalles el Camino baja por Burguete, Espinal, Viscarret y Erro hasta alcanzar el valle del Arga en Zubiri, y de aquí a Pamplona con un ligero desvío por el puente y el convento de la Trinidad del Arre.
"Desde Pamplona el camino actual sigue por terreno llano hasta Cizur Menor, y allí comienza la subida a la Sierra del Perdón. El camino antiguo coincide con la carretera que pasa por el Puerto. La ruta marcada, para soslayar el asfalto, llega a Uterga por un camino ganadero, y luego sigue a Muruzábal y Óbanos. A la salida de este pueblo se encuentra a la izquierda el camino que viene de Somport. En adelante hay ya un único Camino hasta Santiago, que en Puente la Reina vira decididamente a poniente. Mañana por la tarde comenzarás a caminar con el sol en los ojos, y así hasta Santiago".
-Ya cuidaremos que no nos pille esta tortura -terció el Mair-. Siempre que podamos caminaremos por la mañana, con el sol a las espaldas.
Y con esto, apurados los vasos, la compañía levantó la tenida y, después de despedirse afablemente, aunque sin aspavientos de familiaridad, cada cual se retiró bajo su techo. Antes de acostarse, Ramón Forteza anotó con minuciosidad, resaltando el estilo libresco de los narradores, todo lo que en estos primeros encuentros había visto y oído. Es el Cuaderno del caminante el que ha permitido pergeñar esta pormenorizada crónica de su aventura iniciática.
Ramón Forteza era mallorquín y licenciado en ciencias físicas por la Universidad de Valencia. Por las fechas de su comparecencia en el Camino aparentaba unos treinta años. Alto, magro, huesudo pero de cumplidas proporciones, pelo negro y lacio, la tez mortecina, la mirada soñadora, trajeado entre el desaliño y la simple corrección. Se movía con pausa, hablaba poco, veía sólo lo que se proponía ver. Según se vaya deshilvanando la crónica se consignarán nuevos trazos de la figura del caminante. Al final, el lector lo conocerá como a su propio trasunto, puesto que habrá andado con él más de mil quinientos kilómetros.

Alboreaba cuando los dos caminantes cruzaron el soberbio puente sobre el río Arga, camino de Mañeru, a donde contaban llegar en menos de una hora.
El Camino de Santiago, desde Puente la Reina, discurre por la Navarra Media occidental, llamada también Tierra Estella, por altitudes entre 400 y 600 metros sobre el nivel del mar. El terreno es a veces calcáreo, a veces arcilloso y aquejado de sequedad. En conjunto es una ladera irregular que desciende hacia la depresión del Ebro. La vegetación es ya de tipo mediterráneo (sub-mediterráneo, dicen los puntillosos), con una presencia insistente del quejigo, árbol proclive a quedar canijo y escueto. Aparecen con parsimonia hayas, robles (en las laderas de barlovento) y diversas especies de pino. Los cultivos son los propios de las regiones mediterráneas: viña, cereales, frutales de secano.
Justo pasado el río, la ruta tuerce a la izquierda, atraviesa la carretera nacional 111 y, antes del barrio de Eunea, rebasado el convento de las Comendadoras, o de Sancti Spiritus, entra por un polvoriento camino suburbial que discurre junto a la lámina del río por debajo del ruinoso Hospital de Bergota. A la derecha, entre el camino y la carretera, verdea un desplazado olivar. El clima y el terreno propician, ciertamente, el olivo, pero el vino ha expulsado al aceite en toda la región del Alto Ebro. Veinte minutos después, pasada una fuentecilla, el Camino abandona la pista y comienza a ascender por un sendero que inesperadamente se ensancha y aparece flanqueado a la izquierda por una hilera de árboles recién plantados, pregustación de lo que en el futuro será, según proyectos de las instituciones europeas, el Camino de Santiago entre Roncesvalles y la ciudad apostólica: setecientos kilómetros de árboles de sombra al lado sur de la calzada. Traspuesto un alto con su crucero junto a la carretera, el itinerario tuerce a la izquierda para entrar en Mañeru. El pueblo, de unos cuatrocientos habitantes, se alza en un entorno áspero, atemperado por la irisación verdosa de las vides. Los peregrinos lo atravesaron admirando la abundancia de escudos que adornan las fachadas de las casas, e hicieron un breve alto ante la inesperada iglesia de planta circular. De allí, rozando la albarrada del cementerio, enfilaron derecho a Cirauqui. En el ejido se vendimiaba. Los vendimiadores, al son de la música de sus casetes, llenaban las espuertas, esparcidas por las viñas; pequeños tractores con remolque las recogían y las acarreaban cuesta arriba hacia el pueblo. Los caminantes recibieron cada uno un racimo que conservaba todavía el frescor de la noche y, agradeciéndolo, lo fueron desgranando sendero arriba.
