viernes, 29 de diciembre de 2006

LA AMATISTA

LA AMATISTA
El Camino Superior de Santiago
novela por entregas
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HETH
8

De San Juan de Ortega a Burgos

La ruta santiaguesa, al abordar los Montes de Oca, se fue desjuntando en diversos itinerarios al filo de las necesidades de los peregrinantes. Los que no querían o no podían atravesar el puerto con sus vastos robledales rodeaban la masa montañosa por Arlanzón e Ibeas de Juarros. En Arlanzón, in strata publica peregrinorum según un documento de Alfonso VIII, hubo varios hospitales. Poco antes de Ibeas de Juarros se levantó una importante fundación hospitalaria de canónigos regulares, Santa María de Villalbura.
Desde el Alto de la Pedraja, donde se levantaba el hospital de Valdefuentes, los peregrinos podían uncirse al itinerario anterior por Santovenia y Zalduendo, que es el recorrido de la actual carretera de Burgos.
Los que habían optado por ir a gozar de la hospitalidad de San Juan de Ortega podían alcanzar Burgos por varios itinerarios. Desde San Juan se pasaba a Barrios de Colina y de aquí, por Olmos de Atapuerca y Rubena, se llegaba a Villafría, ya en las afueras de Burgos. Otra ruta pasaba por Agés y Atapuerca, uniéndose a la anterior en Olmos de Atapuerca. Los hodiernos curadores del Camino han optado por retornar a la strata publica peregrinorum, aparejando una pista-sirga junto a la carretera nacional 120, desde el cruce de Santovenia hasta Burgos. El peregrino del Codex Callixtinus tomó el camino más recto a través de las montañas, por Cardeñuela, que es el itinerario señalizado. Nuestros caminantes siguieron esta ruta.
El día amaneció húmedo y mortecino. Ya no llovía, pero el cielo, vestido de cierzos, presagiaba cualquier cosa. Los huéspedes del refugio fueron abandonando con pesar la acogedora cocina del párroco, olorosa de café. Los caminantes, pasada revista al gremio peregrinante, declinaron compañía y se adentraron solos por el bosque hacia Agés, que dista tres kilómetros y medio de San Juan. A la media hora atravesaron la llamada Trinchera del Inglés (un hoyo en el trazado de un ferrocarril que no llegó a construirse) y siguieron por una ancha pradera que la devoción ha jalonado con algunas cruces. A la izquierda se halla la ermita de la Virgen del Rebollo. El camino desciende luego hasta Agés, pueblecito apacible que no ofrece servicio alguno al andariego. Hasta Atapuerca se sigue por la carreterita local. A la izquierda aparece el antiguo puente sobre el río Vena, construido por San Juan de Ortega.
Atapuerca tiene tienda y mesón, donde se puede comer. El pueblo se ha hecho famoso por su importante yacimiento prehistórico, excavado por estudiosos de varias universidades españolas. Los excavadores sostienen que la sierra de Atapuerca fue ocupada por hombres o por homínidos hace más de un millón de años. Han exhumado restos del denominado por ellos "Homo antecessor", y sostienen haber hallado rastros de uso de instrumentos en estratos todavía anteriores.
El camino marcado arranca de la parte alta del pueblo. Asciende por una senda pedregosa. Pronto se adentra en un polígono militar rodeado de alambradas. La instalación no suele utilizarse por esta parte; de hecho los portillones están permanentemente abiertos. Tras un cuarto de hora de cuesta, caminando entre un bosque de encinas más bien clareado, se alcanza un alto. Se sigue por un altozano desolado teniendo a la derecha la cumbre de la montaña donde campea una enorme antena telefónica, y se inicia el descenso hacia la almarcha de Cardeñuela, que se alcanza en media hora, entrando por la carretera de Villalval. En todo este recorrido hay que estar muy atento a las señales, pues el camino no es más que un sendero con piel de piedra de monte que se pierde en las praderas. Otro sendero, igual de perdedor, sigue por el monte hasta Orbaneja.
En Cardeñuela los caminantes repusieron fuerzas en un mesón en el que la amabilidad de la mesonera suplía la parvedad de la oferta. Llevaban ya tres horas de andadura y quedaban otras tres bien cumplidas hasta el centro de Burgos. Por la carreterita local, llaneante y tranquila, llegaron a Orbaneja en media hora. La carretera sigue el valle del río Pico, medianamente frondoso: álamos, chopos, olmos, acacias. En Orbaneja hay bar, junto a la carretera. A medio kilómetro del pueblo un puente sobre la autopista A-1 representa la primera toma de la fastidiosa serie de alzaduras suburbiales que jalonan los seis kilómetros que faltan hasta Burgos. Media hora después del puente se pasa a rozar de los muros de una gran instalación militar, se atraviesa la vía del ferrocarril y se alcanza Villafría por la parte antigua.
Villafría está sobre la carretera nacional I y se halla unida a Burgos por una serie ininterrumpida de polígonos industriales. A la carretera se abren media docena de restaurantes y hoteles. Nuestros caminantes, considerando las ventajas de un moderado enturbiamiento de la sensibilidad para pernear una carretera de gran tráfico, entraron en un mesón y trasegaron entre los dos una botella de clarete fresco de Rueda , acompañado de tapas en mera función de sostenimiento. Y todo de pie, acodados al mostrador, pues, como solía justificar el Caminante mayor, que hacía dos días que no latinizaba, de torrente in via bibet, propterea exaltabit caput ("bebió del torrente sin agacharse, por lo cual va con la cabeza alta").
La carretera tiene buen arcén. Media hora después de Villafría comienzan las amplias avenidas de la ciudad. Los Caminantes se detuvieron para visitar la iglesia gótica de Santa María la Real y Antigua de Gamonal, que fue catedral cuando la sede del obispado se trasladó de Oca a Burgos. Poco después, en el paraje urbano llamado Molino de Capiscol, donde hubo un hospital de peregrinos, se juntan la ruta que procede de Ibeas y la antigua proveniente de Bayona.
Al acercarse al centro de la ciudad dejaron la carretera, a la sazón ya calle de Vitoria, y por la calle Covadonga alcanzaron el camino, luego calle, de los Calzados, que desemboca al pie de la muralla, en la plaza donde se alzan las ruinas del monasterio de San Juán y la capilla de San Lesmes, es decir, de San Adelelmo. Salvaron el foso, que en realidad es el arroyo Pico o Vena, por un puentecillo medieval y entraron en la ciudad vieja por el Arco de San Juán. Pasaron por delante de las iglesias góticas de San Gil y de San Esteban para ir a reposarse unos minutos en la parte alta de la plaza de la catedral. Seguidamente abordaron una de las callejuelas que suben al castillo. A las dos de la tarde, sudurosos y polvorientos, los caminantes traspusieron el amplio portal de la cayena del Sodalicio en Burgos, en el entorno de la catedral.
Ocupaba la residencia, que tenía la categoría de albergue de paso, una vetusta casa hidalga en un callejón que asciende hacia el seminario (en el que se halla un excelente refugio de peregrinos). El edificio había decaído grandemente. Fue almacén de granos y luego pobrísima casa de vecinos. El Sodalicio la reconstruyó de arriba a abajo, haciendo aflorar sus muchas piedras nobles. Cuando hospedó a nuestros viandantes presentaba un agradable aspecto, realzado por las largas hileras de tiestos con flores que se alineaban en los anchos balcones. Tenía planta, dos pisos y buhardillas a los cuatro vientos, amén de un patio trasero acondicionado como jardín. Podía alojar cuarenta huéspedes en habitaciones individuales o dobles. Había un refectorio, un aula de gran capacidad, un aula pequeña y una biblioteca. Los caminantes fueron recibidos por la Magistra Domus, danesa de nación, la cual, apercibido que se hubo de su estado psicosomático, sugirió la secuencia ducha - almuerzo - siesta, plan que fue acatado con obediencia perinde ac cadaver por los recién llegados.

Someramente aseados, puesto que les urgían otros apremios, los recién llegados se sentaron a la mesa con otros doce caminantes, siete mujeres y cinco hombres. La regenta les felicitó por su buena estrella, pues habían recalado en el albergue justo en el día en que la dieta recuperaba la sopa castellana, proscrita en los meses cálidos. A la sopa siguió un principio de cangrejos de río en salsa de tomate picante. Para instrucción de caminantes ignaros, la Magistra pasó aviso de que los bichos se agarraban con los dedos y se chupaban sin escrúpulos estéticos. Los comensales se aplicaron al negocio con gran algazara, incrementada por incesantes tientos al vino blanco de Rueda. El postre de yemas pasó sin pena ni gloria, pues la mayoría prefirió regar la sobremesa con un postrer vaso de vino. Mientras departían animadamente, la puerta del refectorio de abrió de golpe y una pelota de goma la atravesó dirigiéndose rauda hacia la última botella de vino que quedaba sobre la mesa, volcándola. Detrás de la pelota hizo desenfadado ingreso un zagal rubicundo que inició la delicada maniobra de recuperar el proyectil de encima de los manteles empapados. Detrás del zagal entró una jovencita a la que Ramón Forteza reconoció rápidamente. Todos los comensales se pusieron de pie, al tiempo que la mocita , balbuceando una excusa, agarraba al mozalbete por un brazo y lo sacaba del refectorio aferrado a su pelota. La tertulia se disolvió sin más, y los que habían venido de camino se retiraron para descansar, quedando todos emplazados para una sesión vespertina.
Ramón Forteza estaba desvelado. La jornada desde San Juan de Ortega no había sido agobiante y la comida, a fuer de bien cocinada, muy pasadera. Después de varios intentos desistió de conciliar el sueño, se levantó, calzó unas pargas que halló dispuestas al pie de la cama y se fue a fisgonear por el caserón. En los corredores era todo silencio. De puntillas, para no despertar a los sesteantes, bajó a la primera planta y exploró el salón estudio y la cocina. En el salón descubrió un clavicordio y varios atriles, y un armónium con teclado de cuatro octavas, una quinta y un tono. Había también estanterías abarrotadas de libros, una larga mesa de lectura y dos sillones de cuero junto a un ventanal. Pero la mayor parte de la estancia estaba ocupada por tres hileras de macizos bancos de madera con almohadillas de raso rojo, dispuestos en semicírculo en torno a una gran chimenea.
Atravesando el refectorio se dirigió a la cocina, a la sazón desierta. Era una estancia espaciosa, iluminada por dos ventanales y un balcón que daba a un patio interior. Los muros estaban azulejados con alboaires de colores sobrios, como si de una capilla se tratara. Una mesa, de patas cortas y sólida cencha, arrimada a una de las paredes, mostraba a las claras estar destinada a los niños.
Renunciando a levantar la trampilla que llevaba al sótano, probablemente bodega, el caminante retornó al zaguán y subió sigilosamente por la escalera de baldosas. A la altura del primer piso se detuvo y echó una ojeada al holgado corredor que arrancaba del descansillo, con puertas a un lado y ventanas al otro. Las puertas eran de doble hoja y de madera pintada. Ramón Forteza avanzó sigilosamente hacia el fondo del pasadizo, donde una vidriera de colores claros tamizaba la luz posmeridiana. Al pasar junto a una de las puertas advirtió que estaba entreabierta. Lanzado ya al fisgoneo, no tuvo reparo en empujar suavemente una de las hojas hasta que pudo ver el interior de la estancia, tenuemente iluminada por una ventana con cortinajes. La pieza, totalmente horra de muebles, estaba enlosada con mármol agrisado. En el centro, sobre las puras losas, yacía Blanca, tranquilamente dormida con la cabeza apoyada en un brazo. Su negra cabellera se desparramaba por el suelo brillante. Vestía una túnica blanca que la cubría hasta los pies. Ramón Forteza la contempló unos instantes y a continuación volvió a cerrar la puerta, y con redoblado sigilo regresó a su celda en el segundo piso. Allí se sentó junto a la ventana y meditó largamente.
Mediada la tarde los dos caminantes salieron a pasear por la ciudad sin empeño arqueológico alguno, pues la tenían ambos harto conocida. Por una especie de connaturalidad se acercaron a los monumentos que hacen de Burgos una etapa principal en la ruta jacobea.
Burgos pasa actualmente por ciudad antigua, pero el impulso de su crecimiento le vino de ser ciudad nueva frente a las vetustas urbes visigóticas. En el transcurso del siglo XI, el modesto poblado que desde el año 884 se aglomeraba entorno al castillo experimentó dos fuertes estirones. Por una parte, comenzó a transitar por la ciudad el flujo de peregrinos que tomaba la nueva calzada jacobea de Nájera y Montes de Oca, acondicionada por Sancho el Mayor de Navarra. Por otra parte, la rápida expansión del reino castellano transformó el lugar en una capital política y religiosa de clara orientación renovadora y europeísta. Burgos era la urbe más importante que encontraban los peregrinos entre los Pirineos y Santiago. Ciudad de consciente vocación santiaguesa, llegó a contar con una treintena de hospitales para la acogida de caminantes. De uno de ellos, el Hospital del Rey, dice el peregrino Laffi que "puede albergar a dos mil personas e imparten a los peregrinos gran caridad y les dan un trato muy bueno en la comida y en la cama".
Al atardecer, los huéspedes del albergue del Sodalicio se reunieron en el gran salón, aderezado para sesión académica. Acudieron también algunos vecinos, mujeres y hombres. Todos hallaron holgado acómodo en los bancos que rodeaban una mesa colocada delante de la chimenea. La iluminación, indirecta y difusa, confería a la estancia una atmósfera de recogimiento.
El Mair introdujo la sesión. Se trataba, explicó, de una lección ordinaria del albergue del Sodalicio de Burgos, destinada a la instrucción de los sodales que pernoctaban en la ciudad. La lección estaba abierta a vecinos del lugar, conocidos y simpatizantes.
La Lectio versaba sobre las sociedades de libres constructores. La impartía un caminante mayor con cargo de Garante de Amistad (denominación, aclaró por mor de los profanos, tomada en préstamo a la masonería). El conferenciante explicó que en la Edad Media el Sodalicio se amparó en las sociedades de libres constructores para zafarse de la represión eclesiástica. Una de las costumbres más relevantes de la libre construcción era la peregrinación profesional. El compañero recorría el país durante varios años, ejerciendo su profesión y residiendo en los talleres anejos a las grandes obras, talleres llamados "cayennes" en Francia. Una cayena era un albergue con funciones de academia profesional. El conjunto estaba integrado por una hospedería, una escuela y los talleres. La cayena estaba gobernada por una "madre". Los compañeros itinerantes residían en la cayena durante todo el tiempo de su contrato de trabajo edilicio. Luego pasaban a otra ciudad, y de esta guisa recorrían el país entero en el espacio de unos pocos años.
Durante el receso que siguió a la primera parte de la Lectio, la Magistra Domus procedió a un pequeño cambio en la disposición del mobiliario de la sala. Apartó dos de los bancos de la primera fila para crear un espacio libre en el cual extendió una alfombra de colores apagados. Seguidamente acarreó un sillón tapizado de rojo y lo colocó en el centro de la alfombra. Por fin distribuyó media docena de cojines en torno al sillón.
Al punto sonó una campanilla y se reanudó la sesión. Cuando todos habían tomado asiento, se abrió la puerta que comunicaba con el refectorio y entró en el salón Blanca, la impertérrita durmiente sobre suelos de mármol; la acompañaban cuatro niñas y dos niños, vestidos todos con túnicas verde claro. La asamblea se puso en pie mientras, con paso rápido y seguro, la doncella se dirigía hacia el sitial y tomaba asiento, recogiéndose la amplia falda. Sus acompañantes se acurrucaron sobre los cojines a su alrededor y los presentes volvieron a sentarse. El conferenciante dio comienzo a la segunda parte de su Lectio, que consistió en una pormenorizada descripción de los caracteres de "La flauta mágica" de Mozart y Schikaneder, seguida de la elucidación de su simbolismo gnóstico recogido por los libres constructores.
Terminada la disertación hubo un breve diálogo y acto seguido se pasó a la audición de "La flauta mágica". Los altavoces habían sido dispuestos en el salón de actos, en el refectorio, en la cocina y en el zaguán de entrada, de modo que cada cual la escuchó donde más le placía, incluso paseando.

viernes, 22 de diciembre de 2006

LA AMATISTA

LA AMATISTA
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OCTAVA ENTREGA
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ZAYIN
7

