domingo, 11 de febrero de 2007

LA AMATISTA

LA AMATISTA
El Camino Superior de Santiago
novela por entregas
aparecerá en este blog un capítulo cada semana
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Barcelona, 2005.
DECIMOQUINTA ENTREGA

N

14

De Mansilla de las Mulas a León

Octubre pintaba de vinagre las hojas de los chopos en la gran alameda de la riba del Esla a la salida de Mansilla. Descansados y de excelente humor, los caminantes atravesaron el puente medieval de ocho ojos sobre el río Esla y anduvieron por la carretera vieja de León, abandonándola poco después para tomar a la izquierda una pista agrícola que corre paralela a la carretera sobre cuatro kilómetros. Pasaron un cruce que lleva por la derecha a San Miguel de Escalada y por la izquierda a Mansilla Mayor. La pista va entre la carretera, que es ya la nacional 601, y una acequia que riega extensos tablares de huerta. El día se levantaba claro. El sol pugnaba por escapar de unos inofensivos celajes, arrebolándolos como de puesta. Cuando se deshizo de ellos, vertió sobre las feraces vaguadas una lluvia de claridad azulada.
Antes de entrar en Villamoros hay un desvío a la derecha que lleva al cerro de Lancia, que fue sitio importante de los astures augustanos antes de los romanos. Los caminantes renunciaron a la excursión arqueológica y entraron en Villamoros de Mansilla, antes Villamoros del Camino Francés, por la carretera vieja, que atraviesa el pueblo, por lo demás desprovisto de servicios. A la salida de la población atravesaron la carretera y tomaron a la derecha un camino de tierra que en veinte minutos les dejó ante Villarente. Cruzaron el singular puente sobre el río Pormo, de veinte ojos y corcovado desde que lo construyeron en la Edad Media. A la salida, un devoto canónigo, un echacuervos de Triacastela, hizo levantar en el siglo XIV un hospital de peregrinos; queda la fábrica del edificio, con una puerta de arco de medio punto. El pueblo de Puente Villarente se estira luego a todo lo largo de la carretera. A la salida del poblado los caminantes se dieron el respiro de tres kilómetros por la antigua calzada hasta Arcahueja, o Arcabueja, que queda sobre una loma.
La placidez del trayecto invitaba a aminorar el paso y propiciaba la conversación distendida, que a la postre versó sobre filosofía, o más precisamente, sobre la historia de la filosofía, que era uno de los temas de estudio comunes en las cayenas del Sodalicio. El Caminante Mayor estaba firmemente convencido de que los grandes temas de la investigación filosófica y los límites de este tipo de conocimiento habían sido establecidos por los griegos de una vez por todas. Ramón Forteza objetó que ciertos progresos fundamentales de la matemática, como el cálculo infinitesimal, habían marcado profundamente el pensamiento occidental y habían hecho retroceder los límites fijados por los griegos. Al cabo, el debate fue a estrellarse en Kant, como no podía ser de otra manera.
A la salida de Arcahueja retomaron la dichosa carretera, por la vera de la cual caminaron pacientemente hasta Valdelafuente. Aquí comienza la extensa zona industrial de León. La carretera discurre entre fábricas y cobertizos, con la ventaja de que en la mayoría de los tramos hay aceras que permiten despreocuparse del tráfico. Tres horas después de salir de Mansilla los caminantes alcanzaron el Alto del Portillo, desde el que se divisa el impresionante espectáculo de la ciudad de León. Un kilómetro más adelante pudieron abandonar la carretera general y entraron en la ciudad por el antiguo itinerario, que es ya una avenida urbana que en el barrio de Puente Castro salva con un puente el río Torío. Aquí se hallaba el Castrum Iudeorum, una de las juderías más importantes de la Edad Media, desarraigada ya en el siglo XII.
Inde Legio, urbs regalis et curialis, cunctis felicitatibus plena. ("Luego viene León, ciudad real y administrativa, llena de toda clase de goces"). Así saluda el Liber Sancti Iacobi a la capital leonesa. El nombre le viene de la Legio VII Gemina, que aquí, junto al río, estableció un "castrum" poco antes del inicio de nuestra era. El campamento pasó a ser ciudad, que tuvo una discreta presencia durante las épocas romana y visigoda. A raíz de la invasión de los norteafricanos fue abandonada por completo, a mediados del siglo VIII. Por espacio de un siglo y medio, Legio fue una ciudad amurallada fantasma. Cuando los neovisigodos bajaron de sus montañas, la hicieron capital del reino cristiano, restaurando y ampliando las murallas, un buen lienzo de las cuales se conserva detrás de la colegiata de San Isidoro. León se convirtió en la ciudad más grande y espléndida de la Hispania cristiana. Sólo cuando el reino unificado de Castilla y León desplazó su centro de gravedad a Toledo, a principios del siglo XII, León comenzó a decaer políticamente. El Camino, sin embargo, mantuvo a la ciudad viva y próspera.
