LA AMATISTA
El Camino Superior de Santiago
novela por entregas
aparecerá en este blog un capítulo cada semana
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Barcelona, 2005.
DUODÉCIMA ENTREGA
KAF
11
De Frómista a Carrión de los Condes
Itinerario harto tedioso, aunque también de los más breves del Camino. La monotonía de la ruta puede atemperarse, sin embargo, con una parada gastronómica en el mesón de Villalcázar de Sirga.
La Tierra de Campos, dice uno de sus cronistas, es una extensa planicie desarbolada, de suaves y ligeras ondulaciones, dedicada en su casi totalidad al cultivo de cereales. Toda ella, sigue diciendo, es uniforme: la constitución geológica, la disposición del suelo, el cultivo a que milenariamente viene sometiéndosela, el aspecto general de los campos, la aspereza y rigidez del ambiente, la descompuesta y extremada climatología, la ausencia casi sistemática de arbolado, la magrura de los ríos y arroyos, en cursos superficiales y ondulantes, la escasez de fuentes, la deslumbrante luminosidad del paisaje. Campos Góticos fueron denominados, extendidos entre Palencia, Zamora y Valladolid. El Camino de Santiago los atraviesa desde el Pisuerga al Cea.
El páramo castellano exige del observador un juicio ecuánime. Su belleza es de profundidad y de enjundia. No se entrega al visitante presuroso que descabalga un momento para lanzar al horizonte una mirada distraída. El goce sereno de la llanada sin fin requiere ser vivido desde un camino solitario, lejos de la barahunda del tráfico rodado. Ahora bien, el asfalto es cabalmente la servitud de buena parte de la etapa santiaguesa de Frómista a Carrión por el corazón de los Campos Góticos..
Remolones, después de un desayuno redrojo, los caminantes salieron de Frómista y enfilaron la carretera de Carrión, que discurre por la bien cultivada vega del río Ucieza. Un sol templado alternaba con prietas nubecillas colgadas de un cielo alto y otoñal. El asfalto, si no estético, es por lo menos agradecido de andar, de modo que en poco más de media hora se plantaron en Población de Campos, visitando de paso la ermita de San Miguel, rodeada de verdor. Dejando la carretera, atravesaron el pueblo cuidando de pasar por la plaza del Corro para saludar la ermita del Socorro, que tiene una talla de la Virgen del siglo XII. Dejando a la derecha la iglesia de la Magdalena, ancha y barroca, salieron del pueblo por una pista que discurre por la orilla del río Ucieza. Una hora más tarde rebanaron una esquina de Villovieco, atravesaron un puente y, renunciando a pasar por las calles hidalgas de Revenga de Campos, se adentraron por un ameno paseo de chopos entre el río y la carretera. Poco les duró el gusto, pues al cuarto de hora la alameda les condujo derechitos a la carretera general en el interior de Villarmentera de Campos, justo delante de la iglesia, dedicada, Camino Francés obliga, a San Martín de Tours. Tiene artesonado mudéjar y torre con campana salvatierra. A la salida del pueblo se despidieron con pesar de la arboleda, en la ocurrencia un pinar, los últimos árboles de la ruta hasta el circundo de Carrión.
A la media hora, frescos y sosegados, se desviaron de la carretera para entrar en Villalcázar de Sirga, a la querencia de arqueología y cocina. Convinieron mesa y yantar en el mesón Villasirga, hito de muchas peregrinaciones gastronómicas, y salieron a buscar la iglesia de Santa María la Blanca.
Hasta el siglo XVI, la población se llamó Santa María de Villasirga, esto es, Villa de la Calzada. Fue encomienda templaria. El templo de Santa María la Blanca, holgado como una catedral, fue edificado a mediados del siglo XII y utilizó ya prematuramente los recursos del arco ojival. La imagen de Santa María la Blanca, que se conserva todavía con su infante descabezado, fue muy milagrera. Alfonso X el Sabio la recuerda en sus Cántigas. En el año 1308, varios caballeros templarios de esta encomienda fueron juzgados en Salamanca por instigación del papado, pero no fueron condenados; hasta Villasirga no llegó la larga mano de Felipe IV de Francia. Don Rodrigo de Veláez, caballero templario, está muy bien enterrado en la capilla de Santiago. Don Rodrigo peregrinaba a Compostela y enfermó de muerte en Villalcázar.
El antiguo hospital de peregrinos ha sido restaurado y es de muy buen ver. Sustituyó al hospital de la villa de Arconada, más al norte, por la que hasta el siglo XII transitaba la calzada santiaguesa, cuyos residuos se muestran en el lugar.