DE BELORADO A SAN JUAN DE ORTEGA

El tiempo dio en ofrecer a nuestros caminantes una neta pregustación del otoño. Amaneció un cielo fosco y cerrado, y a la hora de partir, hacia las nueve, caía una lluvia menuda y silenciosa. Embutidos en sus chubasqueros, sólo a medias despabilados por un manso café, se pusieron de nuevo sobre el Camino. Corre éste, a la salida de Belorado, entre huertos y vallados por el margen derecho del río Tirón. Pasa al lado del antiguo hospital de San Lázaro, hoy convento de monjas, y alcanza la dichosa carretera nacional 120 cerca de la entrada del puente que cruza el río. Junto al cruce con la carretera que va a San Miguel de Pedroso, a la izquierda, arranca el carrizal señalizado. Cuando llueve se convierte en una trocha agobiosa, por lo que los caminantes optaron por soportar el tráfico de la carretera. Dos kilómetros más adelante, una pista a la izquierda enlaza con el trazado del Camino, ya pasadero, que entra en Tosantos rozando el cementerio. Sobre el pueblo, agarrada al alcor rocoso, destaca la blanca ermita de la Virgen de la Peña.
La ruta sigue peinando las suaves lomas de los vallecicos que bajan de la Sierra de la Demanda. La vegetación se va haciendo más densa, anunciando la proximidad de las forestas de los Montes de Oca. Abunda el roble, llamado aquí rebollo, y a la vera de las corrientes se alargan sotos de chopos, álamos y sauces. Los riachuelos bajan henchidos y por una vez el caminante goza de la antigua norma viaria: una fuente cada hora.
La fuente de Villambistia, a dos kilómetros de Tosantos por el camino viejo, es gallarda y abundante por sus tres caños, en un entorno antiguo y callado presidido por una desmedida iglesia. En los aledaños del pueblo se conserva un trecho de la antigua calzada.
La vereda sigue sosegada hasta Espinosa del Camino, junto a la carretera, que hay que atravesar para entrar en el pueblo. A la salida, un breve trecho conserva la estructura de la antigua calzada, que discurre bajo unos olmos. El Camino corre ahora entre campos, horro de árboles, aunque comienzan a otearse las alturas boscosas de los Montes de Oca. A la derecha aparecen súbitamente las patéticas ruinas del monasterio de San Felices de Oca, de origen mozárabe, medio comido de hierbajos. Al poco la vereda entronca con la carretera para atravesar el río Oca y entrar en Villafranca Montes de Oca.
La villa, ahora muy despoblada, se alarga hacia arriba por la ribera del río. En la época visigoda, Auca fue obispado; afloran las ruinas de su catedral, cerca del castillo. En el siglo XI la sede episcopal se trasladó a Gamonal y luego a Burgos, pero el obispado siguió llamándose "de Oca y de Burgos" hasta el siglo pasado.
En el año 1380 la reina Juana Manuel, esposa de Enrique II, fundó aquí un gran hospital, dedicado a San Antonio Abad, que tuvo fama de buena acogida. El peregrino Künig, de finales del siglo XV, recuerda que allí "dan los hermanos una buena ración". El padre Flórez recoge documentación según la cual en el siglo XVIII todavía tenía catorce camas para hombres, cuatro para mujeres, cuatro para sacerdotes y viajeros distinguidos, más catorce de enfermería. He aquí la descripción de un menú vespertino reseñada por el peregrino Manier en el siglo XVIII: "Une écuelle de bouillon dans un petit gobelet, du boudin à force, mais du bon pain". En la parte alta del caserío, por donde sale el camino jacobeo, algún organismo oficial prepuesto a la cosa turística ha acondicionado un caserón, que es lo que resta del antiguo hospital, como "base de acampada".
Cerca de la población, a la izquierda de la carretera, se halla la ermita de la Virgen de Oca, que tiene imagen románica. Al lado de la capilla saltan los cuatro manantiales de las "fuentes de Oca". Los peregrinos con veleidades excursionísticas remontan la corriente hasta la entrada de la profunda hoz del río, fragoso desfiladero casi inaccesible.
Era mediodía y los caminantes, mojados y hambrientos, renunciaron al excursionismo y se dispusieron a un largo descanso en el mesón "El Pájaro", junto a la carretera. Comieron los platos del día, abundantes y bien cocinados pero sin mayores títulos para la crónica. Después del almuerzo lucía ya el sol y salieron enseguida con ánimo de tumbarse bajo el primer árbol del monte.
La senda, que sigue más o menos el trazado del viejo camino, se aparta de la carretera poco antes de la iglesia de Santiago. El primer tramo, de quince minutos, es una dura cuesta. Después, al entrar en el robledal, se suaviza un tanto. Se pasa el fontín de Mojapán, seco en verano y a veces hasta en invierno y poco después el Camino entra en la zona de repoblación forestal. Durante dos horas los Caminantes anduvieron por medio de un paisaje innatural, un bosque sin encanto que no lograba alzar la sequedad del entorno. Unos kilómetros después de la fuente la vereda pasa cerca de un memorial de los muertos de la guerra civil que asoló España de 1936 a 1939. Seguidamente, el venerable Camino tiene que zafarse como puede de los irrespetuosos desmontes de la nueva carretera nacional 120, y un cuarto de hora más tarde pasa a unos centenares de metros del Alto de la Pedraja . Aquí hubo el hospital de Valdefuentes, que en el siglo XII fue priorato cisterciense. Quedan ruinas de la iglesia gótica. Hubo en la zona otros dos hospitales, el de Valbuena y el de Muñeca, pero de ellos no queda nada.
A la izquierda de la carretera hay una fuente donde suele parar a merendar la caterva del automóvil.
El Camino se decanta un poco hacia el norte para seguir por la parte alta del monte, por encima del arroyo Roblegordo. Pinos de repoblación, pasto seguro de venideros incendios originados por los diminutos artefactos incendiarios arrojados por individuos de la especie humana que viajan por la carretera montados sobre motores de explosión ("estallaremos todos", rezongó el caminante mayor).
La pista forestal se ha convertido en un ancho cortafuego. Se acentúa el descenso por el ingrato erial, que por suerte desemboca pronto en la vereda que a través de una foresta todavía íntegra conduce directamente al valle de San Juan de Ortega.
Erguido, inmóvil sobre un escueto puche , apoyado en un bastón nudoso con ínfulas de bordón, un hombre de cabello cano ofrecía de pleno su rostro al sol crepuscular, que se reflejaba en sus gafas de ratón de biblioteca. Los caminantes se aproximaron con andar cachazudo al altozano que servía de pedestal al humano heliótropo, con ánimo de entablar conversación y averiguar a qué se debía su intensa contemplación. Sin apartar la vista de la arboleda fulgurante, el émulo de girasol pronunció, con naturalidad no justificada por las circunstancias, un saludo en alemán netamente bávaro, que fue correspondido por los recién llegados con tonalidad estudiadamente suaba. Después de un silencio, que el sol aprovechó para sumergirse tras la sierra de Atapuerca, el contemplador de ocasos se volvió hacia los caminantes y expuso, con método y claridad, el sentido de su relación con el sol poniente.
Se llamaba Purkinje, y era de nación bohemio. El sólo hecho de dar su nombre lo desalojaba del mundo peregrino para relegarlo a la condición de mero excursionista. Recorría los paises mediterráneos a la querencia de crepúsculos, pues estaba dotado de una rara sensibilidad para las transmutaciones cromáticas vespertinas. Decía quedar literalmente hechizado por la transformación de los colores durante el fenómeno del ocaso. Fijaba la vista en un objeto particular iluminado por el sol poniente y seguía ávidamente la modificación de su colorido hasta la uniformidad de las sombras del anochecer. Después iba a tomar unas copas de vino tinto y a consignar en su diario las impresiones de la jornada helíaca.
Los caminantes se mostraron muy interesados por los fenómenos descritos por el señor Purkinje y se declararon dispuestos a introducirse en la práctica de la percepción cromática crepuscular. Entretanto había anochecido y los tres andarines se apresuraron a buscar el reparo del monasterio de San Juan de Ortega. Sobre su cielo brillaban cuatrocientas cuarenta y seis estrellas.
Juan de Velázquez, hidalgo de Quintano Ortuño, clérigo de órdenes mayores, aprendió las artes de la ingeniería trascendental junto a Domingo de la Calzada, a principios del siglo XII. Luego fundó con su peculio su propia empresa jacobea. En una vaguada desolada llena de ortigas, a la salida de los Montes de Oca, edificó una iglesia, que dedicó a San Nicolás de Bari, y un hospital de peregrinos. La comunidad pasó a ser de canónigos regulares de San Agustín y fue generosamente protegida por la realeza castellana. Juan de las Ortigas administró con probidad el dinero que recibía, trazando calzadas y tendiendo puentes en la ruta jacobea entre Burgos y Santo Domingo de la Calzada. La vida del que luego fue San Juan de Ortega está bien documentada y se conserva incluso un testamento auténtico, que puede leerse en el lugar correspondiente de la España Sagrada del padre Flórez. La institución orteguiana, que en el siglo XV pasó a ser administrada por los jerónimos, subsistió y cumplió sus funciones hasta la desamortización. El peregrino Laffi, del siglo XVII, reseña: "Questi padri sono molto richi e fanno molte carità alli pellegrini".
Sigue en pie la fábrica románica de transición edificada por el caballero Juan en el siglo XII, los ábsides y el crucero. La nave fue continuada posteriormente en estilo gótico. Modernamente se ha hallado el cenotafio románico del santo, bajo el altar mayor, ahora convertido en cripta. El conjunto ha sido juiciosamente restaurado.
En los equinocios un rayo de sol se filtra por un foramen del muro y va a dar sobre un capitel que representa la Anunciación. Acertijo fácil: del equinocio de primavera al solsticio de invierno van los meses de una gestación.
Los caminantes llegaron a San Juan de Ortega ya anochecido, sin muchas fatigas. La aldehuela está casi despoblada. El párroco los acogió con la natural hospitalidad de una tradición secular. Los acomodó en el amplio refugio recientemente restaurado por el Capítulo de la catedral de Burgos y les ofreció, junto a una docena de recién llegados, unas sencillas y sabrosas sopas de ajo que cocinó él mismo.
Por la noche llovió a cántaros.

viernes, 15 de diciembre de 2006

LA AMATISTA

JOSÉ MONTSERRAT TORRENTS

LA AMATISTA
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SÉPTIMA ENTREGA



WAU

6

De Santo Domingo de la Calzada a Belorado


Rápidas nubecillas de viento se perseguían por un cielo azul frío cuando los dos caminantes abandonaron, no sin reconcomio, el grato cobijo de la cayena de Santo Domingo de la Calzada. El día se presentaba ventoso y templado, como de ajustada obediencia otoñal. Tenues cendales de niebla dibujaban una pincelada blanca sobre las barbecheras. Cruzaron el río Oja, llamado también Glera, por el puente construido por Santo Domingo y se alinearon disciplinadamente sobre el arcén izquierdo de la antigua carretera nacional 120, que usurpaba la calzada peregrina. El gran tráfico discurre por una variante que rodea la población.
La ruta avanza cortando transversalmente los someros valles fluviales que descienden de las cadenas montañosas de la Demanda y de Picos de Urbión, con sus estribaciones de Suso, Yuso y Ayago. Después del Oja, el itinerario atraviesa los arroyos Zamaca, Reláchigo, San Julián, Redecilla y Trambasaguas, que mandan las aguas al río Tirón, el cual se brinda al Ebro por Haro. Camino de cuestas y bajadas, por más que de poca monta.
Tras media hora de andadura sostenida, los caminantes rebasaron la cruz llamada de los Valientes, memorial de un juicio de Dios que tuvo lugar en el medioevo, y prosiguieron, ya por la carretera general, hasta el cruce de Grañón, un kilómetro antes del pueblo.
Grañón fue ciudad murada y con castillo, muy antiguo, como que podría remontar al conde Fernán González. Tuvo tres monasterios. Sobre las ruinas del de San Juan se levantó en el siglo XIV el templo parroquial. Hubo también un hospital de peregrinos que subsistió hasta el siglo XIX. El pueblo es grande, algo desangelado y con escasos servicios para los viandantes. Laffi lo encontró ya, en el siglo XVII, "pequeño y pobre". Los nuestros obtuvieron un parco desayuno de pan, chorizo y café, prometiéndose membrudo resarcimiento para más adelante.
De Grañón a Redecilla se puede ir por pistas agrícolas en cosa de tres cuartos de hora si no se pierde la ruta. La antigua calzada jacobea pasaba más o menos por aquí, pero fue enteramente devorada por los cultivos, que de paso se comieron los bosques. Los modernos curadores del Camino han aparejado una ancha pista que corre paralela a la carretera general, ajetreadísima, hasta Belorado. El paisaje que contempla el moderno peregrino es muy distinto del que rodeaba a los jacobípetas medievales. Las viñas ya casi han desaparecido y la tierra es un tapiz de campos de trigo y de cebada, sin apenas arbolado, a no ser algún bosquete ripícola de chopos y sauces blancos.
Redecilla del Camino tuvo hospicio de peregrinos, cuyo edificio sigue en pie. Los caminantes se acercaron a la iglesia para echar un vistazo a una notable pila bautismal del siglo XII. Allí se les agregó un caminante solitario, que, a tenor del afectuoso saludo que intercambió con el Mair, pertenecía al Sodalicio.
Siguieron por la pista agrícola y jacobea hasta Castildelgado, que tuvo también hospicio, y poco después se desviaron para rendir visita al pueblo natalicio de Santo Domingo el ingeniero, Viloria. Un kilómetro más allá de la aldea regresaron al sucedáneo de calzada. El trazado es ancho, y los caminantes pudieron marchar de tres de fondo y conversar para entretener la monotonía del avance. Sobre sus cabezas el cielo extendía una bóveda de radiante seda azul.
El nuevo compañero era praguense y astrónomo de profesión. Iba de caminante mayor, según declaró, pero sus dos iniciandos, un checo y un eslovaco, embarrancaron en Cahors y manifestaron que proseguirían la ruta cuando hubieran aprendido la lengua occitana, que en la ciudad vieja de Cahors sigue viva. El astrónomo decidió proseguir descabalado, y se citaron en Sahagún para mediados de octubre.
El praguense hablaba perfectamente el castellano, pero la conversación de aquella mañana se desarrolló en alemán. El astrónomo entretuvo a sus compañeros con una larga disertación acerca del lugar de la astronomía en la cultura occidental.
-La observación continuada de los astros -comenzó diciendo- significa, en todas las culturas, el arranque del discurso inteligente. El desafío que plantea el juego de regularidades e irregularidades de los cursos siderales no puede ser afrontado con los instrumentos conceptuales que sirvieron para las técnicas elementales de la agrimensura, la arquitectura y la medicina. Se requería, a la par que un gran despliegue de imaginación, la puesta a punto de conocimientos matemáticos más avanzados. Había, además, una condición objetiva previa: la cuidadosa observación de los cielos diurnos y nocturnos y la prolongada anotación de las observaciones. Esta observación repetida y no trivial sólo puede tener lugar en las regiones de la tierra donde los cielos son permanentemente claros. ¿Habéis leído el Epínomis de Platón?
-Lo hemos leído -repuso el caminante mayor en nombre de los dos-, aunque no sabemos si es de Platón.
-Poco importa. Dice Platón, o quien fuera el autor del diálogo :"Las primeras observaciones se debieron a la belleza de la estación de verano de que satisfactoriamente gozan Egipto y Siria: los hombres contemplan allí siempre, al descubierto, todos los astros, porque la parte del cielo que les ha tocado permanece siempre limpia de nubes y sin lluvias; y desde estos lugares se han extendido por todas partes estas observaciones y han llegado hasta aquí, luego de la experiencia de innumerables milenios". Así, pues, la astronomía, que ha sido la puerta de la inteligencia científica, es posible sólo allí donde los cielos son claros.
-En este país que pisamos los cielos suelen ser claros- observó el caminante.
-Lo eran menos en la antigüedad -repuso rápido el astrónomo-. El caso es que en las regiones donde los cielos suelen estar nublados, la astronomía sólo puede practicarse sobre la base de los registros realizados por los observadores del cielo nocturno de los paises de la franja mediterránea templada de Europa, Asia y Africa. El canónigo Copérnico, que puso patas arriba la astronomía de su tiempo, se lamentaba de no haber visto nunca el planeta Mercurio: en las llanuras de Polonia el horizonte está siempre nublado al amanecer y al atardecer, únicos momentos en que puede verse este planeta compañero del sol. ¿Y recordáis el final de Galileo Galilei de Brecht?
-Si -contestó el caminante-, vi la representación en Berlín: Galileo, ciego, pregunta: ¿Cómo está la noche? Y su hija contesta: Clara.
-Las noches claras son indispensables para la astronomía -prosiguió el praguense-; ahora bien, las observaciones y los experimentos son una parte esencial e insubstituible de la ciencia, pero no son toda la ciencia. Los resultados de las observaciones y de los experimentos, expresados en series y en medidas, deben ser ordenados, reducidos a sistema y explicados por medio de teorías. Y en esta parte del mundo, los grupos humanos que se han hecho cargo de la sistematización teórica de los conocimientos atesorados por las gentes del sur han sido las gentes del norte. Ya lo reconoció también el autor de la Epínomis :"Todo lo que los griegos reciben de los extranjeros lo embellecen y lo llevan a perfección". Los griegos de ahora son los germánicos y los anglosajones. Pero también nosotros, los del norte, para observar el cielo, tenemos que trasladarnos al sur.
-A Belorado, por ejemplo -terció el caminante, de buen humor.
-O junto a la primera catarata del Nilo. En resumen: la mujer o el hombre que desee reproducir en su propio espíritu el proceso de crecimiento de los saberes humanos y no limitarse a aplicar sus resultados, debe iniciarse en la astronomía, partiendo de la observación del sistema solar y avanzando en las interpretaciones de acuerdo con la calidad de los conocimientos matemáticos poseídos, siempre mejorables. Por esta razón la ciencia astronómica es enseñada y cultivada a lo largo del Camino, donde los cielos son claros. Más allá de los símbolos y de las apariencias, ella nos ofrecerá los términos y los conceptos en que nos expresaremos cuando la iniciación nos haya liberado de las brumas de las creencias cosmogónicas.