Los caminantes pasaron por delante de la iglesia románica de Santa Ana, cuyos alarifes, en el siglo XII, hicieron lo que pudieron. Seguidamente penetraron en el recinto medieval por la que había sido Puerta Moneda. Rebasaron la iglesia de Santa María del Mercado, el convento de la Concepción y enfilaron la rúa que antes se llamó de los Francos, pues éste era el barrio de ellos. Esta calle conserva muchas casas hidalgas con sus escudos. Uno de estos caserones era la cayena del Sodalicio en León, modesto lugar de paso para los caminantes. El edificio era de fachada angosta pero profundo y se apoyaba, decían, en la antigua muralla romana. Los caminantes, que eran esperados, fueron afablemente acogidos por la Magistra Domus, una mujer italiana de rasgos helénicos y voz musical como un bordón de órgano. Faltaba poco para el almuerzo, por lo cual los caminantes procedieron a un somero pediluvio, bajando al refectorio a la una y media en punto. Se alojaban en la residencia, en aquel doce de octubre, ocho miembros del Sodalicio, cinco mujeres y tres hombres, además de los recién llegados y de la regenta. Al entrar en la sala Ramón Forteza escudriñó todos los rincones como si buscara algo, hasta que a su lado alguien le dio un codazo y murmuró quedo: "No está. No la volveremos a encontrar hasta Villafranca del Bierzo".
En un ángulo del refectorio había un pequeño armónium con teclado de cuatro octavas, una quinta y un tono.
Sirvieron una fresca Kartoffelnsalat, seguida de un suntuoso cordero asado al modo de Sahagún, acompañado de pimientos rojos braseados. De postre hubo pastel de castañas. Se puso vino tinto del Bierzo en picheles, pero para los llegantes se descorchó una botella de blanco de Cacabelos. "Estáis en todo", comentó el Caminante. "Casi en todo", repuso sonriente la Magistra.
Después de una sobremesa familiar y jovial (que viene de Jovis, no de joven, precisó el Mair), los caminantes se retiraron a dormir la siesta. A media tarde salieron para recorrer con comedimiento los monumentos de la ciudad, que son muchos, aunque desparramados por un tejido urbano que a copia de "voluntad de progreso" o algo parecido ha dado al traste con el carácter medieval del casco viejo. Visitaron la catedral, espectacular fábrica gótica del siglo XIII, edificada sobre los restos de la iglesia de Santa María de la Regla, que era de hecho el palacio de Ordoño II, construido sobre las termas romanas. La "Pulchra Leonina" tuvo la insólita ventaja de haber sido construida con relativa rapidez, circunstancia que redundó en una armoniosa trabazón del conjunto. Pasaron luego, atravesando el barrio antiguo mejor conservado, a la colegiata de San Isidoro, espléndido románico del siglo XI remozado en el XII. Se entretuvieron contemplando los capiteles y los tímpanos, bajando luego a la cripta para admirar los frescos del siglo XII. No olvidaron el códice visigótico de la Biblia en el museo.
Se acercaron luego al Hostal San Marcos, antiguo hospital de peregrinos, reedificado en el siglo XVI en airoso estilo plateresco. La sillería del coro, confiscado por el establecimiento turístico, es un prodigio de finura y reflexión. En el bar del Hostal tomaron un vino blanco y regresaron al albergue por la alameda que bordea el río Bernesga, muy animada a la sazón, pues era jornada festiva en el país.
Después de la cena, que fue sobria y a hora temprana, salieron a gulusmear por el viejo León. En una callejuela entre la catedral y el seminario pasaron por delante de un establecimiento con fanales rojizos que se anunciaba como whisky club. Mientras seguían paseando por la callejuela, los caminantes constataron que llevaban muchos días de total abstinencia de los denominados por antonomasia placeres de la carne, en modo alguno suplidos, antes bien acrecentados por la buena mesa de las residencias del Sodalicio. Puesto que, por otra parte, estaban convencidos de que la continencia llevada a un extremo no contribuía en absoluto al perfeccionamiento individual, decidieron explorar las posibilidades que en orden a la restauración del equilibrio psicosomático ofrecía la noche leonesa. Entraron en el local arrebolado y pidieron, por creer que era lo obligado, dos whiskies. Conversaron distendidamente con la encargada del local, a la que expusieron su propósito sin rebozo alguno. Amable y comprensiva, la dueña convocó a dos muchachas de agradable aspecto que se mostraron dispuestas, mediante una congrua retribución, a prestar a los caminantes el servicio que requerían, cosa que cumplieron con profesionalidad y solercia en el lugar adecuado.

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