Cirauqui (Zirauki, 500 habitantes) conserva la estructura de una villa fortificada. Los caminantes subieron por las empinadas callejuelas que ascienden hasta la maciza iglesia de San Román, que presenta una espléndida portada lobulada. Junto a una plazuela toparon con un mesón que estaba abriendo sus puertas. Ponderada la oferta, se desayunaron con pan recién horneado y nueces, resistiendo a duras penas la tentación de apagar la sed con el contundente vino blanco de Cirauqui; la pujanza del sol, que ascendía ya implacable en pos de su cenit equinoccial, les indujo al comedimiento en la bebida, prometiéndose cumplido resarcimiento en Estella, a donde tenían intención de llegar para el almuerzo.
-Te expongo mis usanzas en lo concerniente a la dieta- declaró el Caminante mayor mientras cerraban la colación con un café negro -por si tuvieras otra consueta, en cuyo caso acordaríamos un proceder común. En principio, no acarreo nunca vituallas, a no ser que el itinerario imponga otra cosa. Me refresco en las tascas y en los bares que se van encontrando, nunca en las fuentes, por milagrosas que se pretendan. Bebo de preferencia mosto del lugar, sin despreciar, cuando el esfuerzo físico lo aconseja, líquidos más artificiosos. En punto a comida, soy exigente, que no refinado, y entregado a la cocina tradicional, faltando la cual me inclino por el condumio monástico.
-Convengo en ello. ¿Qué del alojamiento?
-Casi siempre en casas del Sodalicio, que llamamos cayenas. Si no las hay, en hostales con un mínimo de decoro.
-¿Y los refugios de peregrinos?
-Los dejamos para la moderna multitud peregrinante, con la cual tenemos escaso comercio. Nosotros nos movemos en nuestro propio círculo, más enraizado en el pasado que en el presente.
-O sea, que somos caminantes de la historia y excursionistas de la geografía.
-Excelente fórmula. Creo que se merece media copita de aguardiente a guisa de pellizco de arranque.
A la salida de Cirauqui por el arrabal de mediodía los caminantes vivieron la emoción de pisar una auténtica calzada romana, que en aceptable estado de conservación desciende derecha hasta un riachuelo que salva con un puente medio derruido. La vía mide cinco metros de ancho y está bordeada por bien tallados sillares rectangulares. Sin aventurarse sobre los restos del puentecillo, los peregrinos remontaron la cuesta hasta la carretera general, junto a la que una fuente ofrecía un hilo de agua. De la fuente arrancan dos caminos; el de la izquierda es el que lleva a Santiago. También en este tramo pisa el caminante camino viejo, pero ya no romano, sino medieval, más angosto y sin lajas laterales. A los diez minutos se salva el regato de Urbaldea por un pequeño puente de la época. El paraje es conocido como "despoblado de Urbe". Lo que queda de esta "urbs", además del nombre del riachuelo, es un conjunto de ruinas a la izquierda. El camino sigue entre viñedos. Cuando ya vuelve a columbrarse la carretera, un campesino que velaba por su almoceda les indicó una vereda a la derecha, que, atravesando un regatuelo, discurre entre campos y huertos, excusando un kilómetro de asfalto.
Pero ya la trocha caía irremediablemente sobre la carretera. Ante los caminantes se abrían dos alternativas: soportar el asfalto hasta Lorca (opción breve), o dar un rodeo por la calzada antigua, opción más larga, a la que se atuvieron.