Departiendo animadamente los caminantes cubrieron en casi dos horas los últimos siete kilómetros de sirga, arribando a Belorado por la ermita de Santa María de Belén cuando ya las manecillas del reloj cosquilleaban las partes del mediodía solar.
Belorado (el Belfuratus del Codex Calixtinus, es decir, hermoso foramen, o sea, hoyo) fue villa repoblada en 1116 por Alfonso el Batallador con designios fronterizos. Tuvo hospital de peregrinos, llamado de Santa María de Belén. En el siglo XIII había en la villa ocho iglesias. Queda la parroquial de Santa María, del siglo XVI, al pie del alcor del castillo. La plaza Mayor es porticada y recoge la vitalidad de la población, que es mucha, debido a las factorías de productos de piel que prosperan en ella.
En Belorado fueron cordialmente recibidos en una espaciosa casa de la plaza Mayor, sobre los porches. La residencia pertenecía al Sodalicio y estaba regentada por dos mujeres de mediana edad, sumamente afables y discretas. Declararon tener noticia de la llegada de tres caminantes, por lo cual habían ya dispuesto el almuerzo. Los recién llegados manifestaron no tener nada que objetar y se sentaron a la mesa con otros tres compañeros, dos mujeres y un varón. De primero sirvieron una fresquísima ensalada de tomates y pimientos, aliñada con aceite de oliva virgen de Alcaraz, de regosto terroso. Luego apareció una olla podrida burgalesa, con alubias rojas, en versión moderada, esto es, aligerada de las costillas de cerdo. Lo acompañaron con un clarete del país atemperado en la bodega de la casa, y tantos tientos dieron a la jarra que al cabo, apiadados del subir y bajar de las solícitas regentas, decidieron ir a tomar los postres a la bodega, al pie de la barnacha..
Al caer de la tarde, después de una cumplida siesta, Ramón Forteza salió a orearse por las acogedoras calles del centro de Belorado, y entró en una tienda para comprar un par de piezas de fruta. Había tres clientas y, después de saludar y pedir turno, se apostó junto a la puerta para entretenerse fisgoneando el trajín callejero. La hora era bonancible y la gente se había echado a la calle para recoger el primer fresco de la anochecida. Una jovencita esbelta, de pelo largo y negro, vestida con pulcra ropa tejana, bajaba por la calle. El caminante la reconoció al instante: era la misteriosa doncella que en ocasiones presidía los actos del Sodalicio. La muchacha entró en la tienda y saludó jovialmente. Las mujeres respondieron al saludo y luego se hizo en la botica un respetuoso silencio. La abacera compuso su cara más maternal y se dirigió a la chica:
-¿Qué te falta, Blanca?
- Una bolsa de pipas. ¿Cuanto es?
- Nada, hija, por tan poca co...
En la trastienda resonó un carraspeo varonil e insistente, de evidente intencionalidad significativa. La abacera se apresuró a rectificar:
- Eso, son veinticinco pesetas, Blanca.
La muchacha pagó y se dirigió hacia la puerta. Al pasar junto al aparador reparó en el caminante, que la miraba pasmado. Tuvo un sobresalto, amagó un saludo y traspuso la puerta sin volver la cabeza. En la calle se unió a un grupo de rapaces que enfilaban hacia la plaza, donde se les oyó alborotar. En la botica se reanudaron las conversaciones.
Ramón Forteza sintió la imperiosa necesidad de darse un garbeo bajo los porches de la plaza. Dio un par de vueltas para inspeccionar las tascas y los cafés que animan el recinto y al cabo se decidió por una cafetería de estilo totalmente californiano que tenía veladores bajo los porches, casi a reparo de la música infernal que atronaba en el interior. Se arrellanó en el sillón metálico, pidió un agua mineral y se dispuso a no perder ripio de lo que pasaba en el recinto porticado.
Es de saber que en el centro de la plaza Mayor de Belorado se levanta un elegante templete de música, que cuando no la hay, y si la hay también, sirve de solaz, patio de gimnasia y circuito ciclista para el mocerío de la población, que es asaz fecunda. El atento observador no tardó en distinguir la inconfundible silueta de la vestal del Sodalicio, entregada, junto a un bullicioso corro, a toda clase de ejercicios gimnásticos en torno a las barandas del templete de música. La comunidad retozona compartía tres bicicletas, con intervalos de uso repartidos con la más estricta equidad, sin interferencia alguna del derecho de propiedad. Cuando le llegó la vez a Blanca, saltó sobre la máquina y, departiéndose de la carrera de obstáculos del templete, se puso a agotar su turno dando pausadas vueltas a la plaza a tocar de los porches. Al pasar por delante de la mesa donde el observador coronaba su tercer botellín de agua mineral, se detuvo en seco, puso pie en tierra y saludó con la más natural cortesía:
- Buenas tardes, mallorquín.
Y siguió adelante, antes de que el saludado, confuso, acertara a corresponder al saludo.
Caía la tarde. Menguaba la algazara infantil a copia de sucesivos y laboriosos rescates por parte de adultos cualificados que arrastraban pieza tras pieza hacia la cena familiar. Blanca se había recostado en una grada del templete. Los niños se despedían de ella cariñosamente. Los adultos la ignoraban, sin atreverse a mirarla. Al fin quedó sola, erguida, mirando hacia la postrera luz del crepúsculo. Al cabo se levantó con un cierto dejo de pesadumbre y enfiló hacia los porches. De repente volvió sobre sus pasos, se dirigió decidida hacia el café donde el observador liquidaba su factura y dijo sencillamente:
- Vamos, Ramón Forteza, que a las viejas no les gusta que nos retrasemos para la cena.
Y uno junto a otra, en silencio, se encaminaron a la cercana casa del Sodalicio.
Cenaron frugalmente, sopa y verduras hervidas. Habían llegado más caminantes y la mesa, presidida por la donosa figura de Blanca, flanqueada por dos niños, exhalaba grato calor de convivialidad. La conversación, a pesar de la abstemia total decretada por las regentas, era animada, en castellano y en francés. A los postres compareció un violín. Los niños se apresuraron a desarropar un piano en el fondo de la sala y pusieron una partitura en el atril. Junto al piano había un pequeño armónium con teclado de cuatro octavas, una quinta y un tono.Una de las regentas se sentó en la banqueta del piano y digitó unos acordes, sobre los que un caminante violinista afinó su instrumento. Cuando los niños se durmieron con las cabecitas apoyadas en los brazos, Blanca se levantó para llevarlos a acostar. Todos los contertulios se pusieron de pie y no se volvieron a sentar hasta que la muchacha hubo salido cerrando la puerta tras sí. Y la velada prosiguió ennoblecida por los conciertos de violín y piano de Beethoven y Schubert.

sábado, 9 de diciembre de 2006

LA AMATISTA

JOSÉ MONTSERRAT TORRENTS

LA AMATISTA
El Camino Superior de Santiago
novela por entregas
aparecerá en este blog un capítulo cada semana
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Barcelona, 2005.

SEXTA ENTREGA

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HE

5

De Nájera a Santo Domingo de la Calzada


Madrugadores, para completar la jornada en un solo tranco matinal, los caminantes estaban ya sobre la calzada a las siete de la mañana. Emprendieron animosos la no muy empinada cuesta que por detrás de Santa María la Real asciende por el alcor que domina la villa, entre cuevas, pinos, peñascales rojizos y mucha basura. La subida fue breve, y al poco alcanzaron un otero alfombrado de viñedos, a partir del cual el camino desciende suavemente hasta Azofra. En el margen izquierdo del camino aparece, inesperadamente, un acebuche, poco más que un arbusto, vestigio de los olivares que en tiempos no muy remotos alternaban con las viñas en estas vaguadas todavía mediterráneas de La Rioja. El camino entronca con la carretera vieja de Azofra, que queda todavía a dos kilómetros.
El pueblo se extiende a ambos lados del Camino. El bar Camino de Santiago estaba abriendo sus puertas y por ellas entraron los caminantes con voluntad de desayunarse épicamente, y a fe que nada les faltó. Durante los actos conversaron sobre vinos con un vecino, cosechero y alcalde por más señas.
La nobleza de los vinos de La Rioja parece estar relacionada con la afluencia de francos que transitaban por el Camino de Santiago, el Camino Francés, y se instalaban permanentemente en las ciudades, donde llegaron a tener barrios y administración propios. En el siglo pasado varios bodegueros, encabezados por el marqués de Murrieta, importaron técnicas bordelesas de elaboración y conservación de caldos. La filoxera, que arribó a estas cotas hacia el 1893, destruyó las cuatro quintas partes de los viñedos. Pero lo que quedó bastó para recuperarse e iniciar un sostenido comercio con los productores franceses, que persiste todavía.
La variedad de uva más cultivada es el tempranillo, del que proceden los tintos. La garnacha (o como le dicen aquí, el garnacho), uva negra, se utiliza para los claretes, y la blanca o viura para los blancos. En el trecho riojano del Camino de Santiago el vino más producido es el clarete. El de Azofra es justamente afamado. En Santo Domingo de la Calzada, donde casi no hay viñas, se bebe el honesto clarete de Cordovín.
Cuando se está en La Rioja es mandado beber exclusivamente los vinos cosecheros del año obtenidos por las pequeñas bodegas locales. Los vinos embotellados por las grandes bodegas de crianza hay que dejarlos para las mesas foráneas.
Poco después de la salida de Azofra, más allá de la fuente del Romero, el camino abandona la carretera y sigue sobre una pista que discurre primero entre majuelos y luego entre trigales. El trazado, reciente, aprovecha las pistas de la concentración parcelaria para acercarse a Cirueña casi en línea recta. Ni un árbol por remedio.
A quince minutos de Azofra, a la vera del camino, se levanta un "rollo" medieval, columna adornada con la armas del señor feudal de estos predios.
En adelante hay que poner mucha atención a las señales para no perderse en el dédalo de pistas. Unos cinco kilómetros después de Azofra se atraviesa la carretera que va a San Millán de la Cogolla por Alesanco. A la derecha, al otro lado de la carretera nacional, se divisa la asolanada loma de Valpierres, por donde discurría la vía romana que procedente de Tricio seguía hasta Briviesca. Después de atravesar una acequia de quijeros despeinados se inicia una ligera cuesta hasta un altozano desde el que se divisa ya la torre de la iglesia de Cirueña asomada tras una loma a cosa de media legua. La vereda pasa ahora a tocar de los inmensos robledales que oscurecen la ladera norte de la Sierra de la Demanda.
Sentado en el margen de un regato, un peregrino solitario, hombre de mediana edad, se daba un pediluvio en las aguas verdosas. Iba tocado con un ancho sombrero de fieltro gris y llevaba anudada al cuello una pañoleta color de teja. Saludó a los caminantes en buen castellano. Correspondieron ellos y, acomodándose en el rastel del puentecillo que salvaba el regato entablaron conversación.
Era el jacobípeta neerlandés de nación y profesor de la Universidad de Nimega, en la que dirigía el Departamento de Coprología y Escatología. Narró, mientras se complacía en enturbiar las aguas ya de suyo fangosas del arroyuelo, las dificultades que tuvo que salvar para obtener para la antropología coprológica un lugar en los estudios académicos. El más nimio recoveco de la naturaleza, argumentó, el más irrisorio resto de tiempos pasados, la más insignificante faceta de la conducta humana son susceptibles de tratamiento científico, entran en los programas de estudio y son considerados temas aptos para tesis doctorales. En cambio, un aspecto tan relevante del acontecer vital humano como es la defecación está completamente excluido de la perspectiva estudiosa y queda relegado al ámbito de la subcultura y de la chocarrería lingüística. Al homo sapiens lo flanquean el homo ludens, el homo symbolicus, el homo hierarchicus, el homo oeconomicus. Pero se quiere ignorar la existencia del homo defecans. La defecación es uno de los ejemplos más palmarios de la capacidad del ser humano para sepultar en el cerco de lo inexistente aquello que le ofende y le molesta. Y una antigua tradición ha decretado que la secuencia defecatoria es, en su globalidad, ofensiva para la dignidad del ser humano. El profesor adujo un curioso ejemplo. En una carta a Agatópodo, Valentín de Alejandría, en el siglo II, escribe: "Jesús obraba de manera divina, pues comía y bebía de modo que no evacuaba los alimentos. Tan grande era su poder de continencia que la comida en él no se corrompía, puesto que en él no hallaba lugar la corrupción." El excremento, después de ser lo execrable, es lo inexistente. Es producido por órganos siempre cubiertos, es depositado en lugares cerrados y retraídos de designación eufemística y es evacuado a través de conductos subterráneos de ingeniería costosísima ignorados por el semoviente de superficie, que finge desconocer que buena parte de sus impuestos están destinados al mantenimiento del complejo sistema del alcantarillado urbano.
La literatura occidental, siguió argumentando el coprólogo, incluso la denominada realista, omite en la inmensa mayoría de los casos toda referencia a los intervalos defecatorios de los personajes. Y cuando se refieren a ello es con la inequívoca intención de provocar, como en las primeras páginas del "Ulises" de James Joyce. Se ofrecen toda clase de detalles sobre el vestido, la comida, el mobiliario, los gestos cotidianos...pero los personajes nunca se retiran para defecar, ni se deja constancia del lugar donde podrían hacerlo.
No todas las culturas, prosiguió el escatólogo, se han mostrado tan inconsecuentes frente a la realidad del vivir humano. La filosofía de la India consigna la defecación entre los cinco karmindriyas o karmas de la acción, junto al habla, la comprensión, la deambulación y la procreación.