En el mesón los caminantes hallaron la mesa ya dispuesta y el vino servido. El mesonero insistió en ofrecerles la sopa de ajo tradicional, a lo que no se hicieron ellos de rogar. Pasaron luego al plato de encargo, que era lechazo asado a la manera de la casa, que entra sólo lechazos churros, en horno de leña y cerámica de Pereruela. El vino, clarete de Tierra de Campos. De postre quisieron sólo peras del alfoz de Carrión.
Mientras almorzaban repararon en un curioso sujeto que, acodado a una mesa en un rincón del amplio comedor, tecleaba en un ordenador portátil ante la atenta mirada de un grupo de comensales. El individuo vestía un levitón de color verde oscuro, con corbata de lazo, y se tocaba con un chapeo de fieltro negro. Los caminantes, por mediación del mesonero, invitaron a su mesa al insólito escriba y se mostraron interesados en saber de su arte.
Don Nicolás del Barrio y Expósito era astrólogo musical. Su arte procedía de acuerdo con un método que él mismo había excogitado inspirándose, según decía, en la afirmación de Pitágoras de Samos según la cual los astros, en su recorrido por sus órbitas, producen un sonido musical. Cada ser humano, pues, en el momento de su nacimiento, percibe, sin registrarla en su conciencia, una armonía singular. Descifrarla e interpretarla era el objeto del arte de la astrología musical. El procedimiento se desenvolvía en diversos pasos. En primer lugar, el astrólogo recababa de su cliente los datos precisos de año, día, hora y lugar de nacimiento. A continuación introducía estos datos en su ordenador y éste, por medio de un programa especial, proyectaba sobre un rectángulo la carta astral de la persona concernida. Seguidamente sobreimponía un pentagrama a esta específica carta del cielo, arrancando del lugar del planeta o de la constelación ascendentes y regresando al mismo lugar. El signo del zodíaco propio de la persona indicaba la armadura tonal, según unas tablas que el astrólogo aseguraba haber extraído del "De occulta philosophia" de Agrippa y del "Harmonice mundi" de Kepler. Los planetas representaban blancas, las estrellas de primera magnitud negras, las de segunda magnitud corcheas. El compás era asignado por el astrólogo de acuerdo con las necesidades de la interpretación. Al final, la impresora arrojaba una hoja de papel pautado con la partitura de una melodía en cinco pentagramas, que representaban los dos trópicos, los dos subtrópicos y el ecuador. El astrólogo musical, entonces, interpretaba la melodía en un órgano portátil de cuatro octavas. Primero tecleaba la nuda línea melódica, después la interpretaba con un discreto acompañamiento de tipo coral. Esta pieza era grabada en un casete y entregada al cliente.
Don Nicolás del Barrio y Expósito llevaba varios años ejerciendo su arte en el Camino de Santiago. Mostró tener un discreto conocimiento del Sodalicio y de su gente. Trató con gran deferencia al Caminante mayor, ofreciéndose a dilucidar su música astral. Declinó éste la oferta y la traspasó a su acompañante, que se prestó al experimento sin mayores reparos.
Asombrados y divertidos por tan insólita muestra de ingenio, desfachatez y arte, los caminantes se despidieron del astrólogo musical y se pusieron en ruta para recorrer de un tirón los cinco kilómetros largos que les separaban de Carrión de los Condes. La ruta santiaguesa coincide con la carretera, que es un trazo rectilíneo llano y sin árboles.
La ciudad de Carrión de los Condes se asienta en una suave ladera sobre el río Carrión, y debe su nombre a los dos famosos condes, que residían en el recinto cada cual tras su propia muralla. Antes de los condes se llamó Santa María de Carrión. El Codex Calixtinus dice que era villa abilis et obtima, pane et vino et carne et omni fertilitate felix. De su antigua grandeza monumental conserva el templo románico de Santa María del Camino, con una enérgica portada, otra portada románica, la de la iglesia de Santiago, y el monasterio de San Zoilo, con un espléndido claustro renacentista.
Los caminantes, justo después de entrar en la villa, se detuvieron en el convento de Santa Clara para comprar una provisión de pastelillos que reforzaran el desayuno del día siguiente. En el zaguán del convento, fresco y limpio, tiraron de la campanilla y aguardaron junto al torno. Desde el otro lado del muro una voz femenina bien timbrada saludó:
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida. ¿Podríamos comprar algunos dulces? Vamos por el Camino y mañana nos espera un lago trecho hasta Sahagún.
-¿Cuántas piezas desean?
- Cinco para cada uno.
-¿Almendrados, de yema, de mazapán o de chocolate?
-Un surtido, a discreción de la reverenda madre, sin ánimo de azacanear.