La derrota coincide durante medio kilómetro con la carretera de Alloz. Pasa por debajo de un acueducto y, a la altura de una casa abandonada tuerce a la izquierda para descender al río Salado. Lo que fue un airoso puente medieval, llamado ahora Zubizarra (puente viejo), medio derruido, salva la corriente, justificando por si solo el rodeo sugerido por las marcas amarillas.
Mientras descansaban a la mezquina sombra de un sauzgatillo, a la orilla de las desdichadas aguas, el caminante mayor se puso a recitar la advertencia del Codex Calixtinus acerca de aquél paraje, primero en latín y luego en castellano:
"Por el lugar llamado Lorca, en su parte oriental, pasa el río que se llama Salado. Allí guárdate de beber ni tú ni tu caballo, pues el río es mortífero. En nuestro viaje a Santiago, encontramos a dos navarros sentados a su orilla que estaban afilando sus navajas, con las que solían desollar a las caballerías de los peregrinos, que bebían en aquellas aguas y morían. Y a nuestras preguntas contestaron, mintiendo, que era buena para beber. Por lo cual abrevamos en ella a nuestros caballos y en seguida murieron dos de ellos, que inmediatamente aquellos desollaron".
El caminante llegó a la conclusión de que los compañeros, además de hablar como si leyeran, se sabían de corrido en latín el itinerario del Codex Calixtinus.
Pasado el puente vienen diez penosos minutos de marcha por una cuesta brava y pedregosa hasta alcanzar la cota de la carretera, que se atraviesa bajo un túnel, después del cual se halla pronto el trazado de la antigua carretera, que entra directamente en la población de Lorca (Lorkua). El Camino atraviesa la villa de este a oeste, pasando por delante de un modesto templo gótico, frente al cual se levanta el edificio del que fue hospital de peregrinos. En la plaza Mayor mana una abundante fuente, en la que los caminantes se refrescaron externamente sin mucho recato por su parte y con poca sorpresa por parte de los escasos vecinos que en aquella hora soleada transitaban por el lugar.
A la salida de Lorca el Camino concurre con la bulliciosa Nacional 111, pero solamente durante un kilómetro; en seguida arranca a la izquierda una pista agrícola que lleva hasta la entrada de Villatuerta, en la que se entra por un puente sobre el río Iranzo, puente que, a pesar de su uso moderno, conserva una inconfundible traza medieval. Villatuerta estaba ya poblada en época romana, y ofrece abundante material arqueológico.
Hasta finales del siglo XI, la calzada peregrina iba directamente de Villatuerta al monasterio de Irache. Pero cuando Sancho Ramírez repobló Izarra (Estella), el gran camino no quiso orillar la nueva fundación. Esta nueva calzada está hoy casi perdida y cortada además por el río Ega, cuyo antiguo puente ha desaparecido. Una variante pedestre por la derecha, mediocremente marcada con las señales rojiblancas de las Grandes Rutas, es más propia de excursionistas que de peregrinos que tienen por delante seiscientos kilómetros de marcha. Nuestros caminantes se resignaron a agregarse al tráfico de la Nacional 111 por espacio de tres agobiantes kilómetros bajo el sol de mediodía. Al llegar a la entrada del casco antiguo de Estella abandonaron la carretera, que atraviesa el río Ega por un puente nuevo, y enfilaron la calle Ruiz de Alda, siguiendo luego por la de Chapite. A paso avivado, sin vacilar, el Caminante mayor dobló por una calle al pie del peñasco en cuya cima se levanta la iglesia de San Miguel y entró sin llamar por un portalón sobre cuyo dintel se deslucía un escudo de armas sobre águila explayada.. Cuando subían al primer piso por una ancha escalera de piedra fueron anunciados por los ladridos de un perro. Una mujer de pelo plateado hasta los hombros se asomó a un ventanal de dos arcos que daba al zaguán, viéndose entonces que era bien cumplida, y sin manifestar sorpresa alguna acudió a franquearles la puerta de la planta noble. El Mair saludó afectuosamente y presentó al caminante, y ambos fueron conducidos sin dilación a unos amplios aposentos de la segunda planta.
En el corredor había un pequeño armónium con teclado de cuatro octavas, una quinta y un tono.