La inconsecuente y asimétrica relación del hombre moderno con sus deyecciones, prosiguió el holandés ya lanzado a dar su clase, alcanza el colmo de la irracionalidad en la educación de los niños. La relación natural y espontánea de los niños y niñas muy pequeños con sus deposiciones es muy similar a la de los animales superiores. Los perros, por ejemplo, se sienten atraídos por el olor de las heces, perrunas o no, las olisquean e incluso se las comen. El hecho es que la naturaleza ha integrado los posos fecales en la red de incitaciones de la sexualidad. El efluvio fecal está hecho para agradar, no para provocar asco. En los retoños humanos, el asco es inducido por la educación. Dejado a su espontaneidad, el niño juega con sus deyecciones o incluso se las come. Pero desde la más temprana edad se le condiciona para que sienta el reflejo del asco frente a las defecaciones en general y frente a las suyas propias. Este condicionamiento es perjudicial para su equilibrado desarrollo personal y social. Las heces son una realidad omnipresente en la sociedad humana; una relación más ecuánime con ellas evitaría al infante y luego al adulto muchas incomodidades y muchas situaciones desagradables. El bajísimo dintel de la sensación de asco en las modernas sociedades occidentales representa una permanente amenaza de incomodidades y aun de sufrimientos. Cualquier trastorno en los servicios comunes puede redundar en insuficiencias higiénicas y provocar situaciones evacuatorias para los que el individuo no está preparado. Piénsese en trenes o aviones con grandes retrasos, en permanencias en lugares cerrados, en grandes concentraciones humanas, en hospedajes tercermundistas, en enfermos inmovilizados...: la inevitable comparecencia de las deyecciones y de los efluvios fecales representará una verdadera tortura para unos seres vivos educados para considerar asquerosos incluso sus propios posos orgánicos. En resumen: habría que elevar muchísimo el dintel del asco en la educación de los infantes. La defecación propia o ajena no debería suscitar asco en sí misma. La sensación de asco defensiva comenzaría a partir de productos corrompidos, patológicos o claramente perjudiciales. Nuestra cotidiana caquita no lo es.
La Universidad de Nimega, aseveró el profesor con un dejo de orgullo, ha tomado la valerosa decisión de incluir la defecación humana en su programa de estudios. Se creó, en el ámbito de la antropología, el Departamento de Coprología y Escatología, que aborda, con método rigurosamente científico, la siguientes materias: etnología y psicología social defecatorias, pedagogía, arquitectura y urbanismo, lingüística, literatura, arte, psicoanálisis, religión y filosofía. Otorga grados y publica una revista, "Deus defecans".
-¿Por qué este título?, inquirió el caminante.
- Porque el hombre ha pretendido agregarse al género de los dioses, dentro del cual una de sus diferencias específicas, junto con la mortalidad, es la defecación. Los demás dioses no defecan.
El coprólogo dio por terminado su pediluvio y sacó los pies del agua para que los secara el sol equinoccial y la brisa de la Sierra de la Demanda. Los caminantes se despidieron afablemente y le desearon toda clase de éxitos en sus esfuerzos por llevar al ser humano a una comprensión más ajustada de su discurrir terreno.
Cirueña es villorrio ventoso y canijo. Los caminantes entraron para refrescar la boca en la fuente comunal, en un jardincito delante de la iglesia, y retomaron el itinerario que en hora y media iba a conducirles sin tropiezos hasta las puertas de Santo Domingo de la Calzada a través de sernas solitarias, pajizas en los trigales segados, parduzcas en los barbechos. Las viñas ya se habían terminado. El sol era un redondo filo de fuego corusco colgado de un cielo nacarado y desnudo. Alcanzaron la zona industrial y se adentraron por las calles de la ciudad vieja, orientadas de este a oeste.
La ciudad de Santo Domingo de la Calzada surgió a mediados del siglo XI como entorno urbano del puente que un monje solitario llamado Domingo construyó sobre el río Oja para facilitar el paso de los peregrinos que rechazaban el rodeo por la antigua calzada romana de Tricio a Briviesca y preferían acercarse a Burgos a través de los Montes de Oca. La población pasó a denominarse "Burgo de Santo Domingo". A finales del siglo XII se reconstruyó el edificio de la colegiata, que es uno de los más antiguos ejemplares del gótico jacobeo, muy influido por el gótico languedociano. Una airosa torre exenta, de estilo barroco, completa el armonioso espacio de la plaza en la que se asienta la colegiata.
El caminante mayor guió decididamente a su compañero a lo largo de la antigua calle de los Caballeros hasta un gran caserón casi a la salida de la villa, lindando con los trigales que bordean el río Oja. Cruzaron una verja herrumbrosa, atravesaron un jardín en estado salvaje y entraron en un amplio y fresco zaguán, de uno de cuyos muros colgaba un gran tapiz negro. Al pie del tapiz había un pequeño armónium con teclado de cuatro octavas, una quinta y un tono. Una dama de cabellos rubios, vestida con una túnica gris claro, que se presentó como la Magistra Domus, los acogió calurosamente y los condujo sin más preámbulos a unos espaciosos aposentos en la segunda planta. La casa bullía de toda clase de sonoridades musicales, como si decenas de intérpretes estuviesen afinando sus instrumentos. Esto es lo que cabalmente estaba sucediendo, aclaró una muchacha que bajaba por la escalera aplastada bajo el peso de su contrabajo.
Media hora más tarde los dos recién llegados se sentaban a la cabecera de una larga mesa de madera de haya que corría a lo largo de una de las paredes de una anchurosa cocina, en un extremo de la cual runruneaban tres lavavajillas en batería. Los residentes, notició la Magistra Domus, almuerzan en el refectorio a la una; la cena es a las ocho, y a las diez comienza el silencio. El desayuno se lo arregla cada cual en la cocina, aunque se recomienda frecuentar los cafés y tascas de la población.
Mientras devoraban un sencillo pero sabroso comistrajo monástico, el Mair, secundado por la Magistra Domus, fue informando al Caminante de la condición del lugar en el que se hallaba y donde iba a demorarse cuatro días.
El Sodalicio tenía en Santo Domingo de la Calzada una de sus cayenas de instrucción. Las demás estaban en Castrojeriz, en Sahagún y en Astorga; las grandes cayenas de Villafranca del Bierzo y de Santiago eran también de instrucción. En otras poblaciones había simples albergues, y en algunas nada.
La cayena de Santo Domingo era una de las mayores. Ocupaba un inmenso y macizo caserón que había sido seminario de una orden religiosa. Podía acoger cómodamente a cien personas en habitaciones dobles o individuales, y cien más en dormitorios colectivos. Había dos refectorios, tres espaciosos salones, varias aulas y una buena biblioteca, que ocupaba la antigua capilla. El amueblamiento y la decoración parecían el resultado de un pacto entre un monasterio benedictino y un colegio británico.
En un extremo del jardín posterior, colindante con los campos, había una gran cuadra en la que se oían piafar varios caballos.
La tarea encomendada a la cayena de Santo Domingo de la Calzada consistía en perfeccionar la inserción de los caminantes en las realidades del Camino Inferior de Santiago, es decir, en la geografía, la historia, el arte, la simbología y el significado espiritual de la Peregrinación. El objetivo era hacer de cada caminante un peregrino capaz de integrarse sin desajustes en la gran corriente de la peregrinación jacobea, penetrando en su mundo imaginario y en su universo de creencias. Entre Santo Domingo de la Calzada y Villafranca del Bierzo los caminantes se habrían como unos peregrinos más, participando en la vida del Camino. En Villafranca del Bierzo tenía lugar la instrucción definitiva en el Camino Superior de Santiago, que culminaba en la gran ceremonia iniciática de la Gran Blasfemia en Santiago. Después, los hombres y las mujeres iniciados seguían libremente su ruta hasta Finisterre y se dispersaban. Muchos, sin embargo, se desparramaban por las cayenas del Camino para participar en la formación de los nuevos caminantes o cuidar de la educación de las niñas y los niños durante los meses del Iter Magnus.
La instrucción, en la cayena, procedía por medio de la participación activa de los caminantes en lecturas, conferencias y conciertos que tenían lugar sin interrupción durante todo el período del Iter Magnus, de marzo a noviembre. La estancia podía durar hasta cuatro semanas.
La misma tarde de su llegada, Ramón Forteza fue sometido por parte de dos caminantes alemanas a un concienzudo examen de aptitudes musicales, tras el cual fue adscrito al coro en calidad de barítono. Todos los residentes con conocimientos musicales entraban a formar parte del coro o de la orquesta del Sodalicio. La orquesta contaba en aquel momento con cuarenta intérpretes; de ahí la algarabía instrumental que resonaba entre las paredes de la casa a todas horas del día.
Los días transcurrían plácidos a orillas del Oja. La variopinta y cambiante comunidad de Caminantes convivía en el caserón con un sosiego no falto de jovialidad. La actividad era constante. Se ofrecían toda clase de cursillos y conferencias, en los que todos oficiaban ora de profesores ora de alumnos. En la casa se hablaban media docena de lenguas, aunque todos, niños y mayores, se expresaban en un castellano pasmosamente correcto.
Llegaban grupos de caminantes con su caminante mayor, mujer u hombre, al frente. Otros partían, cumplida ya su estancia en la cayena Los caminantes mayores ocupaban en el refectorio una mesa aparte, y después de la cena solían demorarse en ella para participar o simplemente asistir a una dilatada Cámara Vespertina.
Es de saber que las actividades plenarias del Sodalicio tenían lugar después de la puesta del sol.
En las grandes cayenas y en las cayenas de instrucción había siempre niños y niñas; los había también ocasionalmente en algunas de las cayenas de tránsito. Eran en su mayor parte hijos o familiares de caminantes. Vivían en el Camino durante todo el período del Iter Magnus, aunque sus padres regresaran a su lugar de origen. Viajaban de Levante a Poniente a pie o a caballo, y regresaban en tren. Su tarea principal era la participación en el Gran Ritual y en la Gran Dramaturgia, como cantores, como instrumentistas, como actores o como acólitos. Seguían un ciclo de estudios adaptado a su edad, basado en la Ratio Studiorum reconocida por el Sodalicio desde del siglo XVI. Una Curia de Prefectos, dependiente del Consejo Nocturno, entendía en todo lo referente a la enseñanza. Cada alumno constituía por sí mismo una unidad docente que arrastraba un entero cuerpo de enseñantes. Dondequiera que se hallase el alumno o la alumna, tenía a su disposición los profesores correspondientes a su programa de estudios. Todos los caminantes estaban obligados a impartir clases de acuerdo con su especialidad. En muchas ocasiones, los caminantes tenían que retroceder en el Camino para acudir a la cayena donde eran requeridos para dar enseñanza; en este caso estaban autorizados a viajar en medios de transporte mecánicos. Podía darse la circunstancia, pues, de que en una cayena hubiera cinco alumnos y diez profesores. Por otra parte, la distribución de los niños entre las cayenas no obedecía a normas estrictas. La Curia de Prefectos respetaba los grupos de amistad que se hacían entre la muchachada, de manera que los amigos y las amigas podían convivir casi continuamente durante todo el período del Iter Magnus.
La grey infantil sumaba en Santo Domingo de la Calzada tres docenas de almas. Se agrupaba en comandos o partidas de acuerdo con los programas de estudio o los proyectos de aventuras, y participaban, cuando les era solicitado, en los conciertos. Comían en su propio refectorio y, bulliciosos como eran, no perturbaban en absoluto el estar del resto de la comunidad, que por lo demás los aceptaba tal como la vida los producía. En las noches claras subían a la azotea del edificio donde un Caminante polaco les impartía lecciones de astronomía observacional con la ayuda de un pequeño telescopio.
Ramón Forteza pasaba la mayor parte del tiempo en la capilla-biblioteca, que era también la estancia más fresca de la casa. Las lecturas recomendadas por los caminantes mayores versaban sobre historia medieval, arte románico y gótico, filosofía antigua y contemporánea (de los griegos se saltaba a Kant; lo de entremedio, decían, es pérdida de tiempo), ciencia (en particular cosmología y física cuántica) y antropología. El Caminante impartió una conferencia sobre la teoría de la relatividad y otra sobre la del Big Bang y asistió a un documentado cursillo sobre la economía de la Baja Edad Media. El talante intelectual del Sodalicio tendía netamente a la interdisciplinariedad, por lo que a través de cada título se accedía a la totalidad de los intereses culturales de los participantes. Sostenía largas conversaciones con otros residentes y daba breves y frecuentes paseos por las calles de la ciudad para irle tomando el tiento por de fuera. No se privaba de entrar en alguna tasca a tomar un vino y charlar con los vecinos. Nunca le preguntaron quien era, de donde venía y donde se alojaba, como si lo tuvieran bien sabido.
Un par de veces acudió con otros caminantes a las celebraciones litúrgicas de la Colegiata, lamentando la progresiva e irremediable decadencia del latín y del canto gregoriano en el culto de la iglesia católica. La cristiandad contemporánea, comentaron, ha sido una mala administradora del tesoro cultural que los siglos pasados le habían confiado. Un caminante francés adujo los versos de un juglar de su país: "Sans le latin, la messe nous emmerde".
Pasaron los cuatro días. Octubre entró, tibio y luminoso.

lunes, 4 de diciembre de 2006

LA AMATISTA

JOSÉ MONTSERRAT TORRENTS

LA AMATISTA
novela por entregas
aparecerá en este blog un capítulo cada semana
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Barcelona, 2005.

QUINTA ENTREGA

DALETH
4

De Logroño a Nájera


Una inacacable calle, la del Marqués de Murrieta, luego Avenida de Burgos, enlaza el casco antiguo de Logroño con la zona industrial en el circundo de la carretera nacional 120. Para amortiguar el impacto de la fastidiosa andadura suburbial, los caminantes resolvieron repartir el desayuno en sucesivos bloques lineales, arrancando con un simple café y culminando con una colación de fundamento ya en los aledaños del puente del ferrocarril. Después de lo cual se aplicaron resignados a obedecer las señales amarillas que durante una hora los fueron guiando entre un maremágnum de fábricas, solares y autovías. El sol trepaba espléndido a sus espaldas abriéndose camino en un cielo sin obstáculos cuando alcanzaron por fin el remanso estético del parque del pantano de La Grajera. Casi dos horas habían tardado en librarse de los suburbios logroñeses.
La Rioja es la tierra de los siete valles, labrados por ríos que corren de sur a norte, desde el Sistema Ibérico al Ebro. Uno de estos ríos, el Oja, es el que da nombre al país. El Camino de Santiago, enderezado de este a oeste, cruza de través dos de estos valles, el del Najerilla y el del Oja, cortando también varias vaguadas menores. Esto hace un trayecto ondulado, aunque con escasos desniveles.
A la salida de Navarrete y hasta el Alto de San Antón la ruta discurre entre los últimos altozanos de las montañas que se extienden entre los ríos Iregua y Najerilla. Después del Alto comienza el descenso hacia el valle del Najerilla en el que se asienta la ciudad de Nájera. El río recoge las aguas de las cuencas de la Sierra de la Demanda y de los Picos de Urbión, lo que hace un buen caudal incluso en verano. Es río truchero.
El trazado actual del camino contornea el pantano de La Grajera, pasa al pie de la antena de comunicaciones y sale del parque para desembocar en una pista que 1.500 metros más adelante vuelve a enlazar con la carretera nacional, que aplasta la antigua calzada, en el Alto de La Grajera. Después de un kilómetro, el camino marcado se desvía por la carretera de Entrena y al poco enfila una pista rural que atraviesa la autopista A-68 por un paso elevado junto al cual se divisan las ruinas del Hospital de San Juan de Acre. Diez minutos más y el camino entra en Navarrete por la Puerta de Santiago. El Camino viejo es la misma calle Mayor, que asciende hacia el almodóvar.
Navarrete es población de aspecto agradablemente arcaico, medieval, como dicen las guías. En sus calles angostas y sombreadas pueden encontrarse todavía talleres de alfareros que moldean con torno a pedal.
Los caminantes se concedieron un buen refrigerio en la fonda Carioca, que abre puertas a la antigua carretera, para zafarse por un momento de la luz del sol en su demasía. Luego calaron sus chapeos y al pie de la villa requirieron la nacional 120 que les haría ruidosa compañía durante una hora y media, con el sol sobre la oreja izquierda. Et modo quae fuerat semita facta via est ["Luego lo que había sido una senda se transformó en carretera"], se lamentó el caminante mayor.
A la salida de Navarrete el cementerio luce un inesperado pórtico románico, único despojo remanente del hospital de San Juan de Acre. Los caminantes se descubrieron ante la pequeña lápida que recuerda a Alicia de Crämer, peregrina ciclista muerta en accidente en este lugar. El caminante mayor recitó pausadamente el salmo 129: De profundis clamabo ad te Domine, Domine exaudi vocem meam . Otra vez sobre la ruta, el Compañero no pudo dejar de comentar la admiración que le suscitaba la potencia memorística que gustaban exhibir los miembros del Sodalicio.
-Os sabéis de memoria los salmos, Plotino, Virgilio, las Upanishads...
- Y Aristóteles y Séneca y el Paraíso Perdido, y Baltasar Gracián ..
- No acabo de captar la utilidad de atarugar en la memoria textos que se hallan a mano fácilmente en los libros y en los disquetes. El esfuerzo que se requiere para almacenar todo esto es inmenso y las ventajas, a lo que se me antoja, son exiguas.
-Es equívoco usar el noble y delicado nombre de "memoria" para designar a los soportes que registran, codificados, los materiales del conocimiento. La memoria no es tal hasta que no es poseída por una mente viva.
- O sea, que el lápiz-memoria ni es lápiz ni es memoria.
- Es un registro muerto. La memoria viva es el depósito de datos sobre los que opera la mente; ésta no puede girar en el vacío; el mínimo de contenido que requiere es el del lenguaje. Una memoria copiosa propiciará una actividad intelectual intensa.
Ramón Forteza no respondió y dejó que el tranquilo esfuerzo de caminar contribuyera a ordenar sus recuerdos y sus ideas. Luego, durante el resto de la mañana, departieron sobre la renuncia al cultivo de la memoria en la educación y los pésimos resultados de esta carencia.
Los caminantes rebasaron el desvío de Ventosa y alcanzaron el punto del kilómetro 16 en que el camino se aparta de la carretera. Tomaron una pista de tierra a la izquierda y en cosa de media hora remontaron el Alto de San Antón. A la izquierda se van degradando las ruinas del monasterio de este nombre. Desde allí contemplaron el mar de viñedos que en suaves ondulaciones desciende hasta el valle del Najerilla y hasta la misma ciudad de Nájera, de la que les separaban casi dos horas de andadura bajo un sol que, lanzado hacia su cenit, martilleaba sin contemplaciones sus sombreros de paja. El camino es apenas tal; senda improvisada trazada por los voluntariosos celadores de la peregrinación para ahorrar a los caminantes el paso por la carretera. No hay más que estar atento a las señales amarillas e ir atravesando pistas, campos, almacenes, regatos y puentecillos hasta alcanzar los arrabales hortícolas y luego la zona de las industrias muebleras de Nájera. La ciudad se halla cosida a las riberas del Najerilla en una extensión de casi dos kilómetros, y recostada en una muralla de inhiestas peñas rojizas.
Agostados y famélicos, o sea, mozarábicamente crepados , los caminantes alcanzaron la ribera del Najerilla cuando el reloj del monasterio de Santa María la Real daba las dos de la tarde, mediodía solar, y se abalanzaron sobre el Hotel San Fernando, donde su ardorosa comparecencia fue recibida con afabilidad. Regenerados por una dilatada ducha, se reunieron de nuevo en el restaurante anejo al hotel dispuestos a resarcirse de la enojosa travesía por los deteriorados paisajes de la llanura riojana. Desoyendo los consejos del mesonero acerca de la inconveniencia de ciertos condumios en período todavía caluroso, se hicieron servir de primero unos caparrones con tropiezos, que el común denominaría pochas con chorizo y oreja de cerdo, con sus correspondientes guindillas en escabeche, el todo ayudado por un tinto cosechero garantía de la casa. Renunciaron luego a las carnes del guiso que suelen servirse de segundo plato en cazuela de barro con una fritada, y se contentaron con un bacalao al peregrino empujado por un segundo jarro de tinto, meritoria condescendencia en dos empedernidos bebedores de blanco. Unos perfumados melocotones de viña coronaron un almuerzo proyectado con más arte que comedimiento.
A media tarde, cuando ya las calles comenzaban a ofrecer sombras acogedoras, los caminantes, descansados y satisfechos, salieron a darse un garbeo por la villa histórica y monumental.
En los siglos X y XI Nájera (en árabe "lugar entre peñas") fue segunda capital del Reino de Navarra y residencia de sus reyes. Sancho el Mayor, a principios del siglo XI, propició la construcción de la nueva calzada jacobea por La Rioja, haciendo de Nájera etapa principal. Su hijo García engrandeció la villa y la dotó de servicios para los peregrinos. Erigió el monasterio de Santa María la Real y fundó junto a él una alberguería dotada con rentas propias. Cuando en 1076 La Rioja se incorporó al Reino de Castilla, Alfonso VI prosiguió la política jacobea de la casa real navarra, aunque con su sello propio, es decir, favoreciendo escandalosamente a los monjes francos de Cluny. Pero ya a partir del siglo XII la relevancia santiaguesa de Nájera fue cediendo en favor de Santo Domingo de la Calzada, a donde se había trasladado el obispo para zafarse de los cluniacenses. A finales del siglo XV operaban todavía las alberguerías, reseñadas de esta guisa por el peregrino Künig: "Allí dan de grado por amor de Dios en los hospitales y tienes todo lo que quieres. Excepto en el hospital de Santiago, toda la gente es muy burlona. Las mujeres del hospital arman mucha algazara a los peregrinos, pero las raciones son muy buenas".
La actual fábrica de Santa María la Real es gótica de los siglos XV y XVI. Su iglesia se apoya en los riscos donde se halla la cueva en la que, según la leyenda (de la que no tenemos motivos para dudar, adujo el Caminante mayor), fue hallada una imagen de Santa María, románica ella. La cripta fue panteón real de la casa de Navarra.
Plegándose a las instrucciones recibidas en la etapa anterior, el Caminante se esmeraba en sumergirse en el universo imaginativo del cristianismo medieval, exponiéndose sin reservas a los impactos cognoscitivos y emocionales de las obras de arte que iba contemplando. Adoptó el talante espiritual de un peregrino de tiempos pasados, dispuesto a hacer de su camino su universidad. Las lecturas realizadas durante el año anterior bajo la guía epistolar del caminante mayor facilitaban su rápida compenetración con el escenario cultural que llamaba a las puertas de su sensibilidad. En ocasiones se separaba de su compañero, algo remiso frente a las artes plásticas, y solo o en unión con otros peregrinos consumía concienzudos recorridos por los monumentos.
En la plaza Mayor, los caminantes, algo aturdidos por su erudito deambular, se sentaron en los veladores de un café y se dedicaron, vaso en mano, a ver pasar el tiempo y los vecinos. A prima noche buscaron y hallaron una tasca de olores recios en la que les fue servida una trucha del Najerilla frita, que acompasaron con clarete de Azofra, tras lo cual atravesaron el río y se retiraron a descansar.

viernes, 24 de noviembre de 2006

LA AMATISTA

JOSÉ MONTSERRAT TORRENTS

LA AMATISTA
novela por entregas
aparecerá en este blog un capítulo cada semana
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Barcelona, 2005.
CUARTA ENTREGA