Al cabo de diez minutos el torno giró y los caminantes recogieron del estante inferior dos paquetitos perfectamente atados. Inquirieron el importe, pagaron y salieron de nuevo a la calle. Pasaron por delante de Santa María del Camino, doblaron por la primera calle a la izquierda, atravesaron una plazoleta y se sumergieron en la penumbra del callejón adyacente al hospital del Espíritu Santo. En el fondo de la calle se detuvieron ante una sencilla casa de tres pisos con saledizos de madera. Llamaron a la puerta y al poco les franqueó el paso una mujer joven de pelo rizado recogido con una cinta azul y vestida con una túnica de estameña gris. Cuando vio al Mair tuvo un sobresalto y al punto se arrojó a sus brazos con gritos de alegría. El Mair la abrazó afectuosamente y luego se volvió para presentar a su acompañante, plantado en la calle sin atinar como arreglaría su saludo. La joven tenía en este punto las ideas claras y le estampó un sonoro beso en la mejilla. Arropados por este caluroso recibimiento, los caminantes entraron en el albergue del Sodalicio y fueron conducidos a sus celdas en el segundo piso. Puesto que no precisaban descanso, por haber cubierto una etapa relajada, se arreglaron someramente y salieron a callejear por la villa. Después de una detenida inspección de las portadas de Santa María y de Santiago, el paseo los condujo hasta el monasterio de San Zoilo, pasado el puente sobre el río Carrión. Fue en el siglo XI cenobio benedictino y acogió las reliquias de un mártir muy venerado en la Hispania mozárabe, san Zoilo. El claustro, obra en parte de Juan de Badajoz (1537), es de un estilo plateresco sobrio y grandioso. Media docena de vueltas a este claustro es uno de los mejores paseos que ofrece la villa de Carrión. Nuestros caminantes no se privaron de este gusto, tras lo cual abandonaron el recinto y, después de asomarse a la verja del frondoso jardín llamado "Calzada de Doña Teresa", remontaron la cuesta que lleva a la ciudad vieja, en cuya plaza Mayor se concedieron un vaso de vino blanco para llevar la espera de la cena.
Mientras paladeaban el áspero vino cubierto, el caminante mayor confió a su compañero la historia de la joven mujer que les había recibido en el albergue, la cual era, por más señas, la Magistra Domus.
-Participé en el Iter Magnus hace cuarenta años, cuando me faltaba poco para los treinta. Mi Caminante mayor era un médico italiano, asesor del Consejo del Intersticio, el cual había concurrido, por tanto, al Iter Magnus anterior, hace ahora ochenta años. Mi compañero en la iniciación era un estudiante de medicina toscano de mi misma edad. Trabamos una profunda amistad y juntos participamos en la Gran Blasfemia en Santiago. Luego, como es usual, no volví a verlo. Murió hace diez años. Tenía una hija, a la que había introducido en los derroteros del Camino Superior de Santiago. Llegado el momento de la Praeparatio del Iter, cinco años antes del año señalado, la joven removió los entresijos del Sodalicio para dar con el compañero de su padre. Nos encontramos en Lucca, y durante dos años asumí su preparación para el Camino. No sé si observaste que las cartas que te escribía tenían el matasellos de Lucca. Luego la propuse para dirigir alguna de las residencias del Sodalicio. No la había vuelto a ver en los últimos tres años. Para mí ha sido como volver a encontrar a mi mediquillo toscano. Fue precisamente aquí, en Carrión de los Condes, paseando por el claustro de San Zoilo, donde me confió su intención de dedicarse a la investigación en pediatría para contribuir a paliar el sufrimiento de los niños del mundo. Lloraba cuando me lo dijo.
-Usted también llora cuando ve sufrir a un niño, maestro.
-Sí.
Y el caminante mayor apuró de un largo trago su segundo vaso de vino blanco.
A las ocho de la tarde, ya anochecido, los miembros del Sodalicio presentes en Carrión se sentaron en torno a una gran mesa ovalada en el refectorio del albergue. En un ángulo de la estancia había un pequeño armónium con teclado de cuatro octavas, una quinta y un tono. La Magistra Domus estaba radiante. Vestía ahora la túnica verde claro usual del Sodalicio, y se había soltado el pelo, que flotaba sobre sus hombros. La cena fue sobria: potaje, verduras y queso. No hubo vino, pero el ama anunció que para la sobremesa se sacaría aguardiente del país.
Se hospedaban en el casal varios músicos del Sodalicio que ponían a punto diversas piezas destinadas a la Gran Dramaturgia de Villafranca del Bierzo. La conversación giró con toda naturalidad hacia los temas musicales. A las once, la Magistra Domus, en atención a los caminantes que al día siguiente tenían que cubrir la larga etapa hasta Sahagún, levantó la tenida y decretó el silencio en la casa.
domingo, 21 de enero de 2007
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