Después de una morosa ducha recibieron aviso de bajar para el almuerzo, y obedecieron sin hacerse de rogar. Parecía la estancia más refectorio de monjes que comedor familiar, por más que la traza monacal venía aminorada por la bulliciosa presencia de media docena de niñas y niños que terminaban su almuerzo en el extremo de una larguísima mesa sin manteles, presidida por una jovencita de largos cabellos negros En el resto de la mesa fueron tomando asiento los demás comensales, hombres y mujeres, veinte en total contando los recién llegados. El ama de cabellos plateados despidió a los niños, que salieron entre gritos y carreras. Quedó la mocita sola y silente a la cabecera de la mesa, hasta que el ama susurró en su oído. Se levantó la niña y al instante los demás comensales se pusieron de pie y no volvieron a sentarse hasta que ella hubo salido en pos de los rapaces. El caminante hizo como todos, se sentó, se levantó, se volvió a sentar y aguardó impaciente la llegada del primer plato; estaba literalmente muerto de hambre. Mientras se aprestaba el servicio, uno de los comensales, calvo, con gafas y aspecto de rata de biblioteca, se dirigió al caminante en tono festivo para recitar en latín la pincelada del Codex Calixtinus sobre la buena vida estellesa: “Y luego Estella, que abunda en buen pan y vino, carne y pescados excelentes, y está llena de cosas agradables”. E hizo el latinajo las veces de bendición de mesa.
Trajeron de entrante alubias pochas de Sangüesa guisadas con txistorra fresca el día anterior en cuanto se supo que llegaban los viandantes, según señaló la Magistra, y dejadas en reposo como mandan los cánones. De principio hubo cochifrito, plato de exterior simple que presenta cordero de "tres madres" en clásico rustido de ajos y cebollas. El vino, tinto de las bodegas de Irache. Al postre se ofrecieron alpargatas y melocotones de viña.
Durante la comida se habló del Camino y de temas generales. El Mair conversaba con todos con mucha familiaridad, y era escuchado con deferencia. Con el café algunos encendieron un cigarro, pero ya los dos caminantes se caían de sueño y fueron enviados sin más a dormir la siesta.
A finales de septiembre el clima era agradable en las riberas del Ega. El sol en su morada equinoccial hacía ardientes todavía las horas meridianas, pero no llegaba a abochornar el ambiente. Los atardeceres eran frescos. Cuando declinó el sol, los dos compañeros dieron un largo paseo por la ciudad monumental, inspeccionando menudamente todos los recovecos de los barrios antiguos.
Estella fue una refundación del rey Sancho Ramírez a partir de la antigua aldea de Lizarra. Recibió fuero en 1090, y fue residencia preferida de los "francos", quienes la dotaron de santuarios dedicados a las devociones occitanas de Rocamador y del Puy. Los francos, y durante un tiempo la comunidad judía, se asentaron en el barrio de la Rúa, uno de los grandes espacios arqueológicos de la ciudad actual.
Transformados en modélicos turistas, los caminantes visitaron detalladamente el palacio de los Reyes de Navarra, las iglesias del Santo Sepulcro, de San Pedro de la Rúa con su claustro, la de San Miguel in Excelsis, la basílica del Puy, la iglesia de Rocamador, San Pedro de Lizarra, Santa María Jus del Castillo y el convento de Santo Domingo.
Después de la cena, los residentes solían salir a una ancha galería que cercaba la casa por mediodía y por poniente y conversaban sosegadamente hasta la medianoche. Ramón Forteza desconocía por completo la condición de las personas, hombres y mujeres, que tan cordialmente lo habían recibido bajo su techo. El Caminante mayor no había llegado a este punto en sus explicaciones, y por el momento se limitaba a disertar sobre las corporalidades del Camino. Aquella noche, alentado por el pacharán casero que se hacía rondar en la tertulia, el caminante se permitió inquirir acerca del significado de aquella etapa del Camino a su vecina de banco, una mujer de mediana edad y de nobles facciones. La interpelada se volvió para mirarlo con fingida severidad, y en medio del silencio general pronunció con toda nitidez estas palabras: LA PRIMERA OCTAVA, DE OCTÓGONO A OCTÓGONO, SEÑALA DEFINITIVAMENTE EL CURSO DE LA OGDÓADA. La charla se reanudó como si tal cosa, y el caminante, azorado, renunció a seguir preguntando.