GHIMEL
3
De Torres del Río a Logroño

Torres del Río era etapa de paso para los caminantes individuales del Sodalicio, pues la casa de acogida era harto pequeña. A las siete de la mañana, los viandantes estaban ya calzados y con los morrales a la espalda. Sorbieron un hirviente recuelo azucarado, besaron a los niños, abrazaron al compañero y a la compañera y se pusieron en camino, con ánimo de llegar a Logroño antes del mediodía.
La ruta santiaguesa entre Torres y Viana requiebra la vieja carretera, que serpentea para salvar los barrancos que se escurren, cuando llevan agua, de las estribaciones de la Sierra de Codés. Pasado el cementerio, rodeado de almendros y de basura, la vereda marcada se entra por los viñedos de la región vinícola de la Rioja Alavesa, aunque se sigue pisando tierra del Reino de Navarra. Después del arroyo Balsero, el camino topa con la carretera (ya no muy transitada, pues el nuevo vial transcurre más al sur) y la sigue unos cuatrocientos metros, hasta el kilómetro 71, de donde arranca un sendero que sube hasta la ermita de Nuestra Señora del Poyo, o sea, del Puy, es decir, del Puèg occitano. En el patio adyacente de la iglesia se ha acondicionado un pequeño jardín de recreo, con acacias que quizás lleguen a crecer.
Poco después de la ermita, el sendero señalizado se desvía a la derecha e inicia un sinuoso descenso hasta el arroyo Longar, atravesando la carretera de Bargota junto a un campo de fútbol. Después de una hora entre viñedos y pinares (pino albar o carrascal, pues el terreno tiende al secano) sin más guía que las señales rojiblancas de las Grandes Rutas, la senda baja por el barranco de Mataburros, atraviesa el arroyo de Cornava, que fue asentamiento romano, y vuelve a cortar la carretera, por la que retrocede un poco para adentrarse por un atajo que pronto la devolverá al asfalto, del que no escapará en los tres kilómetros que faltan hasta Viana.
Mientras caminaban a través del austero paisaje de viñas y pinares, el Caminante mayor impartió a su Compañero la tercera Lectio de la Iniciación a la Vía Láctea, esto es, al Camino Superior de Santiago.
"Te adentras en un mundo de símbolos y de apariencias. No se te pase por las mientes inquirir qué clase de realidades están representadas por estos símbolos, ni cuáles son los hechos que se enfrentan a aquellas apariencias. Los símbolos, cuando son vigorosos y se hallan bien arraigados, medran por sí mismos sin necesidad de contraparte real. No ocurre como con la escalera del filósofo, no: si a nuestro pintor de techos le quitan la escalera no se cae: queda colgando de la brocha. Así de robusta y compacta es la red simbólica en la que nos vamos entretejiendo.
-¿Conoceré ya estos símbolos o tendré que esperar hasta los páramos castellanos?-
-No hemos elegido nuestros símbolos; son ellos los que nos han elegido a nosotros. Somos europeos occidentales de fuerte impronta mediterránea. El hombre occidental vive completamente rodeado de los símbolos de la religión cristiana, aunque ya no los comprende. Sin embargo, es afectado por ellos. Cuando entra en una iglesia románica, cuando contempla un fresco renacentista, cuando le deslumbra una vidriera, cuando escucha un oratorio barroco, cuando lee las graves estrofas de Dante o de Milton, el híbrido retoño de las generaciones cristianas siente en lo más recóndito de su conciencia la indefinible llamada de la sublimidad, pero no puede darle acogida: su ignorancia se lo impide. No ha leído los textos sagrados. Desconoce los magnos episodios de las historias de salvación del judaísmo y del cristianismo. El martirologio se le aparece como un mero calendario de regalos. Su período anual desatiende los ciclos litúrgicos. ¿Cómo puede ser conmovido por los frescos de la Capilla Sixtina si desconoce la narración del Génesis y si no sabe distinguir los profetas mayores de los profetas menores? ¿Cómo puede adentrarse en la música descriptiva de la Pasión según San Mateo de Bach si nunca ha leído las trágicas páginas que describen la pasión del Salvador? ¿Cómo puede entender las sutiles llamadas del Paraíso Perdido de Milton si nada sabe de la tremenda lucha primordial de los ángeles buenos y los ángeles malos? El goce estético del hombre moderno ante la miríada de obras de arte legadas por el judaísmo y el cristianismo es superficial e inconsistente. Esta mirada vacía supone para él una gran pérdida. Deja de saber de sus raíces. Pero éstas, no por ignoradas dejan de ser raíces. Cuando tras la vacuidad de lo cotidiano busca el arrimo de lo permanente, son los signos del cristianismo los que se le aparecen en primer lugar como pretendidos portadores de respuesta. Y no los entiende.
- Pero hay otros símbolos, además de los cristianos...
-Cierto que un esfuerzo consciente permite al hombre occidental trascender el cerco de la tradición cristiana para aproximarse al universo simbólico de otras civilizaciones. Pero lo que está ahí, embebido en las piedras, en las telas y en los sonidos, es el compacto mundo espiritual del cristianismo, y aun aquél que lo rechaza como creencia no puede zafarse a su esplendorosa presencia como símbolo.
- Siempre el Mediterráneo...
- La creencia fundamental de las grandes religiones mediterráneas es la de una divinidad creadora. Es la reflexión sobre el mundo la causa generadora del principal dogma religioso. Una vez acogida esta creencia, el hombre ha buscado su lugar en un espacio que está dominado por el creador y por su criatura material. La tragedia del hombre es que no tiene lugar propio en esta historia cósmica. Dios y el mundo lo aplastan al entrechocar. Esta equívoca pugna entre Dios, el mundo y el hombre ha dado lugar a la complejidad de la dogmática cristiana, ésta que está ahí, en nuestras costumbres, en nuestras leyes y en nuestras obras de arte. Comprender la arquitectura simbólica de la creación es absolutamente indispensable para comprender el mundo en que vivimos como resultado histórico de una avasalladora fuerza espiritual.
- He sido educado en la idea de la creación y la comprendo. ¿Y luego qué?
-Los maestros del Sodalicio han depositado la simbología judía y cristiana en el ámbito de lo imaginario, para lo cual han procedido a robustecer y ensanchar la potencia de la imaginación de acuerdo con las pautas de una tradición olvidada Así pues, sobre este Camino aprenderás, de una parte, a aislar el pensamiento, y de otra parte a desligarte de tus propias percepciones. Pero no confundas esta disciplina con ejercitaciones como el Yoga, ni tan sólo en la presentación más clásica de los Sutras de Patánjali. La finalidad de nuestro ejercitar no consiste en eliminar los procesos de la mente, sino en hacer que en ellos domine la imaginación. Vivirás, pues, en un mundo imaginario, el halam al-mithal del que habla el gran maestro sufí Soravardi en el Libro de la Sabiduría Oriental. Es un espacio intermedio entre la inteligencia y la sensibilidad; es la tierra feraz de los poetas y de los artistas, frecuentada también por las religiones y aun, en visitas nocturnas y subrepticias, por la misma ciencia. Nada será según pienses o según veas, todo se configurará de acuerdo con las enseñas imaginarias que una larguísima tradición ha ido depositando a lo largo del Camino."
-En mis años mozos llamábamos a esto un trip, y a veces nos quedábamos colgados.
-Ni viajes ni colgaduras. El discurrir cotidiano, con toda su variedad, no se ve afectado por el robustecimiento del mundus imaginalis . El Camino de Santiago es un milagro de corporeidad, un estallido de sensaciones, un río de humanidad. De todo ello gozaremos, instruidos por la experiencia de los que han caminado delante de nosotros y han dejado sobre las cosas mejores la señal inconfundible del Est Est Est. No vas a precisar guía de visitantes. En cada ciudad, en cada etapa, en cada descanso, los compañeros del Sodalicio habrán preparado para tí el cobijo más acogedor, la compañía más grata, los platos más sabrosos, los vinos más entrantes. Por otra parte, nada te impedirá seguir el curso de tus reflexiones de estudioso de la naturaleza y del hombre. La potencia iniciática de nuestro Camino no se dispersa en esfuerzos baldíos por reprimir el pensamiento o por eliminar las sensaciones. Su empuje poderoso se encamina a descabalgar del pensamiento y de la sensación el mundo imaginario, que pasa a desenvolverse en su propio ámbito, cada vez más aislado. Cuando voluntariamente, guiado por los maestros, o simplemente, conducido por el gran maestro que es el propio Camino, te adentres en las inmensidades de tu mundus imaginalis , vivirás en él como en un universo realísimo. Entonces, los símbolos serán para tí como piedras, como pájaros, como vientos, como relámpagos, como objetos palpables, visibles y combinables. Te atraerán, te repelerán, te harán gozar, te harán temer, te harán llorar...Serán un mundo sobrepuesto a otro mundo, una vida sobrepuesta a otra vida".
-¿Hasta cuando?
-Hasta Santiago de Compostela. Allí todo cambiará. El mundus imaginalis se desvanecerá de improviso. Pero la inteligencia, al recuperar la primacía, ya no será la misma.

Razonando de esta guisa los caminantes habían llegado a la vista de Viana, que se alzaba impávida sobre su colina rojiza. Decidieron subir a la ciudad, en primer lugar para tomar un desayuno, pero también para contrastar la fiabilidad del aserto de Pérez Galdós cuando afirma que Viana y Madrigal de las Altas Torres son las más vetustas y sepulcrales villas de España.
Por lo pronto, la colación que se concedieron no tenía nada de fantasmagórica. En el mesón en que pararon, uno de los muchos de la villa, les fue servido un oloroso escabeche de atún con ensalada de tomates y acompañamiento de pan de centeno recién horneado. Y, dado que el trecho de camino hasta Logroño era andadero y el calor todavía no agobiaba, empujaron el refrigerio con moderados tientos de cosechero de la Rioja Alavesa, fresco como las calles de Viana, con la que se conciliaron mandando al diablo al autor de los Episodios Nacionales.
Viana es fundación de la Corona de Navarra frente a Castilla, que comienza a media legua de la ciudad. Desde el siglo XV fue principado. La iglesia de Santa María tiene las dimensiones de una catedral, con cinco naves y una girola que es un verdadero paseo circular. El triforio de la nave central es de los más elegantes del arte gótico español. La fachada del siglo XVI llama la atención por la singularidad de su estructura. La villa conserva lienzos de muralla y muchas casas blasonadas. Junto a la muralla se cae en pedazos la impresionante iglesia gótica de San Pedro.
A la salida de Viana el camino va parejo a la carretera durante un kilómetro, entre vinales (en el Cuaderno del Caminante se deslizan de vez en cuando términos del habla mozarábica) y olivares. Luego se desvía hacia la ermita de la Trinidad de Cuevas, con su fontín junto al arroyo Perizuelas, vuelve a la carretera a la altura de un luco de pinos, la cruza, sigue por el bosque y va a salir al puente sobre el arroyo Labrazo, que separa Navarra de La Rioja.
Mientras descansaban en el apacible entorno de la ermita de la Trinidad, acompañados por un perro de pastor que apenas podía con su carlanca, el caminante mayor prosiguió el discurso iniciático de esta etapa.
"Elaboramos nuestro tejido simbólico con trama y urdimbre de dos universos distintos. En el estrato inferior se halla la inagotable riqueza imaginativa de la religión cristiana, sobre todo en su etapa medieval, la mejor representada en el Camino. No despreciamos las contribuciones de las demás religiones del Libro, judaísmo, islam y vedismo, pero sus manifestaciones sensibles nos quedan lejanas; en cambio, las del cristianismo las tenemos ante los ojos y bajo nuestros pies. Nos sumergiremos, pues, en la simbología del cristianismo, sobre todo a través del arte y de la liturgia.
"En el estrato superior enlazamos con las ingeniosas fabulaciones de las escuelas gnósticas que han medrado al reparo de las grandes religiones: los valentinianos (gnósticos cristianos), los cabalistas (gnósticos judíos) y los sufíes (gnósticos musulmanes). Fuera de estas corrientes, aceptamos algunas imágenes de la alquimia. Del hermetismo apenas tomamos nada, porque es poco imaginativo, con la excepción de su tratado más gnóstico, el Poimandres. Rechazamos categóricamente las ficciones y los fraudes de las llamadas ciencias ocultas, y en particular de la más deleznable de todas, la astrología. A diferencia del pensamiento gnóstico, que representa una elaboración refinada de las creencias de las grandes religiones del mundo civilizado, las ciencias ocultas son meras pervivencias de la ignorancia neolítica arraigadas en los islotes de incultura profunda que sobreviven en el entorno ideológico de la ciudad."
-¿Bajo que signo naciste?
- Nací a la sombra de un roble, que según me contaron, extendía sus ramas sobre la casa en qué mi madre me trajo al mundo.
El caminante hubiera deseado saber en qué parte del mundo, pero no se atrevió a preguntarlo. El caminante mayor podía pertenecer a cualquiera de las razas caucásicas, y por lo demás, hablaba las lenguas que hablaba con corrección académica horra de cualquier dejo local o dialectal. La conversación, por el momento, encalló aquí.
Poco después del puente, el camino se aparta de la carretera hacia la izquierda y sigue por una pista de servicios que pasa por la ladera norte del monte Cantabria, yacimiento arqueológico prehistórico y romano. Comienza el suburbio logroñés. La pista va a caer sobre la carretera de Mendavia y, pasado un cementerio, aborda el Puente de Piedra sobre el Ebro.
Cuando ya el sol se colgaba en el cielo más alto, los caminantes alcanzaron el fresco reparo de las calles del barrio antiguo de Logroño.
Logroño es hija de su puente: grognum , lugar de paso en bajo latín. Cuando La Rioja fue ocupada por el Reino de Castilla, en 1076, Alfonso VI construyo el puente sobre el Ebro para facilitar el paso de los peregrinos. Domingo de la Calzada y Juan de Ortega lo robustecieron. Alfonso VI repobló la villa, en parte con sujetos franceses. Logroño pasó a ser ciudad fronteriza y etapa importante en el camino de Santiago, desbancando a Nájera, la antigua capital navarra. De Logroño dice Künig, el peregrino de 1496: "Ésta es la primera ciudad de Hispania; allí conocerás otra moneda: acábanse los cornados y tienes que aprender a conocer los maravedises".
- El Sodalicio -informó el caminante mayor- no dispone de acogida en Logroño. Nos alojaremos en algún hotel del centro de la ciudad.
Cruzado el Puente de Piedra, el camino dobla a oeste sobre la Rúa Vieja. Los caminantes recorrieron todavía la calle Barriocepo, pasando por delante de la iglesia de Santiago. Rebasada la Puerta del Camino, siguieron un trecho la calle del Marqués de Murrieta hasta dar con el hotel del mismo nombre, donde se aposentaron. Antojóseles un almuerzo frugal para propiciar una larga siesta y hallarse en buena disposición para un recorrido vespertino por las tascas de las calles Mayor, Laurel y aledañas.
A la caída de la tarde, frescos y descansados, los caminantes recorrieron con prudente desapego arqueológico los monumentos antiguos de la ciudad: las iglesias de Santiago el Real (gótica del siglo XVI) y de Santa María del Palacio, llamada la Imperial, la de San Bartolomé y la colegiata de Santa María la Redonda, del siglo XV, que comparte el título catedralicio con la sede de Calahorra. Esta iglesia recibe el nombre de una capilla octogonal sobre la que fue edificada. Que una figura octogonal sea vista como redonda no debe extrañar, pues el octógono era contemplado como un intermediario entre el círculo y el cuadrado, y, simbólicamente, como una mediación entre lo celestial y lo terreno. A la oscurecida, cumplidos los deberes culturales, se adentraron por las callejuelas del barrio antiguo a la querencia de las renombradas tapas logroñesas, menoscabando la advertencia del peregrino Aimerico: Omnes igitur pisces et carnes vaccine et suille tocius Yspanie et Gallecie barbaris egritudines prestant ["Todos los pescados y carnes de vaca y cerdo de toda España y Galicia hacen enfermar a los forasteros"].
En el entretanto el sol se había puesto sin que ellos se percataran del suceso.

viernes, 17 de noviembre de 2006

LA AMATISTA

JOSÉ MONTSERRAT TORRENTS

LA AMATISTA
novela por entregas
aparecerá en este blog un capítulo cada semana
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Barcelona, 2005.

TERCERA ENTREGA

BETH
2
De Estella a Torres del Río

No habían dado las siete de la mañana cuando los dos caminantes cruzaban el Ega por el Puente Románico, que así le quieren decir, con el sol despabilándose a sus espaldas. Bordeando el palacio de los Reyes de Navarra fueron a salir a la carretera de Logroño, en zona todavía urbana, al pie de la colina en la que se levanta la iglesia de Rocamador. Pasada una gasolinera, tomaron una calle a la derecha que les llevó a Ayegui, ahora ya un barrio de Estella. Justo al atravesar la población un café abría sus puertas. De pie junto a la barra (de torrente in via bibet ["bebió del torrente sin agacharse"] salmodió el Caminante mayor) sorbieron un explosivo café negro por el que no les fue recabado resarcimiento alguno, ni en numerario ni en contraprestaciones jacobeas. Habiendo estrechado la mano del hospitalario ventero, los caminantes prosiguieron hacia Irache. Antes de llegar al monasterio hicieron como quien se abreva en la fuente de vino que un industrial del ramo hace manar a la vera del camino; speravi melius, quia me meruisse putavi, ["esperaba algo mejor, pues creí merecerlo"] rezongó el Caminante mayor, que se amaneciera de latines.
Nuestra Señora la Real de Irache, en las laderas de Montejurra, fue uno de los monasterios benedictinos más antiguos de España. Se hallaba sobre la vieja calzada jacobea antes de la fundación de Estella. Desde el siglo XI tuvo hospital de peregrinos. El templo actual tiene cabecera románica y naves ojivales del gótico temprano. El claustro, muy armonioso, es renacentista plateresco. Irache fue Universidad (la primera del Reino de Navarra) desde el siglo XVII hasta 1824.
Los caminantes cumplieron una corta visita al recinto, después de la cual salieron de nuevo a la carretera general. En la cafetería del Hotel Irache se hicieron servir un desayuno de fundamento, puesto que, arguyó el caminante mayor, les aguardaban cuatro horas de caminata hasta Los Arcos, a donde esperaban llegar para el almuerzo. El sol, ya alto y redondo, como encandecido de tanta lumbre, se preparaba impunemente para los ardores meridianos.
La antigua calzada santiaguesa coincide hasta Urbiola con la actual carretera nacional 111. Los celadores del Camino, de consuno con los de la Gran Ruta, han señalizado una variante por Villamayor, sinuosa pero ambientalmente limpia. La ruta discurre a la derecha de la carretera, y en su primer tramo pasa por un frondoso encinar, y luego por un sendero más bien teórico en la linde de unos cultivos; viam inveniam aut faciam ["hallaré camino o me lo haré"], machacó el incorregible latinizador. Las señales ascienden luego hasta Ázqueta, cuya calle mayor es el antiguo Camino. Por lo demás, el pueblo ofrece al viandante poco más que una fuente. A la salida de Ázqueta el sendero marcado vuelve a separarse de la antigua calzada y al cabo de un cuarto de hora de corcovas entre viñedos y cambroneras depara la grata sorpresa de una fuente medieval (un aljibe cubierto con bóveda de cañón) cuidadosamente restaurada. Poco después, lo que es ya una pista agrícola se adentra en Villamayor, al pie del Monjardin, en cuya cima se yergue el castillo de San Esteban de Deyo, que fue antes alcazaba de los Banu Qasi. La iglesia de San Andrés de Villamayor es románica del siglo XII, de una sola nave, con una elegante torre barroca. Las llaves son facilitadas por unos vecinos que habitan una casa sombreada por una parra.

