jueves, 4 de febrero de 2010

Big Bang y Nagarjuna

C.C. Radovic
La teoría del Big Bang y la Perfección de la Sabiduría. El vacío como síntesis ontológica de todo cuanto existe, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 2009.

PRÓLOGO

Aristóteles, en nuestros días poco leído y peor comprendido, dice al concluir sus esforzados Analíticos que los principios de la ciencia no son científicos. Para este viaje, podría rezongar un lector, no hacían falta alforjas. Pero es que para el viejo maestro el viaje no termina al final de su estudio de la lógica del conocimiento científico, no, el viaje empieza precisamente ahi. La emoción del descubrimiento, negada por el silogismo, comienza cuando el espíritu se aventura en el espacio de lo inseguro, de lo no permitido, de lo que lo explica todo, o nada, o de lo que, en el momento más impensado, explica algo que uno no había salido a buscar. Aristóteles, que nunca olvida su tarea de enseñar, ofrece algunos instrumentos para esta navegación de segunda en el conjunto de escritos que su editor tardío tituló Tópicos. Y allí revela de dónde podemos sacar esos huidizos primeros principios que se niegan a ser científicos: Los que parecen bien a todos, o a la mayoría, o a los sabios, y, entre estos últimos, a todos, o a la mayoría, o a los más conocidos y reputados. Flaca montura nos ofreces, estagirita. Al lado de la solidez pétrea de tus silogismos, aquí nos invitas a caminar sobre zancos. Sea. Pero permite que, lanzados ya a crear primeros principios de la ciencia no científicos, engrosemos tu mezquina lista con otros artefactos creadores de mayor rendimiento: las tradiciones, los sueños, las revelaciones, las visiones místicas, los juegos de palabras, la mirada de los artistas, las fantasías de los literatos, las intuiciones de los poetas…
El juego de este conocimiento que se sobrepasa a sí mismo adquiere visos de reciedumbre cuando el jugador, o el navegante, ha sabido moverse previamente con seguridad por los derroteros de la ciencia intachable, se ha mostrado competente en el espacio que Eugenio Trías denomina finamente el cerco del acontecer, y remonta a través de él hasta el cerco del límite. Esto es lo que cabalmente realiza C.C. Radovic en este ensayo. En su obra precedente, ¿Por qué ocurrió el Big Bang?El enigma del origen del universo, y en la primera parte del presente libro, Radovic pone de manifiesto un impecable dominio de la materia y del lenguaje de la física contemporánea, extremo que se hizo ya patente en la defensa de su tesis doctoral en la Universidad Autónoma de Barcelona ante un tribunal compuesto por físicos y filósofos. Entonces, instalado ya firmemente sobre el cerco del límite, el autor se aventura ahora en el cerco hermético, el ámbito de conocimiento que reside más allá de los límites, el universo intuitivo y conceptual que escapa, por definición, a los razonamientos de la ciencia, con la esperanza de regresar al cerco del límite con un bagaje nuevo o renovador que permita su ensanchamiento y, por ende, una mejor comprensión del cerco del acontecer, en el que vivimos, nos movemos y somos.
Ya los griegos habían intentado explotar las posibilidades tracendentales de un substantivo que existe en su lengua y no en otras, por ejemplo en latín o en hebero: el "ser". Por aplicación de un simple operador gramatical, el ser se convierte en el no-ser, y éste se identifica con otra palabra de la lengua, la nada. Pero la exploración del cerco hermético por medio de este artefacto ha sido uno de los más estrepitosos fracasos de la historia del pensamiento. Aristóteles, en un buen momento, ya lo advirtió, cuando avisó que el ser, en si mismo, no es nada. Y el Rig Veda, mucho antes, ya había prevenido: Al comienzo no había ni ser ni no ser".
La filosofía budista de la madhyamaka, o camino del medio, y su principal pensador, Nagarjuna, exploraron las potencialidades de otra herramienta verbal capaz de transformarse en instrumento apto para navegar por el cerco hermético en busca de una explicación sobre el origen del universo: el vacío, sunyata. Nada sabían de relatividad ni de mecánica cuántica, pero siglos después los físicos han constatado que las trabajosas especulaciones de Nagarjuna podían encajar con los resultados de la física más reciente en su expresión a través del lenguaje corriente, cosa para la cual se habían manifestado inútiles los seres parmenidianos y los unos plotinianos. C.C. Radovic sintetiza su estudio con una definición: "el Big Bang es una fluctuación cuántica, es decir: algo se materializó desde el vacío". Nagarjuna lo explicó a partir de los medios expresivos del sánscrito de su tiempo y por medio de una exploración del campo semántico del "vacío". Y si alguien objetara que esto no es ciencia, se le responderá que lo del Big Bang tampoco lo es, y se le remitirá a los Analíticos y a los Tópicos para penetrarse de la humildad intelectual indispensable para navegar por los insondables espacios del cerco hermético.
C.C. Radovic no se limita en esta obra a explicar y resumir cumplidamente el pensamiento de Nagarjuna en torno a la cuestión del vacío, sino que ofrece un estudio detallado del filósofo, de su obra y del budismo contemporáneo, e incluye, en una cuidadosa versión a partir de otras traducciones, el texto completo de la Madhyamaka Karika. Cotejada con otras, demasiadas, publicaciones que intentan acercarnos al mundo oriental con procedimientos acríticos y fantasiosos, el acercamiento del autor es de un rigor y de una solvencia verdaderamente insólitos.
El autor no se ha recatado de manifestar repetidamente su entusiasmo acerca de la validez de la doctrina de Nagarjuna en orden a la explicación de uno de los grandes misterios del conocimiento humano, el origen del universo. Es este un talante propio de los exploradores del cerco hermético, del más allá, del principio y del fin. La tarea es áspera, y sin un ánimo endemoniado (en sentido griego) no se podría llevar a cabo. El autor aspira a que esta teoría de teorías pueda sentar las bases de "una síntesis cultural entre Oriente y Occidente", por cuanto enseña que "el cosmos parece culminar en el hombre y resumirse en él". El firmante de este prólogo, escéptico de obediencia rigurosamente pirrónica, no tiene necesidad de acompañar al autor en esta parte de su camino para compartir con él los resultados de su investigación y la admiración por la sabiduría del misterioso Nagarjuna, e invita al lector un tanto sorprendido a compartir la sonrisa simpática del tribunal que escuchó a C.C. Radovic, debatió con él y le otorgó la máxima calificación universitaria, que no dudo harían extensiva a este libro.

José Montserrat Torrents
Universidad Autónoma de Barcelona

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