JOSÉ MONTSERRAT TORRENTS

LA AMATISTA
novela por entregas
aparecerá en este blog un capítulo cada semana
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Barcelona, 2005.

PRIMERA ENTREGA


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CAPÍTULO 0

EUNATE

Torres del Río y Eunate tienen iglesia octogonal.
A la orilla del río Robo, entre los trigales y los viñedos de Valdizarbe, se alza solitaria la iglesia de Santa María de Eunate. Es de planta octogonal, con regularidad apenas quebrada por una pequeña linterna, hoy cegada, a mediodía, y un ábside pentagonal en el este. El tejado es a ocho aguas. Un grácil recinto de arcos rodea toda la fábrica, plegándose sumisamente a la figura octogonal. Los tres lados del norte conservan los arcos de las columnas originales, con hermosos capiteles. La portada que mira a poniente tiene una rica ornamentación. El campanario es de espadaña. Un murete exterior, de construcción reciente, protege todo el recinto. La fábrica, arquería exceptuada, parece datar de la segunda mitad del siglo XII, época de florecimiento templario en el reino de Navarra bajo la protección de Sancho el Sabio. No hay constancia, sin embargo, de adscripción templaria de la capilla. Fue más bien iglesia funeraria ligada al Camino, inesperado fin de viaje para más de un peregrino. Dos jornadas más adelante, en Torres del Río, otra iglesia, no por casualidad octogonal, jalona la ruta jacobea por tierras del reino de Navarra.
La antigua casa del ermitaño, al lado de poniente ha sido remozada y está al servicio de los visitantes. El barrio carece de luz eléctrica; horro de postes y cables, ofrece un aspecto arcaico y apacible. El ejido es de secano bien cultivado: trigo y cebada, hazas de girasoles, incipientes majuelos destinados a llevar ambiciosos tintos y claretes
Recostado en uno de los arcos de poniente del recinto de Eunate, Ramón Forteza consumía con indolencia las largas horas de espera que le había deparado un exceso de puntualidad. "Al caer de la tarde", habían convenido con el caminante mayor. Ramón Forteza llegó a Eunate cuando todavía el sol inundaba el oratorio de rayos equinocciales que propiciaban gratas sombras en la claustra. Despachó con apetito la escueta merienda que había mercado en la estación de Campanas, alumbró la pipa y aguardó apaciblemente las primeras oleadas del tedio creador.
Sólo algunos velocísimos vencejos reales se atrevían a desafiar la pujanza de la luz meridiana en el aire aquietado, dibujando fugitivos trazos negros contra el azul acristalado de un cielo sin nubes. Ramón Forteza, ya en pleno goce de la potencia analítica del tedio, intentó seguir con la mirada los esguinces de uno de los pájaros. El vencejo ascendía, planeaba, se desplomaba, se zarandeaba en un revoloteo vital y desgobernado. El empeño del observador, con todo, acabó rindiendo sus frutos: el pájaro se desplazaba en curvas cerradas o espirales y en rectas tangentes a estas curvas. Al cabo, como si intuyera lo que se esperaba de él, el vencejo trazó en el aire varios círculos de radio en apariencia idéntico. He aquí, pensó el observador, una órbita tan regular como la de un planeta en torno al sol. La única diferencia estriba en la medida del tiempo, y aquí, bajo la luz equinoccial de Eunate, el tiempo se tronza, se licúa y se diluye, quedando tan sólo la acogedora geometría de los círculos en el cielo y de los octógonos en la tierra.
Moderaba el sol su vehemencia, y sus rayos razonables solicitaban ya la cara occidental del polígono de Eunate. Ramón Forteza rodeó pausadamente el edificio, gozando de la brisa posmeridiana y de la sobria elegancia del recinto de arquería, rindiendo homenaje a la exquisita sensibilidad del desconocido alarife que a finales de la Edad Media concibió y construyó una obra tan inútil y tan hermosa. Al cabo de la séptima vuelta se dio de bruces con el Caminante mayor, que parecía emerger de la penumbra de la capilla, cuyo portal entreabierto dejaba escapar un efluvio como de plegarias marchitas.