A la salida de Villamayor el Camino desciende en dirección a la carretera. A la izquierda de la vereda comienza a aparecer una liña de arbolillos recién plantados, delicado obsequio de la Unión Europea para la comodidad de los peregrinos. A las puertas de Urbiola la ancha pista agrícola prosigue derecha a poniente, mientras las señales del nuevo derrotero invitan a atravesar el pueblo. El rodeo merece la pena, pues la travesía se efectúa sobre una "via calceata" reconstruida. Urbiola tuvo hospital de peregrinos, a cargo de la orden sanjuanista. A la salida, la ruta se reintegra a la ancha pista agrícola. El bien trazado camino, agradecido de andar y somorgujado en alientos de ganado, discurre durante tres horas por un terreno quebrado al noroeste de la sierra de las Cruces. La antigua calzada seguía probablemente este itinerario, aunque por otro trazado. La carretera pasa por el otro lado de la sierra.
Cuando la pista alcanza el Alto de los Largos comienza a correr junto a los llamados Cogoticos de la Raicilla, resaltos minerales que descienden de la Sierra de las Cruces; al caer sobre la llanada, el paisaje remeda una costa abrupta, con los campos entrando como brazos de mar en las hondonadas boscosas. Pasado el despoblado de Piedras Mormas y cruzado un puente sobre el río Cardiel, antes del cual se halla la Fuente del Paso de Baurín, la pista pasa a la vera de un inesperado bancal de olivos, y luego reaparece la promesa europea de sombras futuras, esta vez de una gran variedad: hayas, chopos, cedros, sauces y acacias. Pasado el Portillo de las Cabras, la cañada fenece en media hora en las afueras de Los Arcos.




Mientras caminaban por las solitarias estribaciones del Monte de las Cruces, el caminante mayor pronunció la segunda Lectio de la Iniciación a la Vía Láctea, esto es, al Camino Superior de Santiago.

-Nuestra confraternidad universal de caminantes recibe el nombre abreviado de Sodalicio, del latín "sodalitium", agrupación de socios o compañeros. El nombre completo es Sodalitium Magni Itineris ad Solis Occasum, o sea, “Confreternidad del Gran Camino al Ocaso del Sol, y forma parte del arcano. Los compañeros o sodales provienen principalmente de Europa occidental, con un predominio de franceses y centroeuropeos. No faltan, con todo, eslavos ni gentes del Oriente Próximo, tanto cristianos como musulmanes y judíos. Los españoles son en su mayor parte compañeros que viven sobre el Camino y tienen cura del Iter Magnus. El Sodalicio celebra su gran ritual en Compostela cada cuarenta años.
- Eso suena a aritmología hebraica.
-Si, son los años de la peregrinación del pueblo de Israel en el desierto. Pero es también el intervalo bien cumplido de una generación. La mayoría de compañeros del Sodalicio celebrarán el Gran ritual una vez en su vida. Algunos habrá, sin embargo, que alcancen a vivir hasta la siguiente celebración. Estos serán los instructores de la nueva generación. Ellos son los depositarios de una tradición que rechaza tener historia, pues le basta con nutrirse del simple acto de la transmisión. Sabemos con certeza que los rituales periódicos se celebraban ya antes de la invención de la tumba del Apóstol. Nuestros antepasados espirituales concurrían al extremo occidente para sosegar la mente ante la diaria zozobra del sol en el abismo del desconocido Océano. No sabemos donde se juntaban al comienzo. Quizás en Iria Flavia, quizás en Finisterre. Lo cierto es que cada cuarenta años hollaban el camino que está bajo nuestros pies para ir a mirarse en las aguas siempre agitadas del gran Océano. Éste es uno de los pocos datos históricos que cada instructor transmite a los nuevos candidatos: que el Gran Ritual jamás cesó de celebrarse durante los dos últimos milenios.
¿Y qué sucede entre un Iter y otro?
- Nada. Cuando un compañero culmina su Camino en el Gran Ritual, de Santiago regresa a su lugar habitual y prosigue su vida ordinaria. El Sodalicio queda latente en este intervalo de cuarenta años que designamos como Intersticio. Esto no impide que los que fueron compañeros y amigos sigan tratándose, o incluso que se asocien para convivir y mantener el espíritu del Iter Magnus. Pero en ningún caso pueden erigir una institución ni tener bienes en común. Los principales motivos de encuentro son los concernientes a la educación. Los sodales, tengan hijos o no los tengan, se preocupan por formar a las niñas y a los niños en los ideales de libertad, convivencia y solidaridad humana que inspiran al Sodalicio. En este terreno se dan muchos contactos y muchas idas y venidas, de modo que podría muy bien decirse que son los niños los que constituyen el tenue pero ininterrumpido lazo que anuda un Iter Magnus con el siguiente.
- ¿Cómo se financia todo esto?
El Sodalicio como corporación financiera no puede quedar desgobernado. Cuando termina el año del Iter Magnus, el Consejo Nocturno (que así designamos al colectivo de doce personas que rige el Sodalicio durante el Iter Magnus) liquida todos los bienes de la confraternidad en el Camino de Santiago y los capitaliza para la próxima celebración. El Consejo Nocturno se transforma entonces en Consejo del Intersticio, que se reune una vez al año en París. Cinco años antes del Iter Magnus se reconstituye el Consejo Nocturno, que se instala en el Camino para ir preparando las Cayenas y demás utillaje del Iter.
¿Cuál es la composición de los Consejos?
-Te percatarás de que las Cayenas y albergues del Sodalicio están regidas siempre por mujeres. No es casual, sino intencionado. También el Consejo Nocturno y el Consejo del Intersticio están compuestos exclusivamente por mujeres. Esta providencia se tomó hace siglos con el propósito de evitar en el Sodalicio, dentro de los posible, la lucha por el poder. La voluntad de poder está íntimamente ligada a la agresividad y a la predisposición violenta de los varones. La agresividad y la violencia, que fueron sin duda necesarios para la supervivencia de los grupos humanos en tiempos pasados, y que lo siguen siendo en las zonas atrasadas del planeta, ya no tienen sentido alguno en las sociedades avanzadas. Puede concederse que conserven una función limitada en la cosa militar, pero fuera de ella son atavismos perniciosos y deletéreos para la convivencia humana. Uno de los objetivos de la educación, y quizás también de las ciencias genéticas, debe ser la eliminación de la pulsión violenta de los varones. Mientras este resultado no sea alcanzado, las sociedades humanas harían bien en adoptar la precaución de ser regidas por personas del género menos propenso a la violencia, es decir, por el género femenino, aunque no precisamente por imitadoras de Lisístrata, que representa un tipo de rebelión femenina que ha asimilado, sin percatarse de ello, el masculinismo de la sociedad en la que vive. Sea lo que sea de este problema sociológico general, el Sodalicio ha optado por la vía más segura, y desde tiempos inmemoriales está regido por mujeres. Con esto se ha conseguido que el inmenso potencial humano y económico de la confraternidad no genere disensiones y luchas por el poder, por lo menos graves y destructivas. Obviamente, cualquier miembro del Sodalicio, hombre o mujer, puede aportar consejos y sugerencias, pero las decisiones últimas las adopta el Consejo , compuesto por doce mujeres.
-¿Cómo se renuevan los Consejos?
- Por cooptación entre Caminantes Mayores después de cada Iter Magnus.
¿Qué condiciones se requieren para participar en el Iter Magnus?
-Lo sabes muy bien: ser presentado por un antiguo Caminante, y nada más.
¿Qué son las cayenas?
Con este nombre, tomado de los gremios de compañeros medievales, designamos las residencias y albergues que mantenemos en el Camino. Hay cayenas de Tránsito, que son simples albergues, cayenas de Instrucción, donde los Caminantes se demoran una temporada, y Grandes cayenas, que son las de Villafranca del Bierzo y Santiago.
-El Iter Magnus dura todo un año...
- En realidad, de marzo a noviembre. Los Compañeros, o Sodales, recorren el Camino durante tres meses en grupos previamente establecidos, residiendo principalmente en las cayenas de Instrucción. Al final participan en la Gran Dramaturgia de Villafranca del Bierzo y luego en la Gran Blasfemia de Santiago, que se celebran siete veces al año, la primera en mayo y la última (que será la nuestra) en noviembre. Después de nosotros las cayenas se cerrarán y el Sodalicio entrará en hibernación hasta dentro de cuarenta años. Así llevamos los últimos dos mil años.
- Pero ha habido guerras, despoblamientos, epidemias, persecuciones...
-El Sodalicio ha pasado a través de estos lances como la luz a través de un cristal. La endeblez de su enraizamiento material lo ha mantenido a cubierto de las amenazas del entorno humano.
- Seres de otro mundo...
- No; los que son de otro mundo son los que en nombre de un lugar sublime desprecian el lugar presente. Nosotros pertenecemos irremediablemente a este mundo, pues nada sabemos de otros.
-¿Amamos este mundo?
-Este lugar no es amable. Pero es la casa común de los seres humanos.
- ¿Amamos a los seres humanos?
- Basta con que nos apiademos de ellos.
¿Somos solidarios?
- La solidaridad sólo tiene sentido si es recíproca. Somos solidarios con los que lo son. Con los demás nos limitamos a ser justos.
- Creo que voy viendo.
- Más verás. Ahora, por lo pronto, atiende al Camino.
- A él me atengo. Diviso, por ejemplo, ahi enfrente, en las primeras casas del pueblo, una tasca con un banco delante de la puerta. ¿Hace un clarete?
-Que Santa María de Rocamador te conserve la vista y las buenas inclinaciones. Ataquemos tu aloque sobre fondo de tapa menestral.

El Camino entra en Los Arcos por la calle Mayor, no faltada de casas hidalgas, que desemboca en la plaza de la Iglesia. A poco de entrar en el pueblo el caminante encuentra a su izquierda una fuente en cuyo frontispicio los habitantes del lugar, con muy buen humor, han grabado el despectivo pasaje del Codex Calixtinus acerca de estas aguas: Inter Arcum scilicet et hospitale idem recurrit aqua letifera iumentis et hominibus bibentibus eam ["Entre Los Arcos y su Hospital corre un río cuyas aguas hacen enfermar a las cabalgaduras y a los hombres que beben de ella"] Nuestros caminantes se abstuvieron del agua municipalizada no por desconfianza ancestral, sino porque se habían propuesto objetivos de mayor enjundia.
El pueblo, a orillas del río Odrón, fue plaza fortificada, y conserva parte del antiguo recinto. El antiguo peregrino Künig lo llama "ciudad de los judíos". La iglesia, maciza como un castillo, es una mezcla de estilos, desde el románico al barroco; tiene una torre muy airosa, renacentista, y un claustro del gótico tardío. En el interior son notables la sillería del coro y el órgano
Los Arcos tiene tres restaurantes y seis bares. Reconfortados por el aloque que el tabernero había sacado de su propia colodra, los caminantes se apresuraron a sentarse a la mesa de la fonda Ezequiel, donde, desoyendo estoicamente las suculentas sugerencias del ventero, se contentaron con una sencilla refacción de reminiscencias macrobióticas y sin empuje alguno, pues trazaban proseguir sin demora el camino hasta Torres del Río, y el sol caía a plomo sobre las polvorientas pistas que reemplazaban la antigua calzada secuestrada por la carretera nacional.
Después de un café espeso y huérfano, los caminantes reemprendieron la marcha, sin más ánimos que los que les proporcionaba la certeza de llegar a Torres del Río en una hora y media. Poco conversaron ya, y lo poco fue de ducha, cena y vino.
Ramón Forteza, habituado a la reflexión itinerante, dialogaba con sus propios recuerdos y se esforzaba por obtener una imagen, si no completa, sí por lo menos coherente, de la familia humana en la que voluntariamente se había introducido. Sus contactos, exclusivamente epistolares, con el Caminante mayor, habían comenzado dos años atrás, cuando un colega del Instituto Max Planck de Berlín le había revelado sus primeros pasos como iniciando en el Sodalicio y le había puesto en relación con el que iba a ser su iniciador. Durante aquellos dos años, el caminante mayor se había limitado a indicarle un programa de lecturas literarias, filosóficas, históricas y sociológicas, con amplísima presencia de los clásicos tanto antiguos como modernos. En torno a este momento de la instrucción sostuvieron una moderada correspondencia. Al cabo, el instructor le había convocado al Iter Magnus, fijando su encuentro en Eunate el día del equinoccio de otoño al caer de la tarde. Debía ir sobriamente equipado para el camino, y no llevar ningún dinero. Todas sus ataduras familiares y sociales quedarían rotas por toda la duración del Iter; los caminantes quedaban absolutamente incomunicados con el mundo exterior.
Cruzada la puente vieja sobre el río Odrón, afluente del Liñares, junto a las ruinas de una biblioteca, el camino prosigue primero entre huertas terronosas y blancuzcas, luego entre viñedos, dejando la carretera a la mano siniestra. Terreno llano, pardusco y sin sombras. Al cabo de seis kilómetros, antes del enlace de la pista agrícola con la carretera que va a Desojo, la ruta marcada desemboca en la carretera nacional poco antes de Sansol, o sea, San Zoilo, cuyo campanario se ha manifestado piadosamente durante todo el recorrido. Fue encomienda del monasterio de San Zoilo de Carrión de los Condes. A la salida de Sansol el terreno cae de golpe sobre el arroyo Linares, que baja derecho de la sierra de Codés y se vierte al Ebro. Un sendero se precipita torciéndose entre los piornos Más allá de la quebrada se ofrece la panorámica del pueblo de Torres del Río apiñado en torno a sus dos iglesias.
El peregrino medieval Aimerico tuvo malas experiencias con los arroyos que bajan de la Sierra de Codés. Ya se ha consignado su noticia acerca de las aguas de Los Arcos. Luego insiste: "Por el pueblo que se llama Torres, en Navarra, corre un río malsano para animales y hombres que en él beben. Luego, por la villa llamada Cuevas, fluye un río igualmente nocivo... Todos los ríos que se encuentran desde Estella a Logroño son malsanos para beber hombres y bestias, y sus peces lo son para comerlos".
La iglesia del Santo Sepulcro de Torres del Río fue edificada en el siglo XII por los caballeros de la orden del Santo Sepulcro. Al igual que la de Eunate, su planta octogonal se inspira en el antiguo Santuario de la Roca de Jerusalén. La cúpula de la iglesia de Torres del Río, con sus nervios entrelazados y sus plementerías lobuladas, es de neta impronta mudéjar. La capilla conserva una "linterna de los muertos", hoy cegada, a la que se accede por una escalera alojada en una torre de anchura desproporcionada, en el lado opuesto del ábside.
El caminante mayor guió a su compañero directamente al hospedaje, una casa sin pretensiones en el centro del pueblo, en la que a todas luces se les esperaba. Después de la anhelada ducha y de un breve descanso, salieron a dar una vuelta por la población. Al atardecer comieron con la familia del huésped, miembros todos ellos, saltaba a la vista, del Sodalicio. La compañera puso en la mesa, de un solo envite, una menestra de verduras y borrajas rehogadas con un sofrito de ajo, unos huevos a la navarra que no escatimaban el chorizo y un arroz con leche en cuencos de barro con la canela aparte. El vino, blanco y fresco, era de la Rioja Alavesa , servido en jarras. Los caminantes se atiborraron hasta hacer troncharse de risa a los niños de la casa, trasegaron una jarra de vino por cabeza y al cabo, ahitos y con los ojos relucientes, sacaron, quien su pipa, quien su habano oscuro y húmedo, les prendieron fuego y se dispusieron a gozar de una prolongada sobremesa al fresco nocturno que entraba por el balcón abierto de par en par. La compañera se interesó por el estado de sus piés y les aconsejó que tuvieran a mano unas pargas o alpargatas para descansarlos en el momento oportuno. Recordó que el peregrino Manier, del siglo XVIII, ponderaba ya las virtudes de este calzado, "muy ligero y muy usado en este país". A la medianoche tomaron en brazos a los niños, que se habían quedado dormidos apoyados sobre los manteles, los llevaron a acostar y se retiraron todos a descansar.
La iglesia de Torres del Río es octogonal.


JOSÉ MONTSERRAT TORRENTS

LA AMATISTA
novela por entregas
aparecerá en este blog un capítulo cada semana
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Barcelona, 2005.

SEGUNDA ENTREGA
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ALEPH
1

De Puente la Reina a Estella
A la caída de la tarde los dos caminantes se detuvieron bajo el paso abovedado que enlaza la iglesia del Crucifijo con el antiguo hospital, en las afueras de Puente la Reina, Gares de su nombre vasco. Fue el conjunto primero priorato templario con el nombre de Santa María de las Huertas, y pasó en el siglo XV a los sanjuanistas. Por aquella época vino a parar al convento el crucifijo de estilo renano que todavía se venera en la iglesia, insólita escultura en la que Jesús aparece colgado de una rama de árbol en forma de Y. Junto al convento hay ahora un excelente albergue de peregrinos.
Poco se entretuvieron los caminantes en el recinto conventual. "Ya volveremos con calma -adujo el caminante mayor-, ahora tenemos otros apremios". Así que, a paso vivo, entraron en la villa por la rúa Maior, que atraviesa la población de punta a punta, como que no es otra cosa que la calle de los Romeus o sirga peregrinal. Dejando a su derecha la iglesia de Santiago el Mayor, con sólida portada románica del siglo XII, desembocaron en la plaza principal. Allí, sobre la rúa, una casa con balcones medio hurtados por persianas de listones verdes. Una puerta lateral, demasiado nueva, estaba abierta. Por ella entró decidido el caminante mayor y trás él Ramón Forteza. Era el Hostal Lorca. Subieron al primer piso y el caminante mayor entró sin más preámbulos en la cocina, donde fue recibido con grandes agasajos. El caminante aguardaba en la puerta, un tanto cohibido. A la postre repararon en él, le hicieron entrar y le dieron a probar las primicias de la cena, a cuya descubierta estaba ya entregado su compañero con transportes de alegría.
- ¿Nos esperaban?
- Si, los compañeros dieron aviso de que llegaba el Mair con un principiante.
El principiante, en trance de trasegar dos dedos de clarete, puso cara de circunstancias y arguyó cansancio, lo que le valió ser conducido sin más cumplidos a una espaciosa alcoba del segundo piso, amueblada con sobriedad de fonda antigua. Recostado en la cama, de colchón ligeramente azaroso, oyó por breve tiempo las regocijadas voces que subían de la cocina y, preguntándose por el significado del nombre de "Mair", cayó en un sueño profundo y tranquilo. Lo despertaron para la cena. Había anochecido.
Cenaron los dos caminantes en una mesa junto al balcón. Trajeron de primero, con ingenua audacia, unas crepes de borrajas con salsa de almejas. Luego apareció un patorrillo, plato más bien invernal, que combina, sobre fondo de puerros y zanahorias, el menudo del cordero, en esta ocasión tripas y sangrecilla. Lo templaron con clarete de Mañeru, que es el vino que hay que beber en estas tierras del Arga. De postre se contentaron juiciosamente con unos granos de moscatel. Tras lo cual sentenció el Caminante mayor: "Post prandium dormire, post cenam mille passus ire (“Después de comer, dormir; después de cenar, caminar mil pasos”). Vamos a dar una vuelta".
Mientras paseaban despaciosamente hacia el barrio del hospital, el caminante mayor explicó que el nombre de "Mair" con que era conocido significaba "mayor" en la antigua fabla mozárabe, que los compañeros se complacían en recuperar.
El núcleo antiguo de Puente la Reina está dispuesto en torno a tres calles paralelas. La del medio es el Camino, que va a parar directamente a "la linda puente" que da nombre a la villa. La reina pontificante parece que fue doña Mayor, esposa de Sancho el Mayor de Navarra, en la primera mitad del siglo XI. El puente salva el río Arga con seis arcos de medio punto y cinco pilares con sus correspondientes aliviaderos, y está todavía en uso para viandantes.
Los dos amigos deambularon por el recinto gozando del frescor de la noche. Al cabo, el caminante mayor se detuvo ante las puertas abiertas de una tasca (la mayoría de establecimientos del lugar son bares de vocación moderna, bastante ruidosos), echó un vistazo al interior, saludó a unos clientes e invitó a su compañero a entrar y sentarse a una mesa de madera ocupada ya por tres hombres y una mujer. Al punto se pusieron a conversar como si los recién llegados fueran asiduos parroquianos del lugar. No cabe duda, pensó Ramón Forteza, que se trata de compañeros. Lo que no sospechaba, sin embargo, era que el encuentro no tenía nada de fortuito.
Mientras paladeaba el espeso pacharán de la casa, el caminante acechaba la ocasión de terciar en la animada charla aduciendo la primera de la larga serie de preguntas "autorizadas" que aguardaban turno en su imaginación. Al cabo, uno de los contertulios, un hombracho barbudo de mirada y maneras cordiales, le interpeló acerca de sus primeras impresiones del Camino, y Ramón Forteza, después de algunas observaciones triviales, levantó su primera cuestión: "¿Cuáles son las grandes rutas de peregrinación que confluyen en Puente la Reina?" El barbudo afable miró de soslayo al Mair, y, obtenida la anuencia, entabló el recitado de su cartapacio:

"Cuatro son las rutas tradicionales que desde hace un milenio recogen la riada de peregrinos que de toda Europa convergen hacia Compostela. Como la nervadura de un sistema fluvial, van enlazándose hasta confluir todos en la gran calzada que arranca de Puente la Reina. La cuaternidad canónica de las rutas jacobeas es reconocida ya por el itinerario del Codex Calixtinus, cuyo texto te voy a recitar: "Son cuatro los caminos a Santiago que en Puente la Reina, ya en tierras de España, se reunen en uno solo. Va uno por Sant Gèli, Montpeller, Tolosa y el Somport; pasa otro por Santa María del Pueg, Santa Fe de Conques y San Pedro de Moissac; un tercero se dirige allí por Santa Magdalena de Vézelay, por San Leonardo de Llemotges y por la ciudad de Peirigús; marcha el último por San Martín de Tours, San Hilario de Poitiers, San Juan d'Angély, San Eutropio de Saintes y Burdeos. El que va por Santa Fe y el de San Leonardo y el de San Martín se reúnen en Ostabat y, pasado Port de Cise, en Puente la Reina se unen al camino que atraviesa el Somport y desde allí forman un solo camino hasta Santiago".]
"Desde principios de la Baja Edad Media, los peregrinos del Norte y del Este se congregaban en determinadas ciudades de Francia y de Occitania para recabar instrucciones, recibir la bendición y agruparse para viajar en compañía.
"Yo voy a describirte la llamada Via Tolosana, que he recorrido por menudo en ambas direcciones. La compañera y los compañeros te reseñarán las otras vías, a las cuales han sido afectados.
"Los peregrinos de Italia y del Oriente y del oeste de Francia solían reunirse en Arle, en el Condado de Provenza. Pero el verdadero punto de partida jacobeo se hallaba, como indica el Codex Calixtinus, en Sant Gèli, ya en el Languedoc, en cuyo pequeño recinto se levantaban los grandes prioratos de la orden hospitalaria de San Juan de Jerusalén y de la orden militar del Temple. De allí seguían a Montpeller, donde se juntaban con los caminantes que venían de Alemania por Ginebra y el Valle del Ródano. De Montpeller a Tolosa la ruta más cómoda era la calzada romana por Besiers hasta Narbona (Narbo Martius) y de aquí hacia el oeste por Carcassona, entrando en el Condado de Tolosa por Castelnau d'Ari. Pero los peregrinos más excursionistas preferían el camino que daba el rodeo por Sant-Guilhem-del-Desert y Castres, bordeando las montañas del actual Parc National du Haut Languedoc.
"Tolosa del Llenguadoc era una parada importante. La iglesia románica de Saint Sernin se inspiraba en los mismos cánones arquitectónicos que la basílica compostelana, y los peregrinos hallaban acogida en el hospital de Santiago del Burgo. De Tolosa pasaban a Auch, abandonando aquí la bien trazada calzada romana que seguía hasta Burdeos. Hollando ya su propio camino, el "camin romiou", los peregrinos alcanzaban las primeras estribaciones del Pirineo en Oloron. Por el valle del Aspe ascendían hasta el puerto de Somport, donde les acogía el hospital de Santa Cristina. Luego descendían por el valle del río Aragón, y por Canfranc, Jaca y Sangüesa enlazaban con los caminos del norte en Puente la Reina."
Calló el barbudo y se escanció un par de vasos de pacharán, como si acabara de rendir un fatigoso viaje. Las miradas de todos convergieron en la compañera, una robusta mujer de pelo castaño y corto acertadamente vestida de azul oscuro. Habló con seguridad y sin disimular la cadencia recitativa.
"Yo recorro la Via Podense. En lo antiguo partía de la ciudad occitana de Puèg en Velai (Le-Puy-en-Vélai), en el Condado de Alvernia. Sede episcopal, era a su vez el centro de una importante devoción mariana. Desde la escalinata de la catedral, los peregrinos, sobre todo borgoñones y alemanes, descendían a través de un paisaje volcánico hasta el valle del Alier, y de allí, atravesando bosques interminables, alcanzaban la soberbia abadía de Santa Fe de Conques, emplazamiento sentidamente jacobeo hasta el día de hoy. En Figeac se internaban en los apacibles meandros del valle del Celé, y por el valle del Olt llegaban a Càors, la de los ásperos vinos. Dejando atrás los páramos del Carcí, alcanzaban Moissac en la Gascuña. Atravesando el Garona por Auvillar, proseguían hacia Lectoure, Condom, Eauze, en los dominios de la Casa de Armagnac, Aire sur l'Adour y Arzac Arraziquet. Ya en el Vizcondado de Bearn, podían seguir por Orthez y Sauveterre o bien dar un rodeo por el Hospital Saint Blaise, Navarrenx y Maule-Letxarre. Ambas rutas confluían en Ostabat (Inzura) en la linde del País Vasco. Y paso el relevo a nuestro amigo Luís, que está prendado de su Vía Lemosina."
"La Vía Lemosina -comenzó a recitar el aludido, un hombre joven, cenceño, con aspecto montaraz- arrancaba de Vézelay, en la Borgoña, donde florecía la devoción a la Santa Amiga de Jesús. Siguiendo las rutas comerciales por Bourges y Chateauroux, los peregrinos entraban en Occitania por Llemotges. Luego se adentraban por tierras del Condado de Peirigord, cruzando el Garona por La Réole. En Bazas comenzaban a pisar país gascón. Seguían derecho hacia el sur por Mont de Marsan y en Orthez, en el Bearn, se unían al itinerario de la Vía Podiense hasta Ostabat."
"La mía es la Vía Turonense -comenzó a narrar el cuarto recitador, un personaje de exterior enclenque, sienes plateadas y acento marcadamente francés-. Aunque toma su nombre de Tours, esta ruta se iniciaba realmente en París, mi ciudad, villa atravesada de norte a sur por el Camino de Santiago. Saliendo por la puerta de Orléans, los peregrinos llegaban a Tours por Étampes, Orléans y Blois. En Tours retomaban a la inversa el antiguo itinerario de los peregrinos que desde Galicia y Asturias acudían a la tumba de San Martín. En Chatellerault entraban en el Condado de Poitou, hacia la capital, Poitiers. Luego se dirigían hacia Melle, Saint Jean d'Angély y Saintes, entrando en el Ducado de Aquitania por Blaye. Pisaban ahora pura tierra galo-romana, la única región de las Galias no invadida ni ocupada por las tribus germánicas, poseedora de una antiquísima tradición cultural romana y cristiana. Aquí podían embarcar para remontar el curso del Garona hasta Burdeos (Bordéu), ciudad donde los peregrinos eran muy bien acogidos. Después de Burdeos, el Camino coincidía con la antigua calzada romana de Burdigala a Asturica (Astorga), atravesando los insalubres llanos de Las Landas hasta Dax. Después, por Peyrehorade, la abadía de Sorde y Saint Palais, llegaban a Ostabat.
"En Ostabat se juntaban las tres grandes vías jacobeas del norte y del nordeste. Ostabat (en vasco Inzura) perteneció un tiempo al Reino de Navarra, pero pasó pronto al Vizcondado de Bearn. Después de Ostabat el Camino entra ya en pleno País Vasco. La ruta actual sigue la carretera departamental a Saint Jean de Pied de Port. El tránsito del Bearn, tierra ruda y pobre, al País Vasco se percibe instantáneamente en la profusión de ventas y cantinas que jalonan los caminos, extremo este de singular utilidad para el caminante. El Camino, sobre la antigua calzada romana, llega a San Juan por Larceveau, Lacarre, Aphat Hospital y Saint Jean le Vieux.
"La travesía del Pirineo puede efectuarse siguiendo el valle del río Valcarlos hasta el puerto de Ibañeta, o bien por el puerto de Cise, siguiendo al comienzo una carreterita local y luego un camino azagador. Ambas rutas descienden a Roncesvalles, tradicional lugar de acogida de peregrinos. Desde Roncesvalles el Camino baja por Burguete, Espinal, Viscarret y Erro hasta alcanzar el valle del Arga en Zubiri, y de aquí a Pamplona con un ligero desvío por el puente y el convento de la Trinidad del Arre.
"Desde Pamplona el camino actual sigue por terreno llano hasta Cizur Menor, y allí comienza la subida a la Sierra del Perdón. El camino antiguo coincide con la carretera que pasa por el Puerto. La ruta marcada, para soslayar el asfalto, llega a Uterga por un camino ganadero, y luego sigue a Muruzábal y Óbanos. A la salida de este pueblo se encuentra a la izquierda el camino que viene de Somport. En adelante hay ya un único Camino hasta Santiago, que en Puente la Reina vira decididamente a poniente. Mañana por la tarde comenzarás a caminar con el sol en los ojos, y así hasta Santiago".
-Ya cuidaremos que no nos pille esta tortura -terció el Mair-. Siempre que podamos caminaremos por la mañana, con el sol a las espaldas.
Y con esto, apurados los vasos, la compañía levantó la tenida y, después de despedirse afablemente, aunque sin aspavientos de familiaridad, cada cual se retiró bajo su techo. Antes de acostarse, Ramón Forteza anotó con minuciosidad, resaltando el estilo libresco de los narradores, todo lo que en estos primeros encuentros había visto y oído. Es el Cuaderno del caminante el que ha permitido pergeñar esta pormenorizada crónica de su aventura iniciática.
Ramón Forteza era mallorquín y licenciado en ciencias físicas por la Universidad de Valencia. Por las fechas de su comparecencia en el Camino aparentaba unos treinta años. Alto, magro, huesudo pero de cumplidas proporciones, pelo negro y lacio, la tez mortecina, la mirada soñadora, trajeado entre el desaliño y la simple corrección. Se movía con pausa, hablaba poco, veía sólo lo que se proponía ver. Según se vaya deshilvanando la crónica se consignarán nuevos trazos de la figura del caminante. Al final, el lector lo conocerá como a su propio trasunto, puesto que habrá andado con él más de mil quinientos kilómetros.