- Salud.
- Servus.
Era el caminante mayor hombre de estatura mediana, recio sin asomo de gordura, de rebasados sesenta años. El pelo entrecano, color panoja de maiz, largo hasta los hombros, le daba una traza antigua y septentrional; a la sazón resplandecía de puro curioso, talmente que parecía llevar una antorcha sobre la cabeza. Nada en las facciones del caminante mayor llamaba la atención; ni tan sólo se le podía atribuir una mirada penetrante, consabido trazo de las personalidades iniciáticas. No, el caminante mayor miraba con recato y dulzura, sin ánimo de azorar. Vestía camisa de manga larga de lino verde oscuro y pantalón de algodón del mismo color, más pulcros de lo que cabría esperar de un tragaleguas. Calzaba botas de piel de apariencia ligera. Trajinaba un breve morral de lona verde oliva que denunciaba un viático más bien exiguo, extremo que en su momento habrá que esclarecer, pues no es propio de grandes caminantes mostrarse tan parcos en la impedimenta.
Cumplido el silencio inicial, el caminante mayor señaló el sol con un gesto vago y dijo:
- ¿Te parece que partamos? El sol va a la puesta y tenemos una hora hasta Puente la Reina.
El caminante asintió, y partieron.
Desde Eunate el itinerario sigue por el camino que en Eneriz, media hora río arriba, se separa de la carretera. Se trata de una pista de tierra que discurre entre los cultivos, dejando a la izquierda las boscosas estribaciones del monte Mocha. La pista no tarda en regresar a la carretera. Menos de un kilómetro más abajo, en la encrucijada de Obanos, se halla el punto de confluencia de los Caminos aragonés y navarro. El monumento al peregrino, que tendría aquí su emplazamiento congruente, se halla más abajo, sobre la carretera nacional 111, poco antes de la entrada de Puente la Reina.
Caminaban casi siempre en silencio. El Caminante mayor dejaba caer, con estudiada parsimonia, observaciones sobre los parajes que atravesaban. Cuando alcanzaron la encrucijada de los Caminos, el Caminante mayor recitó al caminante su primera Lectio, con expresión concisa que no disimulaba su remisión a un texto escrito:
- El iniciando no necesita formular preguntas acerca del Camino Superior de Santiago; los conocimientos pertinentes se le irán ofreciendo en sus tiempos y en sus lugares. En cuanto a la simple peregrinación, sus rutas, sus etapas, sus monumentos y sus gentes, el caminante puede recabar cualquier información que se le antoje, como también ofrecerla.

A partir de la encrucijada, los señaladores del itinerario han marcado un sendero que discurre a la izquierda de la carretera y que de huerto en huerto regresa a ella justo a la altura de un mesón y del monumento al peregrino.
- ¿Quién pintó esas flechas amarillas?
- Fueron los primeros recuperadores de la tradición compostelana, vecinos de Roncesvalles, de Estella, de San Juan de Ortega, de Sahagún, otrora capitaneados por el capellán del Cebreiro. Hace algunos años se le veía por estos pagos acompañado de sus mozalbetes gallegos, acarreando botes de pintura en su viejo dos caballos. El intento consistía en ofrecer al caminante itinerarios alternativos que le ahorraran el engorroso trayecto por las carreteras asfaltadas, que son las que han acaparado la antigua calzada. De Ostabat a Santiago, sobre un recorrido de casi ochocientos kilómetros, han ido imprimiendo en las rocas, en los vallados, en los árboles, en los muros de las casas, las sencillas flechas amarillas que conducen a Santiago. En ocasiones concurren con las señales de las Grandes Rutas, la Grande Randonée. Pero las Grandes Rutas son itinerarios de excursionista y no les importa dar amplios rodeos para gozar de los paisajes y de los monumentos, mientras el Camino de Santiago pretende ser un trazo derecho y lo más corto posible hasta Compostela. En este punto se aparenta a las vías romanas, que no miraban al comercio de las poblaciones sino a la celeridad del transporte militar.

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