Alboreaba cuando los dos caminantes cruzaron el soberbio puente sobre el río Arga, camino de Mañeru, a donde contaban llegar en menos de una hora.
El Camino de Santiago, desde Puente la Reina, discurre por la Navarra Media occidental, llamada también Tierra Estella, por altitudes entre 400 y 600 metros sobre el nivel del mar. El terreno es a veces calcáreo, a veces arcilloso y aquejado de sequedad. En conjunto es una ladera irregular que desciende hacia la depresión del Ebro. La vegetación es ya de tipo mediterráneo (sub-mediterráneo, dicen los puntillosos), con una presencia insistente del quejigo, árbol proclive a quedar canijo y escueto. Aparecen con parsimonia hayas, robles (en las laderas de barlovento) y diversas especies de pino. Los cultivos son los propios de las regiones mediterráneas: viña, cereales, frutales de secano.
Justo pasado el río, la ruta tuerce a la izquierda, atraviesa la carretera nacional 111 y, antes del barrio de Eunea, rebasado el convento de las Comendadoras, o de Sancti Spiritus, entra por un polvoriento camino suburbial que discurre junto a la lámina del río por debajo del ruinoso Hospital de Bergota. A la derecha, entre el camino y la carretera, verdea un desplazado olivar. El clima y el terreno propician, ciertamente, el olivo, pero el vino ha expulsado al aceite en toda la región del Alto Ebro. Veinte minutos después, pasada una fuentecilla, el Camino abandona la pista y comienza a ascender por un sendero que inesperadamente se ensancha y aparece flanqueado a la izquierda por una hilera de árboles recién plantados, pregustación de lo que en el futuro será, según proyectos de las instituciones europeas, el Camino de Santiago entre Roncesvalles y la ciudad apostólica: setecientos kilómetros de árboles de sombra al lado sur de la calzada. Traspuesto un alto con su crucero junto a la carretera, el itinerario tuerce a la izquierda para entrar en Mañeru. El pueblo, de unos cuatrocientos habitantes, se alza en un entorno áspero, atemperado por la irisación verdosa de las vides. Los peregrinos lo atravesaron admirando la abundancia de escudos que adornan las fachadas de las casas, e hicieron un breve alto ante la inesperada iglesia de planta circular. De allí, rozando la albarrada del cementerio, enfilaron derecho a Cirauqui. En el ejido se vendimiaba. Los vendimiadores, al son de la música de sus casetes, llenaban las espuertas, esparcidas por las viñas; pequeños tractores con remolque las recogían y las acarreaban cuesta arriba hacia el pueblo. Los caminantes recibieron cada uno un racimo que conservaba todavía el frescor de la noche y, agradeciéndolo, lo fueron desgranando sendero arriba.
Cirauqui (Zirauki, 500 habitantes) conserva la estructura de una villa fortificada. Los caminantes subieron por las empinadas callejuelas que ascienden hasta la maciza iglesia de San Román, que presenta una espléndida portada lobulada. Junto a una plazuela toparon con un mesón que estaba abriendo sus puertas. Ponderada la oferta, se desayunaron con pan recién horneado y nueces, resistiendo a duras penas la tentación de apagar la sed con el contundente vino blanco de Cirauqui; la pujanza del sol, que ascendía ya implacable en pos de su cenit equinoccial, les indujo al comedimiento en la bebida, prometiéndose cumplido resarcimiento en Estella, a donde tenían intención de llegar para el almuerzo.
-Te expongo mis usanzas en lo concerniente a la dieta- declaró el Caminante mayor mientras cerraban la colación con un café negro -por si tuvieras otra consueta, en cuyo caso acordaríamos un proceder común. En principio, no acarreo nunca vituallas, a no ser que el itinerario imponga otra cosa. Me refresco en las tascas y en los bares que se van encontrando, nunca en las fuentes, por milagrosas que se pretendan. Bebo de preferencia mosto del lugar, sin despreciar, cuando el esfuerzo físico lo aconseja, líquidos más artificiosos. En punto a comida, soy exigente, que no refinado, y entregado a la cocina tradicional, faltando la cual me inclino por el condumio monástico.
-Convengo en ello. ¿Qué del alojamiento?
-Casi siempre en casas del Sodalicio, que llamamos cayenas. Si no las hay, en hostales con un mínimo de decoro.
-¿Y los refugios de peregrinos?
-Los dejamos para la moderna multitud peregrinante, con la cual tenemos escaso comercio. Nosotros nos movemos en nuestro propio círculo, más enraizado en el pasado que en el presente.
-O sea, que somos caminantes de la historia y excursionistas de la geografía.
-Excelente fórmula. Creo que se merece media copita de aguardiente a guisa de pellizco de arranque.
A la salida de Cirauqui por el arrabal de mediodía los caminantes vivieron la emoción de pisar una auténtica calzada romana, que en aceptable estado de conservación desciende derecha hasta un riachuelo que salva con un puente medio derruido. La vía mide cinco metros de ancho y está bordeada por bien tallados sillares rectangulares. Sin aventurarse sobre los restos del puentecillo, los peregrinos remontaron la cuesta hasta la carretera general, junto a la que una fuente ofrecía un hilo de agua. De la fuente arrancan dos caminos; el de la izquierda es el que lleva a Santiago. También en este tramo pisa el caminante camino viejo, pero ya no romano, sino medieval, más angosto y sin lajas laterales. A los diez minutos se salva el regato de Urbaldea por un pequeño puente de la época. El paraje es conocido como "despoblado de Urbe". Lo que queda de esta "urbs", además del nombre del riachuelo, es un conjunto de ruinas a la izquierda. El camino sigue entre viñedos. Cuando ya vuelve a columbrarse la carretera, un campesino que velaba por su almoceda les indicó una vereda a la derecha, que, atravesando un regatuelo, discurre entre campos y huertos, excusando un kilómetro de asfalto.
Pero ya la trocha caía irremediablemente sobre la carretera. Ante los caminantes se abrían dos alternativas: soportar el asfalto hasta Lorca (opción breve), o dar un rodeo por la calzada antigua, opción más larga, a la que se atuvieron.
La derrota coincide durante medio kilómetro con la carretera de Alloz. Pasa por debajo de un acueducto y, a la altura de una casa abandonada tuerce a la izquierda para descender al río Salado. Lo que fue un airoso puente medieval, llamado ahora Zubizarra (puente viejo), medio derruido, salva la corriente, justificando por si solo el rodeo sugerido por las marcas amarillas.
Mientras descansaban a la mezquina sombra de un sauzgatillo, a la orilla de las desdichadas aguas, el caminante mayor se puso a recitar la advertencia del Codex Calixtinus acerca de aquél paraje, primero en latín y luego en castellano:
"Por el lugar llamado Lorca, en su parte oriental, pasa el río que se llama Salado. Allí guárdate de beber ni tú ni tu caballo, pues el río es mortífero. En nuestro viaje a Santiago, encontramos a dos navarros sentados a su orilla que estaban afilando sus navajas, con las que solían desollar a las caballerías de los peregrinos, que bebían en aquellas aguas y morían. Y a nuestras preguntas contestaron, mintiendo, que era buena para beber. Por lo cual abrevamos en ella a nuestros caballos y en seguida murieron dos de ellos, que inmediatamente aquellos desollaron".
El caminante llegó a la conclusión de que los compañeros, además de hablar como si leyeran, se sabían de corrido en latín el itinerario del Codex Calixtinus.
Pasado el puente vienen diez penosos minutos de marcha por una cuesta brava y pedregosa hasta alcanzar la cota de la carretera, que se atraviesa bajo un túnel, después del cual se halla pronto el trazado de la antigua carretera, que entra directamente en la población de Lorca (Lorkua). El Camino atraviesa la villa de este a oeste, pasando por delante de un modesto templo gótico, frente al cual se levanta el edificio del que fue hospital de peregrinos. En la plaza Mayor mana una abundante fuente, en la que los caminantes se refrescaron externamente sin mucho recato por su parte y con poca sorpresa por parte de los escasos vecinos que en aquella hora soleada transitaban por el lugar.
A la salida de Lorca el Camino concurre con la bulliciosa Nacional 111, pero solamente durante un kilómetro; en seguida arranca a la izquierda una pista agrícola que lleva hasta la entrada de Villatuerta, en la que se entra por un puente sobre el río Iranzo, puente que, a pesar de su uso moderno, conserva una inconfundible traza medieval. Villatuerta estaba ya poblada en época romana, y ofrece abundante material arqueológico.
Hasta finales del siglo XI, la calzada peregrina iba directamente de Villatuerta al monasterio de Irache. Pero cuando Sancho Ramírez repobló Izarra (Estella), el gran camino no quiso orillar la nueva fundación. Esta nueva calzada está hoy casi perdida y cortada además por el río Ega, cuyo antiguo puente ha desaparecido. Una variante pedestre por la derecha, mediocremente marcada con las señales rojiblancas de las Grandes Rutas, es más propia de excursionistas que de peregrinos que tienen por delante seiscientos kilómetros de marcha. Nuestros caminantes se resignaron a agregarse al tráfico de la Nacional 111 por espacio de tres agobiantes kilómetros bajo el sol de mediodía. Al llegar a la entrada del casco antiguo de Estella abandonaron la carretera, que atraviesa el río Ega por un puente nuevo, y enfilaron la calle Ruiz de Alda, siguiendo luego por la de Chapite. A paso avivado, sin vacilar, el Caminante mayor dobló por una calle al pie del peñasco en cuya cima se levanta la iglesia de San Miguel y entró sin llamar por un portalón sobre cuyo dintel se deslucía un escudo de armas sobre águila explayada.. Cuando subían al primer piso por una ancha escalera de piedra fueron anunciados por los ladridos de un perro. Una mujer de pelo plateado hasta los hombros se asomó a un ventanal de dos arcos que daba al zaguán, viéndose entonces que era bien cumplida, y sin manifestar sorpresa alguna acudió a franquearles la puerta de la planta noble. El Mair saludó afectuosamente y presentó al caminante, y ambos fueron conducidos sin dilación a unos amplios aposentos de la segunda planta.
En el corredor había un pequeño armónium con teclado de cuatro octavas, una quinta y un tono.
Después de una morosa ducha recibieron aviso de bajar para el almuerzo, y obedecieron sin hacerse de rogar. Parecía la estancia más refectorio de monjes que comedor familiar, por más que la traza monacal venía aminorada por la bulliciosa presencia de media docena de niñas y niños que terminaban su almuerzo en el extremo de una larguísima mesa sin manteles, presidida por una jovencita de largos cabellos negros En el resto de la mesa fueron tomando asiento los demás comensales, hombres y mujeres, veinte en total contando los recién llegados. El ama de cabellos plateados despidió a los niños, que salieron entre gritos y carreras. Quedó la mocita sola y silente a la cabecera de la mesa, hasta que el ama susurró en su oído. Se levantó la niña y al instante los demás comensales se pusieron de pie y no volvieron a sentarse hasta que ella hubo salido en pos de los rapaces. El caminante hizo como todos, se sentó, se levantó, se volvió a sentar y aguardó impaciente la llegada del primer plato; estaba literalmente muerto de hambre. Mientras se aprestaba el servicio, uno de los comensales, calvo, con gafas y aspecto de rata de biblioteca, se dirigió al caminante en tono festivo para recitar en latín la pincelada del Codex Calixtinus sobre la buena vida estellesa: “Y luego Estella, que abunda en buen pan y vino, carne y pescados excelentes, y está llena de cosas agradables”. E hizo el latinajo las veces de bendición de mesa.
Trajeron de entrante alubias pochas de Sangüesa guisadas con txistorra fresca el día anterior en cuanto se supo que llegaban los viandantes, según señaló la Magistra, y dejadas en reposo como mandan los cánones. De principio hubo cochifrito, plato de exterior simple que presenta cordero de "tres madres" en clásico rustido de ajos y cebollas. El vino, tinto de las bodegas de Irache. Al postre se ofrecieron alpargatas y melocotones de viña.
Durante la comida se habló del Camino y de temas generales. El Mair conversaba con todos con mucha familiaridad, y era escuchado con deferencia. Con el café algunos encendieron un cigarro, pero ya los dos caminantes se caían de sueño y fueron enviados sin más a dormir la siesta.
A finales de septiembre el clima era agradable en las riberas del Ega. El sol en su morada equinoccial hacía ardientes todavía las horas meridianas, pero no llegaba a abochornar el ambiente. Los atardeceres eran frescos. Cuando declinó el sol, los dos compañeros dieron un largo paseo por la ciudad monumental, inspeccionando menudamente todos los recovecos de los barrios antiguos.
Estella fue una refundación del rey Sancho Ramírez a partir de la antigua aldea de Lizarra. Recibió fuero en 1090, y fue residencia preferida de los "francos", quienes la dotaron de santuarios dedicados a las devociones occitanas de Rocamador y del Puy. Los francos, y durante un tiempo la comunidad judía, se asentaron en el barrio de la Rúa, uno de los grandes espacios arqueológicos de la ciudad actual.
Transformados en modélicos turistas, los caminantes visitaron detalladamente el palacio de los Reyes de Navarra, las iglesias del Santo Sepulcro, de San Pedro de la Rúa con su claustro, la de San Miguel in Excelsis, la basílica del Puy, la iglesia de Rocamador, San Pedro de Lizarra, Santa María Jus del Castillo y el convento de Santo Domingo.
Después de la cena, los residentes solían salir a una ancha galería que cercaba la casa por mediodía y por poniente y conversaban sosegadamente hasta la medianoche. Ramón Forteza desconocía por completo la condición de las personas, hombres y mujeres, que tan cordialmente lo habían recibido bajo su techo. El Caminante mayor no había llegado a este punto en sus explicaciones, y por el momento se limitaba a disertar sobre las corporalidades del Camino. Aquella noche, alentado por el pacharán casero que se hacía rondar en la tertulia, el caminante se permitió inquirir acerca del significado de aquella etapa del Camino a su vecina de banco, una mujer de mediana edad y de nobles facciones. La interpelada se volvió para mirarlo con fingida severidad, y en medio del silencio general pronunció con toda nitidez estas palabras: LA PRIMERA OCTAVA, DE OCTÓGONO A OCTÓGONO, SEÑALA DEFINITIVAMENTE EL CURSO DE LA OGDÓADA. La charla se reanudó como si tal cosa, y el caminante, azorado, renunció a seguir preguntando.



JOSÉ MONTSERRAT TORRENTS

LA AMATISTA
novela por entregas
aparecerá en este blog un capítulo cada semana
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Barcelona, 2005.

PRIMERA ENTREGA


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CAPÍTULO 0

EUNATE

Torres del Río y Eunate tienen iglesia octogonal.
A la orilla del río Robo, entre los trigales y los viñedos de Valdizarbe, se alza solitaria la iglesia de Santa María de Eunate. Es de planta octogonal, con regularidad apenas quebrada por una pequeña linterna, hoy cegada, a mediodía, y un ábside pentagonal en el este. El tejado es a ocho aguas. Un grácil recinto de arcos rodea toda la fábrica, plegándose sumisamente a la figura octogonal. Los tres lados del norte conservan los arcos de las columnas originales, con hermosos capiteles. La portada que mira a poniente tiene una rica ornamentación. El campanario es de espadaña. Un murete exterior, de construcción reciente, protege todo el recinto. La fábrica, arquería exceptuada, parece datar de la segunda mitad del siglo XII, época de florecimiento templario en el reino de Navarra bajo la protección de Sancho el Sabio. No hay constancia, sin embargo, de adscripción templaria de la capilla. Fue más bien iglesia funeraria ligada al Camino, inesperado fin de viaje para más de un peregrino. Dos jornadas más adelante, en Torres del Río, otra iglesia, no por casualidad octogonal, jalona la ruta jacobea por tierras del reino de Navarra.
La antigua casa del ermitaño, al lado de poniente ha sido remozada y está al servicio de los visitantes. El barrio carece de luz eléctrica; horro de postes y cables, ofrece un aspecto arcaico y apacible. El ejido es de secano bien cultivado: trigo y cebada, hazas de girasoles, incipientes majuelos destinados a llevar ambiciosos tintos y claretes
Recostado en uno de los arcos de poniente del recinto de Eunate, Ramón Forteza consumía con indolencia las largas horas de espera que le había deparado un exceso de puntualidad. "Al caer de la tarde", habían convenido con el caminante mayor. Ramón Forteza llegó a Eunate cuando todavía el sol inundaba el oratorio de rayos equinocciales que propiciaban gratas sombras en la claustra. Despachó con apetito la escueta merienda que había mercado en la estación de Campanas, alumbró la pipa y aguardó apaciblemente las primeras oleadas del tedio creador.
Sólo algunos velocísimos vencejos reales se atrevían a desafiar la pujanza de la luz meridiana en el aire aquietado, dibujando fugitivos trazos negros contra el azul acristalado de un cielo sin nubes. Ramón Forteza, ya en pleno goce de la potencia analítica del tedio, intentó seguir con la mirada los esguinces de uno de los pájaros. El vencejo ascendía, planeaba, se desplomaba, se zarandeaba en un revoloteo vital y desgobernado. El empeño del observador, con todo, acabó rindiendo sus frutos: el pájaro se desplazaba en curvas cerradas o espirales y en rectas tangentes a estas curvas. Al cabo, como si intuyera lo que se esperaba de él, el vencejo trazó en el aire varios círculos de radio en apariencia idéntico. He aquí, pensó el observador, una órbita tan regular como la de un planeta en torno al sol. La única diferencia estriba en la medida del tiempo, y aquí, bajo la luz equinoccial de Eunate, el tiempo se tronza, se licúa y se diluye, quedando tan sólo la acogedora geometría de los círculos en el cielo y de los octógonos en la tierra.
Moderaba el sol su vehemencia, y sus rayos razonables solicitaban ya la cara occidental del polígono de Eunate. Ramón Forteza rodeó pausadamente el edificio, gozando de la brisa posmeridiana y de la sobria elegancia del recinto de arquería, rindiendo homenaje a la exquisita sensibilidad del desconocido alarife que a finales de la Edad Media concibió y construyó una obra tan inútil y tan hermosa. Al cabo de la séptima vuelta se dio de bruces con el Caminante mayor, que parecía emerger de la penumbra de la capilla, cuyo portal entreabierto dejaba escapar un efluvio como de plegarias marchitas.
- Salud.
- Servus.
Era el caminante mayor hombre de estatura mediana, recio sin asomo de gordura, de rebasados sesenta años. El pelo entrecano, color panoja de maiz, largo hasta los hombros, le daba una traza antigua y septentrional; a la sazón resplandecía de puro curioso, talmente que parecía llevar una antorcha sobre la cabeza. Nada en las facciones del caminante mayor llamaba la atención; ni tan sólo se le podía atribuir una mirada penetrante, consabido trazo de las personalidades iniciáticas. No, el caminante mayor miraba con recato y dulzura, sin ánimo de azorar. Vestía camisa de manga larga de lino verde oscuro y pantalón de algodón del mismo color, más pulcros de lo que cabría esperar de un tragaleguas. Calzaba botas de piel de apariencia ligera. Trajinaba un breve morral de lona verde oliva que denunciaba un viático más bien exiguo, extremo que en su momento habrá que esclarecer, pues no es propio de grandes caminantes mostrarse tan parcos en la impedimenta.
Cumplido el silencio inicial, el caminante mayor señaló el sol con un gesto vago y dijo:
- ¿Te parece que partamos? El sol va a la puesta y tenemos una hora hasta Puente la Reina.
El caminante asintió, y partieron.
Desde Eunate el itinerario sigue por el camino que en Eneriz, media hora río arriba, se separa de la carretera. Se trata de una pista de tierra que discurre entre los cultivos, dejando a la izquierda las boscosas estribaciones del monte Mocha. La pista no tarda en regresar a la carretera. Menos de un kilómetro más abajo, en la encrucijada de Obanos, se halla el punto de confluencia de los Caminos aragonés y navarro. El monumento al peregrino, que tendría aquí su emplazamiento congruente, se halla más abajo, sobre la carretera nacional 111, poco antes de la entrada de Puente la Reina.
Caminaban casi siempre en silencio. El Caminante mayor dejaba caer, con estudiada parsimonia, observaciones sobre los parajes que atravesaban. Cuando alcanzaron la encrucijada de los Caminos, el Caminante mayor recitó al caminante su primera Lectio, con expresión concisa que no disimulaba su remisión a un texto escrito:
- El iniciando no necesita formular preguntas acerca del Camino Superior de Santiago; los conocimientos pertinentes se le irán ofreciendo en sus tiempos y en sus lugares. En cuanto a la simple peregrinación, sus rutas, sus etapas, sus monumentos y sus gentes, el caminante puede recabar cualquier información que se le antoje, como también ofrecerla.

A partir de la encrucijada, los señaladores del itinerario han marcado un sendero que discurre a la izquierda de la carretera y que de huerto en huerto regresa a ella justo a la altura de un mesón y del monumento al peregrino.
- ¿Quién pintó esas flechas amarillas?
- Fueron los primeros recuperadores de la tradición compostelana, vecinos de Roncesvalles, de Estella, de San Juan de Ortega, de Sahagún, otrora capitaneados por el capellán del Cebreiro. Hace algunos años se le veía por estos pagos acompañado de sus mozalbetes gallegos, acarreando botes de pintura en su viejo dos caballos. El intento consistía en ofrecer al caminante itinerarios alternativos que le ahorraran el engorroso trayecto por las carreteras asfaltadas, que son las que han acaparado la antigua calzada. De Ostabat a Santiago, sobre un recorrido de casi ochocientos kilómetros, han ido imprimiendo en las rocas, en los vallados, en los árboles, en los muros de las casas, las sencillas flechas amarillas que conducen a Santiago. En ocasiones concurren con las señales de las Grandes Rutas, la Grande Randonée. Pero las Grandes Rutas son itinerarios de excursionista y no les importa dar amplios rodeos para gozar de los paisajes y de los monumentos, mientras el Camino de Santiago pretende ser un trazo derecho y lo más corto posible hasta Compostela. En este punto se aparenta a las vías romanas, que no miraban al comercio de las poblaciones sino a la celeridad del transporte militar.